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sábado, 10 de septiembre de 2011

Centroamérica y México: la mano dura es el último recurso

La mano dura es una política de la desesperación. Pero no hay que ser ingenuos: atrás de estas propuestas hay intereses económicos y políticos muy grandes y poderosos. Una guerra no declarada, como la que se vive en la región, mueve ingentes capitales que lucran con la inseguridad y la muerte de las mayorías.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

rafaelcuevasmolina@hotmail.com

A estas alturas del partido, reprimir a las fuerzas desbocadas del narcotráfico y la criminalidad organizada parece ser “la” alternativa. Las encuestas que se hacen periódicamente muestran a una ciudadanía harta de la violencia desbocada, sin límites, atroz, pública e impune que campea en todos los resquicios sociales, desde el Estado y sus instituciones hasta el seno del hogar.

Pero esa justificada preocupación de toda la gente de la región no necesariamente avala las políticas de mano dura que proponen los políticos de turno de manera muchas veces populista y aprovechándose de la desesperación generalizada.

La violencia no ha nacido y proliferado por generación espontánea. Es el producto de decenas de años a través de los cuales se han venido estructurando sociedades terriblemente excluyentes, en donde a la gente le falta lo más elemental para una vida digna.

En México, en donde la política de mano dura del presidente panista Felipe Calderón lleva ya varios miles de muertos en su haber, los mexicanos claman por un respiro y, seguramente, le costará la presidencia al actual partido gobernante en las próximas elecciones.

En El Salvador, en donde se endurecieron las leyes contra las maras y la criminalidad organizada en el anterior período presidencial del partido ARENA, las estadísticas persisten en mostrar no solo que los muertos siguen engrosándolas, sino que su número crece.

Es lo mismo que decir, con hechos y no con palabras, que la mano dura no da los resultados perseguidos. Pero como la mayoría de las personas no leen las estadísticas y, generalmente, no le llevan el pulso a los análisis que se hacen sobre los resultados de tales políticas, se dejan llevar por la angustia de la vida cotidiana y terminan avalándolas con su voto.

La mano dura no es más que la expresión política de la actitud de disciplinamiento que el padre o la madre desesperados aplican al hijo tarambana que se les sale de cauce. Hoy, cuando se ha demostrado que la idea de que “la letra entra con sangre” no lleva, la mayoría de las veces, más que a obtener los resultados contrarios a los que se persiguen, en medio de la desesperación se acude a ellos porque ya no se sabe qué hacer.

Es una política de la desesperación. Pero no hay que ser ingenuos: atrás de estas propuestas hay intereses económicos y políticos muy grandes y poderosos. Recuérdese que una guerra no declarada, como la que se vive en la región, mueve ingentes capitales que lucran con la inseguridad y la muerte de las mayorías.

Felices están de lo que se está viviendo los comerciantes de armas. No solo el dueño de una pequeña armería en alguna de de las capitales centroamericanas, sino los grandes comerciantes, los que proliferan en la frontera norteamericana con México y que no tienen empacho en vender miles de armas de todo tipo que pasan de contrabando hacia México y Centroamérica.

Lucran políticamente con esta situación también los Estados Unidos, que justifican su presencia armada, sus bases militares, sus buques, sus helicópteros artillados que cumplen el papel de la caballería al rescate que sus películas de la conquista del Oeste nos vendieron como la salvación milagrosa de último momento.

Y arriman ganancias para sí los políticos inescrupulosos que se aprovechan del desasosiego de la gente y prometen resolver el problema con esas políticas periclitadas. Eso es lo que están haciendo los candidatos que encabezan las intenciones de voto de los guatemaltecos que deben salir a votas mañana, 11 de septiembre. El principal ganancioso con esta situación es el general retirado Otto Pérez Molina, quien en la guerra contrainsurgente que protagonizó el ejército guatemalteco contra su propio pueblo tuvo un papel protagónico.

Después de 36 años de guerra interna, los guatemaltecos han salido de Guatemala para caer en Guatepeor.

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