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sábado, 23 de abril de 2011

Nota sobre el papel de la cultura en el debate sobre la sostenibilidad del desarrollo

Somos herederos de una cultura de la Ilustración liberal que, después de transitar por las opciones contrapuestas de civilización o barbarie entre 1750 y 1850, y de progreso o atraso entre 1850 y 1950, vino a desembocar en la disyuntiva entre desarrollo y subdesarrollo aún vigente, así sea porque no se ha encontrado con qué sustituirla.

Guillermo Castro Herrera / Especial para Con Nuestra América

Desde Ciudad de Panamá

Para el ambientalismo latinoamericano, tan vinculado en su desarrollo a la relación entre deterioro social y degradación ambiental característica de nuestra región, la manera más efectiva de fomentar la riqueza natural consiste en fomentar la de las relaciones sociales de cooperación solidaria. La utilidad de este principio abstracto, sin embargo, depende de nuestra capacidad para ejercerlo en acuerdo con la circunstancia histórica que genera la crisis ambiental que nos aqueja.

Esa crisis tiene una de sus expresiones más visibles en un proceso de intensificación de la variabilidad climática natural, que a su vez estimula el cambio de los patrones de organización del clima en cuyo marco se ha desarrollado la civilización que conocemos. Esas alteraciones, y sus tendencias previsibles, han generado ya diversas iniciativas globales encaminadas a mitigar el impacto del cambio climático y a propiciar la adaptación humana a los nuevos patrones de clima que emergen de ese proceso.

Dentro de esas iniciativas destacan, por ejemplo, las que promueven alternativas de producción y consumo de energía que contribuyan a disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero asociados a un incremento en la incidencia de eventos naturales potencialmente desastrosos, como los huracanes. Aun así, el vínculo entre estos factores excede a menudo nuestra capacidad para percibirlo y actuar en consecuencia.

Parte de esa dificultad se debe, sin duda, a que somos herederos de una cultura de la Ilustración liberal que, después de transitar por las opciones contrapuestas de civilización o barbarie entre 1750 y 1850, y de progreso o atraso entre 1850 y 1950, vino a desembocar en la disyuntiva entre desarrollo y subdesarrollo aún vigente, así sea porque no se ha encontrado con qué sustituirla. En ese marco, el problema de la energía tiende inevitablemente a ser considerado en relación con la aspiración a un crecimiento y una acumulación sostenidos e incesantes, propia de la cultura del desarrollo.

Esta visión debe ser criticada a partir de sus consecuencias prácticas. En materia de energía, por ejemplo, el problema a debatir no es tanto el de su origen – fósil, solar, hidráulico, eólico o biológico - cuanto el de los propósitos de su producción y consumo.

Aquí, lo que realmente está en cuestión es el lugar de la energía en el paso de una relación viciosa a una virtuosa en las interacciones entre nuestra especie y su entorno natural. Por lo mismo, esto nos plantea un desafío de orden político y cultural, antes que tecnológico.

Ese desafío, sin embargo, sólo podrá ser encarado en la medida en que lleguemos a ser capaces de asumir a la cultura de la Ilustración como un momento formativo necesario en el desarrollo de una cultura superior: la de la sostenibilidad del desarrollo de nuestra especie. Esta tarea no es sencilla, ni puede operar simplemente a través del rechazo mecánico de la Ilustración y sus valores, incluido el del progreso. Aquí, como nos advirtiera Antonio Gramsci, conviene recordar que:

“En el análisis de los problemas histórico–críticos es preciso no concebir la discusión científica como un proceso judicial en el cual hay un imputado y un procurador que, por obligación de oficio, debe demostrar que aquél es culpable y digno de ser quitado de la circulación. En la discusión científica, dado que se supone que el interés sea la búsqueda de la verdad y el progreso de la ciencia, se muestra más “avanzado” quien se coloca en el punto de vista de que el adversario puede expresar una exigencia que debe ser incorporada, quizás como un momento subordinado, en la propia construcción” (El Materialismo Histórico y la Filosofía de Benedetto Croce. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 2003, p. 26. [cursiva: GCH]).

Para superar críticamente la ignorante arrogancia de quienes confunden el proceso general de desarrollo de nuestra especie con la forma histórica particular de ese proceso que ahora ha entrado en crisis, es necesario superar toda arrogancia que limite la posibilidad de incorporar a una visión nueva de nuestro lugar y nuestra responsabilidad en el mundo todas las conquistas y todos los sueños del pasado que hoy nos corresponde superar. Desde allí, podremos contribuir a la construcción de la cultura que llegue a ser capaz de expresar el interés general de los humanos en establecer los fundamentos de una sociedad capaz de sobrevivir al desastre ambiental creado por la nuestra, y convertir de posible en probable la transición a un mundo nuevo.

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