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lunes, 27 de diciembre de 2010

¿Estados fallidos o sociedades fallidas?

Las sociedades de México, Guatemala, Honduras o El Salvador no se “arreglan” con más represión, que es el camino elegido por los sectores dominantes acorde con su tradición. Las soluciones provendrán de esfuerzos de largo aliento que tienen que orientarse a construir sociedades más incluyentes.
Rafael Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
La Fund for Peace, de los Estados Unidos de América, a tono con la tradición estadounidense de juzgar al mundo según sus parámetros y, a partir de ellos, incorporar o marginar a tirios y troyanos de las bondades del desarrollo, la gobernabilidad, la democracia, la felicidad y el futuro promisorio, elabora anualmente un listado de los estados en el mundo que pueden catalogarse de “fallidos” y lo publica en la revista Foreign Policy.
Serían fallidos los estados con un gobierno tan débil o ineficaz que tiene poco control sobre vastas regiones de su territorio, no provee ni puede proveer servicios básicos, presenta altos niveles de corrupción y criminalidad, refugiados y desplazados, así como una marcada degradación económica[1].
Basados en esta definición, analistas norteamericanos y no pocos latinoamericanos se preguntan si México, Guatemala, El Salvador y Honduras no podrán ser catalogados como estados de este tipo.
En el caso de los países centroamericanos del llamado Triángulo Norte, los índices de violencia y criminalidad, por ejemplo, han llegado a superar los existentes en los años 80 y 90, conocidos como “los años de la guerra”.
Además, altos porcentajes de su población (hasta el 18% de la de El Salvador, por ejemplo) se ven obligados a migrar hacia los estados Unidos de América con tal de obtener recursos económicos mínimos para sobrevivir.
Acorde con esa realidad precaria que obliga a muchos a abandonar su lugar de origen, amplios sectores de la población que ni siquiera tienen recursos para irse, literalmente mueren de hambre, más ahora que antes, cuando los embates climatológicos derivados del cambio climático provocan in distintamente inundaciones y sequías.
Como si esto fuera poco, sistemas judiciales como el de Guatemala son incapaces de cumplir con las más básicas obligaciones para cuyo cumplimiento fueron creados. En ese país, el 98% de los delitos quedan impunes, dejando que prime la ley de la selva, el poder del más fuerte.
Los estados de estos países, sin embargo, no nacieron, crecieron y se desarrollaron en el vacío: responden a dinámicas y características históricas que han desembocado en ese tipo de instituciones. Ahí donde no ha sido posible construir sociedades inclusivas han florecido estados autoritarios; donde privan los intereses minoritarios de las oligarquías se multiplicaron las mayorías marginadas; donde había mucho que reclamar por muchos se entronizaron los ejércitos y las instituciones (legales o ilegales) represivas.
Los estados oligárquicos autoritarios y débiles de México y el norte centroamericano, responden a sociedades herederas de un pasado colonial que implantó a sangre y fuego la extracción de las riquezas de nuestras tierras. Y lo que vino después, con la independencia, no fue sino una continuación de lo mismo solo que con otros agentes sociales en el poder.
Las sociedades producto de esa historia de explotación, desigualdad y violencia no pueden ser otras que las que existen hoy. No se trata solo del estado sino de la sociedad en su conjunto la que se ha estructurado malamente desde un inicio.
Sociedades como esas necesitan un revulsivo social que las transforme desde la raíz. Necesitan cambios que no dudamos en calificar de “revolucionarios”, puesto que implican modificaciones estructurales profundas.
A la búsqueda de tales transformaciones estuvieron abocados amplios contingentes de población de esa región en años pasados, y su vocación de cambio llegó, incluso, hasta la guerra, opción última y extrema a la que hubieron de acudir solamente porque se les habían cerrado todas las opciones pacíficas.
El que no lograran realizar sus ambiciones de transformación radical como las que aquí mencionamos agregó contradicciones y nuevas frustraciones al todo social. Abonó en la acumulación de desesperanza, profundizó el desencanto de los más.
Una situación de frustración, desencanto y desesperanza entronizada en un contexto estructural con una herencia colonial y neocolonial como la de estos países, es un cóctel que no puede derivar sino hacia formas de insubordinación, desobediencia y “desorden” generalizadas.
Estas sociedades no se “arreglan” con más represión, que es el camino elegido por los sectores dominantes acorde con su tradición. Las soluciones provendrán de esfuerzos de largo aliento que tienen que orientarse a construir sociedades más incluyentes. Pero esto no lo podrán llevar a cabo los mismos de siempre, las elites autoritarias y represivas cuyo horizonte se limita a la acumulación descarada de riqueza a costa de la miseria de la mayoría.
NOTA
[1] . “Failed States FAQ Number 6”. The Fund for Peace. 2007.

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