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sábado, 19 de febrero de 2011

El horizonte emancipador

Que en los países árabes ondeen las banderas del Che Guevara en medio de policías y barricadas; que su pensamiento –síntesis del ideal libertador latinoamericano-, su utopía y el inquebrantable ejemplo de consecuencia que fue su vida, todavía tenga algo que decirle a los pueblos, en estos tiempos de crisis y desencantos, es un hermoso signo de esperanza para los pobres y condenados de la tierra.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

(Fotografía: Manifestantes libaneses frente a la embajada de Egipto, en apoyo a la insurrección popular).

Mientras las rebeliones populares cambian dramáticamente el panorama estratégico del Medio Oriente, y conmueven el orden hegemónico de las potencias occidentales imperante allí desde hace al menos medio siglo, a este lado del mundo, con menos difusión mediática, los Estados Unidos refuerzan el eje de seguridad nacional –control geopolítico y económico- de su política exterior hacia América Latina.

En México y Centroamérica esto ha sido evidente en las últimas semanas, en particular, con el aumento del tono de la retórica injerencista de los funcionarios de la Casa Blanca –zapadores de la intervención real- y el entusiasmo bélico de las élites políticas regionales, que recibieron efusivamente el anuncio del Plan Centroamérica contra el narcotráfico –sombrero del Plan Colombia y la Iniciativa Mérida-.

Para Washington, se trata de la reafirmación imperial en su zona de influencia; para los gobiernos centroamericanos, es la apuesta por la seguridad para sostener un modelo de sociedad excluyente e injusto.

En un escenario como este, en el que la resignación ciudadana se convierte en estandarte de los eternizadores del status quo, tiene más sentido que nunca preguntarse por el futuro de América Latina y los peligros que enfrenta nuestra región, y pensar en sus alternativas desde un horizonte emancipador.

En La Habana, con motivo de la Feria Internacional del Libro, muchos intelectuales latinoamericanos, hombres y mujeres, han discutido sobre este tema y señalado vías para emprender este necesario ejercicio de imaginación política: unos insistieron en hacer de la cultura una guía para la liberación del individuo y de los pueblos; otros, apuntaron a la importancia de recuperar el protagonismo de los movimientos sociales, que hace una década empezaron a cambiar el rostro de una región hasta entonces condenada a la vocación de felpudo, como dice Eduardo Galeano; algunos más, centraron sus reflexiones en la necesidad de profundizar los procesos de cambio en América del Sur, y al mismo tiempo, acelerar la unidad y la integración latinoamericana. Y Fidel Castro, el histórico líder de la Revolución Cubana, en una nueva aparición pública alzó su voz para instar a una misión mayor: salvar a la humanidad de la doble amenaza de la guerra nuclear y el cambio climático. Son valiosos puntos de partida.

Desde nuestra perspectiva, pensar en los caminos posibles de la segunda emancipación de nuestra América supone reconocer que la tarea iniciada en 1810, solamente desató las fuerzas que aún hoy, en el siglo XXI, requieren ser encauzadas hacia la construcción de naciones socialmente justas, democráticas, capaces de trascender el egoísmo, la lógica de la exclusion, la compulsión consumista y los destructivos modos de producción del capitalismo depredador.

Tal búsqueda, como sostiene el filósofo Enrique Dussel, debería concretarse en una política y una cultura de la liberación, nutrida de la trayectoria descolonizadora latinoamericana: esa que entronca las corrientes de pensamiento y acción política de, por ejemplo, José Martí con José Carlos Mariategui, y del “farabundismo” de los años 1930 con la Revolución Cubana de 1959; que se proyecta en la experiencia de la Unidad Popular de Salvador Allende, en la Revolución Sandinista (que supo interpretar positivamente “la cultura popular y su religiosidad”), en el zapatismo y el EZLN (“con una nueva concepción de las culturas ancestrales del continente”), y que encuentra una de sus últimas expresiones en la reacción contra el neoliberalismo desde la que germinan la Revolución Bolivariana, las rebeliones populares y los nuevos liderazgos políticos de la última década, “experimentando cada vez más la complejidad cultural de los de abajo[1].

Es decir, se trata de una política y una cultura de la liberación cuyo protagonista sea, una vez más, el “pueblo concreto, histórico, oprimido y excluido”, y que comprenda el sentido profundo de lo popular: “la medula histórica del pensamiento radical en nuestro continente político cultural”[2].

Que en los países árabes ondeen las banderas del Che Guevara en medio de policías y barricadas; que su pensamiento –síntesis del ideal libertador latinoamericano-, su utopía y el inquebrantable ejemplo de consecuencia que fue su vida, todavía tenga algo que decirle a los pueblos, en estos tiempos de crisis y desencantos, es un hermoso signo de esperanza para los pobres y condenados de la tierra. Un signo que lleva la tradición de lucha y liberación a todos los rincones del mundo: especialmente allí donde, como en nuestra América, la emancipación permanence como un proyecto de futuro abierto.


NOTAS:

[1] Dussel, Enrique (2007). Política de la liberación. Historia mundial y crítica. Madrid: Editorial Trotta. Pp. 483-485.

[2] Idem, pp. 483.

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