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sábado, 6 de noviembre de 2010

Nacionalismo revolucionario

Los nuevos ensayos de nacionalismo revolucionario en América Latina se alimentan de una acumulada conciencia social y experiencia política. Y tienen en su favor la coordinación de sus acciones y el inestimable respaldo de las masas populares.
Jorge Núñez Sánchez / El Telégrafo (Ecuador)
Algo muy interesante está ocurriendo en América Latina, donde varios países han abandonado el neoliberalismo y retomado la antigua senda del nacionalismo revolucionario, que tiene una ya larga y prestigiosa historia en el continente. Lo que ha cambiado es quizás el nombre de este fenómeno, que hoy algunos llaman “socialismo del siglo XXI”, pero que, en esencia, es un proyecto de desarrollo nacional autónomo, que no es antitético del capitalismo.
¿En dónde reside, pues, el carácter renovador de este proyecto de desarrollo nacional? En mi opinión, reside en varios asuntos fundamentales. En primer lugar, en su carácter nacionalista, que lo sitúa en la orilla opuesta de la dependencia internacional y fuera de las manipulaciones y presiones de las grandes transnacionales. En segundo lugar, en su carácter antioligárquico, que lo lleva a enfrentar a los pequeños pero poderosos grupos de poder local, acostumbrados a controlar todos los recursos fundamentales y a que todos los asuntos del país dependan de su voluntad. En tercer lugar, en su voluntad de servicio a las mayorías, que le hace merecer el calificativo de “populista”, término despectivo acuñado para calificar todo gobierno o proyecto que se ocupe de beneficiar al pueblo y no a las grandes familias oligárquicas o empresas extranjeras.
Visto en esa perspectiva, el modelo no es nuevo, puesto que se inspira en una larga zaga de experiencias nacionalistas, que incluyen al peronismo argentino, el varguismo brasileño, el cardenismo mexicano y el torrijismo panameño, así como las reformas de Villarroel, Paz Estenssoro y Juan José Torres en Bolivia, de Velasco Alvarado en Perú, de Rodríguez Lara en Ecuador y de la Revolución Cubana en sus inicios. Salvo el caso de Cuba, obligada por el acoso norteamericano a vincularse al desaparecido campo socialista, ninguno de esos procesos reformistas pretendió eliminar el capitalismo en sus respectivos países. Empero, todos ellos surgieron en medio de graves crisis capitalistas y fueron combatidos a muerte por las fuerzas oligárquicas locales y el poder imperial, que veían en ese reformismo el germen de un desarrollo autónomo, que escapaba a su control tanto económico como político.
Aunque surgieron en diverso tiempo, fueron desiguales en la práctica y se enfrentaron a diferentes circunstancias, bueno es recordar el horizonte general de esos proyectos: modernización del Estado, nacionalización de recursos naturales, plan de industrialización y sustitución de importaciones, ambicioso plan de obras públicas, política social en beneficio de las clases trabajadoras, legislación en favor de las mujeres y trabajadores, respaldo al empresariado nacional, expropiación de empresas monopólicas, reforma agraria y fuerte respaldo a la agricultura, creación de nuevos polos de desarrollo, política exterior independiente.
Los nuevos ensayos de nacionalismo revolucionario en América Latina se alimentan de esa acumulada conciencia social y experiencia política. Y tienen en su favor la coordinación de sus acciones y el inestimable respaldo de las masas populares, que una y otra vez buscan emanciparse por esta vía de sus opresores criollos y sus dominadores extranjeros.

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