Doscientos años después de los movimientos independentistas, el sueño de América Latina Unida avanza hacia una realidad concreta. En esa dirección el gran desafío es asegurar una estructura que trascienda a los esfuerzos de los líderes carismáticos de la Región.
Diego Ghersi / Agencia Periodística del Mercosur
Tuvieron que pasar dos siglos en América Latina para revivir el sueño fundacional de una Patria Grande y revertir la fragmentación impuesta desde las potencias hegemónicas.
El desafío no es sencillo porque implica desarmar el entramado político-económico y social heredado de la dominación y su reemplazo por una nueva manera de entender la vida, las relaciones humanas y el respeto por el ecosistema.
El largo proceso por la unidad que se iniciara efectivamente en 1998 -año en que llegó al poder de Hugo Chávez en Venezuela- posee el inestimable valor que se tomó la decisión política de priorizar la unidad regional y desde allí se logró el surgimiento de la gran mayoría popular que, a modo de imaginario social poderoso, acompaña en cada elección, el rumbo emprendido.
Por otra parte, en un contexto caracterizado por la crisis sistémica y estructural que puso en la picota el histórico orden económico-social global, y cuya discusión internacional atraviesa lo alimentario, energético y medioambiental para, en definitiva, definir cuál será el Orden Mundial futuro; una América Latina Unida tiene mucho que aportar desde la imaginación y desde un pasado rico en experiencia.
Los nuevos y emblemáticos foros que caracterizan la naciente unidad –Unasur; Mercosur o ALBA- encuentran su primer gran desafío en las voces extrahemisféricas que representan la resistencia al cambio y que también tienen su correlato en minorías locales que se suman a esa inercia.
A tal punto es importante lo anterior que mucho del esfuerzo unificador se ha empleado en la defensa de la decisión política que motoriza al proyecto bolivariano.
En efecto, desde un comienzo desprolijo -Venezuela 2002- en defensa de los gobiernos democráticos amenazados por golpes de Estado, pasando por experiencias exitosas como la de Bolivia en 2008 y Ecuador en 2010 o por derrotas como Honduras en 2009, las naciones comprometidas en el proyecto de unidad han debido invertir muchísimo tiempo en consensuar mecanismos cuasi automáticos para enfrentar dichas situaciones.
En esa línea se inscribe la celebrada “cláusula democrática” que resultara como el mayor logro de la XX Cumbre Iberoamericana celebrada en Mar del Plata y que, como sostuviera el Canciller argentino Héctor Timerman, “marca un antes y un después porque cierra el camino a las relaciones con países que no cumplan con la constitucionalidad democrática”. Esa cláusula, ya antes inserta en los foros de Unasur y Mercosur, constituye un gigantesco avance por el ejemplo que constituye para todos los países del orbe.
Pero, la energía consumida en la adopción de un mecanismo tan vital ha postergado otros necesarios avances en diversas áreas y hace pensar en un poco eficiente uso del “viento favorable” que la región goza en la presente etapa histórica mundial.
Por todo esto es que, quizás, Rafael Correa, al hacer un balance de su gestión como presidente pro tempore de Unasur, expresó: "vamos rápido, pero tenemos que ir mucho más rápido, pues hemos perdido siglos y debemos recuperar el tiempo”.
Otro ejemplo de demora es la dificultad para sustituir a una cara visible de Unasur que reemplace al fallecido ex presidente argentino Néstor Kirchner. Debe recordarse que el consenso que llevó a Kirchner a la Secretaría General de Unasur demoró dos años y que su desaparición -amén del valor de la pérdida- echó por la borda todo el tiempo invertido en las negociaciones que implicó su nombramiento.
El laborioso esfuerzo que demanda la elección de un político ejecutivo al frente de Unasur desnuda un interrogante vital: ¿la construcción de la Patria Grande cuenta con líderes de recambio o el intento se agotará junto con los mandatos de los actuales presidentes que motorizan el proyecto?
A la sensible pérdida de Néstor Kirchner, se suma el fin del mandato presidencial de Inacio Lula da Silva. No es que su sucesora, Dilma Roussef, no se encuentre a la “altura del desafío”; pero a los inconvenientes esperables deberá sumar su condición de mujer, algo que a su par de Argentina, Cristina Fernández, le ha causado no pocos dolores de cabeza.
Y antes de la salida de Da Silva se produjo en Chile la de Michelle Bachelet, pieza sensible del entramado continental, derrotada por un representante de la derecha cuyo compromiso con el proyecto de unión siempre será, cuanto menos, dudoso. Esto a pesar de que en los pocos meses de su gestión aún no se ha definido como un obstáculo.
Del resto cabe la pregunta: ¿Quién sucederá a Evo Morales; Hugo Chávez; Fernando Lugo o Rafael Correa manteniéndose, en cada caso, a la altura de las circunstancias?
La respuesta sólo puede construirse desde el fortalecimiento del proyecto hasta el punto de generar respuestas concretas para el ciudadano común y forzar así la aparición natural de sustitutos capaces de comprometerse para profundizar el camino de la unidad. Dicho de otra manera, con el fortalecimiento del Imaginario Social necesario para el sustento del proyecto de Patria Grande.
En la lista de espera de cuestiones “a resolver” existen desafíos estructurales para -otra vez en palabras de Rafael Correa- “que no quede un pedazo de nuestros países sin desarrollo equitativo en esta América nueva que se proyecta hacia el futuro como la unidad del Sur”.
En ese sentido, puede considerarse como deuda la creación de un Centro de Arbitraje que permita dirimir las diferencias entre los países de la región en sus nuevos foros naturales, dejando de lado otras instancias que potencian la injerencia interesada de potencias centrales. También, armonizar las políticas sociales y laborales de los países de la Unasur.
En el marco económico y financiero, la cuestión latente de la creación de un Banco Sudamericano se torna esencial para canalizar el superávit proveniente de las exportaciones primarias que la región hace a un mundo sediento de materias primas.
La canalización de esos excedentes debería pagar la estratégica determinación de invertir en la construcción de un sistema económico secundario y energético, así como priorizar el desafío de mejorar las vías de comunicación terrestre, fluvial, aérea o marítima que estrechen los vínculos entre los países miembros.
Frente a un planeta en el cual la salida de la crisis parece estribar en el deseo hegemónico de potenciar las exportaciones -“Si todos quieren vender no hay quien quiera comprar”, manifiesta sabiamente Lula Da Silva- las comunicaciones y el desarrollo industrial resultan fundamentales para potenciar el mercado interno y representa una excelente manera de eludir la tan mentada “guerra de divisas”.
Pero nada de eso puede ser posible si simultáneamente no se armonizan las economías a efectos de equilibrar el comercio. Y en este caso, no se trata de reeditar a nivel regional la histórica distribución internacional del trabajo sino de balancear con armonía las relaciones de producción y comercio.
Hay mucho de arte en la solución del problema planteado y debe combinar, en su justa medida, las producciones primarias, las secundarias y los servicios de manera de servir al crecimiento social equitativo. Y todo esto sin destruir el medio ambiente.
En estos aspectos todo está por hacerse y esa obviedad implica que el reacomodamiento de lo existente representa una dificultad mínima si se lo compara con lo que le costó dos décadas atrás a la naciente Unión Europea o lo que le costará al mundo “desarrollado” reconvertir sus industrias a fin de no seguir haciendo del mundo un basurero planetario.
Es más, en la actual coyuntura de crisis global, el mensaje sudamericano que propugna la injerencia estatal en la planificación de la economía y la reactivación de los mercados internos -que ha mantenido a la región alejada de los efectos de la crisis- aparece en los hechos como el más saludable y, sin embargo, no alcanza para modificar las desesperadas políticas de los países centrales.
Como ejemplo basta observar los inconvenientes que se suceden en la Unión Europea, sumergida en el Consenso de Berlín, una reedición europea de su homólogo de Washington, por el que se pretende salvar de la crisis a los acreedores de los Estados –los bancos alemanes- más que a esos Estados. ¿Dónde está la solidaridad Regional de la Unión Europea?
Otro tanto vale para Estados Unidos. La esperanza de que la administración Obama ayudase a los ciudadanos comunes en problemas, generase trabajo y reactivara el mercado interno se volatilizó con la decisión presidencial de aprobar el mega rescate a las entidades bancarias culpables de la hecatombe.
Ambos casos representan la negación de la visión económica regional sudamericana, templada por el desastre del avance neoliberal de los años 90. Y las consecuencias están a la vista: disturbios en Grecia; Ley marcial en España; protestas en Londres; aumento de la xenofobia en Francia y represión violenta de la protesta social.
Por último queda la cuestión de la Defensa. Si la Unión Latinoamericana demoró 200 años fue porque hubo fuerzas externas e internas que trabajaron prolijamente –y sin prescindir de la violencia- para demorar el proyecto continental.
Esas fuerzas no están muertas, aunque sí en crisis. Puede ser que para contener a las quintas columnas internas alcance con la cláusula democrática, pero aún así quedarían las presiones provenientes desde los centros del poder mundial.
Por ejemplo, el sistema estadounidense sustentado en la emisión de divisas sin respaldo y sin timón político que se atreva al “cambio” propugnado -e incumplido- durante la campaña electoral por el actual mandatario Barack Obama, se resiste a pie firme a cambiar las viejas estructuras que le otorgaran la hegemonía planetaria desde la Primera Guerra Mundial.
Con un poder militar varias veces superior al necesario para destruir el planeta y en manos de la conducción timorata ejercida desde el Salón Oval, Estados Unidos reacomoda sus piezas buscando las posiciones relativas favorables que perfilan a la guerra como único camino para reencontrar su “Destino Manifiesto”.
Merced a bases militares en países complacientes, la IV flota amenazante, acciones de espionaje más que nunca expuestas desde el affaire Wilkileaks, entidades al servicio de la desestabilización -CIA, DEA, SIP-, monopolios informativos y guerras extranjeras en curso -Irak y Afganistán- o latentes como en Corea o Irán; merced a todo esto, decíamos, la Casa Blanca amenaza a sus “competidores” –China y Rusia- o a los “díscolos” –gran parte de América Latina- de forma tan suicida que parecería preferir la inmolación total a la pérdida de sus privilegios.
El escenario de conflicto es de alta probabilidad y el arte que implica el montaje de la estructura de defensa para tal contingencia no puede demorarse. Tal emprendimiento requerirá necesariamente tanto de un cambio de mentalidad militar -centrada durante años en la contrainsurgencia- como de un organismo centralizado, infraestructura, sostén logístico propio y organización social adecuada.
La tarea es impresionante, mil veces mayor a la que San Martín debió emprender para, de la nada, construir el Ejército Libertador de los Andes en el punto de inicio de este sendero que hoy retoman los pueblos de América.
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