Páginas

sábado, 15 de octubre de 2011

Economía verde: el debate en curso

La economía verde, aun en la acepción (casi) políticamente correcta que le da la CEPAL, no es posible ni en el capitalismo que conocemos, ni en los socialismos que conocimos. Llegar a una economía así supone encarar un problema cultural y político que está en el corazón mismo del ambientalismo contemporáneo…

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América

Desde Ciudad Panamá

La revista América Latina en Movimiento, que edita la Agencia Latino Americana de Información, dedica su edición de septiembre – octubre de 2011 a la crítica de la llamada “economía verde”. Se trata, como sabemos, de un concepto de creciente importancia en el debate ambiental. La próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible – más conocida como Rio + 20 -, por ejemplo, tiene como temas temas principales el de una economía verde en el contexto del desarrollo sostenible y la erradicación de la pobreza, y el del marco institucional para el desarrollo sostenible.

De hecho, la economía verde ha venido a ser la expresión más reciente de ese ejercicio de búsqueda de la verdad en una casa de espejos en que ha devenido el debate sobre el desarrollo sostenible. Para unos, constituye la última esperanza de éxito en la tarea de encarar (o eludir) el problema fundamental del debate, que es el de la capacidad que tenga (o no tenga) el orden mundial realmente existente para transformarse en el protagonista de su propia salvación. Para otros, es un mero ardid publicitario, diseñado para distraer las miradas y las energías de la atención a las verdaderas causas de origen de la crisis ambiental global que padecemos.

El objeto en debate ha sido objeto de múltiples definiciones. Como suele ocurrir, una de las más claras y sencillas proviene de la gran tradición latinoamericana de pensamiento sobre los problemas del desarrollo. Así, en un documento reciente la CEPAL ha expresado que una economía verde "es aquella que incrementa y privilegia el bienestar humano y la equidad social, a la vez que reduce significativamente los riesgos ambientales y las escaseces ecológicas. […] En una economía verde se reducen los impactos ambientales negativos, como las emisiones de carbono y la contaminación, a la vez que se promueve la eficiencia en el uso de la energía y de los recursos y se evita la pérdida de diversidad biológica y de los servicios de los ecosistemas.”(CEPAL, 2011: 12)

La definición parece inobjetable como ejercicio de construcción conceptual. Lo que cabe objetar, sin embargo, es la posibilidad de llevarla a la práctica en el marco del orden mundial realmente existente. Así, por ejemplo, el mismo documento de la CEPAL – tras recapitular los mandatos y acciones derivados de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo y el Ambiente, celebrada en Rio de Janeiro en 1992, y la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible celebrada en Johannesburgo en 2002 -, señala que – en vísperas de la Conferencias de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible a realizarse en Rio de Janeiro en 2012, ya designada como Rio + 20 -, “los grandes retos de la región en materia de desarrollo sostenible siguen siendo los mismos de antes, pero ubicados en un contexto nuevo y más exigente de cambio climático y de reajuste del poder económico mundial”. (CEPAL, 2011: 21).

Con todo, añade el documento, la buena noticia consiste en que

"la situación ambiental de América Latina y el Caribe es hoy muy distinta a la que había en 1972, cuando el medio ambiente aparecía muy marginalmente en la agenda pública; en 1992, cuando la región estaba saliendo de una “década perdida” de bajo crecimiento, alta inflación y demás restricciones relacionadas con el endeudamiento externo, y en 2002, cuando salía de una década de reformas que había debilitado las estructuras gubernamentales y enfrentaba nuevas crisis económicas". (CEPAL, 2011: 21)

Hoy, añade, existe una nueva circunstancia, definida por el crecimiento económico sostenido de la región durante la última década, su creciente importancia en la economía mundial, el fortalecimiento de sus organizaciones estatales y lo logrado en materia de reducción de la pobreza. A eso habría que agregar, si de ambiente se trata, la masificación del interés por los problemas ambientales; la creciente incidencia de ese interés en nuestros movimientos sociales; la renovada vigencia del pensamiento latinoamericano en este campo – en áreas que van desde la historia ambiental hasta la ecología política -, y la formación de una intelectualidad que recoge lo mejor de una tradición que se remonta al menos a la década de 1970 y lo vincula a lo mejor, también, de los grandes debates contemporáneos sobre el tema.

En esa perspectiva, el camino que hoy conduce a Rio + 20 tiene su punto de partida en la advertencia hecha por Fidel Castro en Rio 92, cuando en su discurso ante aquella Cumbre de Ambiente y Desarrollo señaló lo siguiente:

"Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre.

Ahora tomamos conciencia de este problema cuando casi es tarde para impedirlo.

Es necesario señalar que las sociedades de consumo son las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medio ambiente. Ellas nacieron de las antiguas metrópolis coloniales y de políticas imperiales que, a su vez, engendraron el atraso y la pobreza que hoy azotan a la inmensa mayoría de la humanidad. Con solo el 20 por ciento de la población mundial, ellas consumen las dos terceras partes de los metales y las tres cuartas partes de la energía que se produce en el mundo. Han envenenado los mares y ríos, han contaminado el aire, han debilitado y perforado la capa de ozono, han saturado la atmósfera de gases que alteran las condiciones climáticas con efectos catastróficos que ya empezamos a padecer.

Los bosques desaparecen, los desiertos se extienden, miles de millones de toneladas de tierra fértil van a parar cada año al mar. Numerosas especies se extinguen. La presión poblacional y la pobreza conducen a esfuerzos desesperados para sobrevivir aun a costa de la naturaleza. No es posible culpar de esto a los países del Tercer Mundo, colonias ayer, naciones explotadas y saqueadas hoy por un orden económico mundial injusto.

La solución no puede ser impedir el desarrollo a los que más lo necesitan. Lo real es que todo lo que contribuya hoy al subdesarrollo y la pobreza constituye una violación flagrante de la ecología. Decenas de millones de hombres, mujeres y niños mueren cada año en el Tercer Mundo a consecuencia de esto, más que en cada una de las dos guerras mundiales. El intercambio desigual, el proteccionismo y la deuda externa agreden la ecología y propician la destrucción del medio ambiente.

Si se quiere salvar a la humanidad de esa autodestrucción, hay que distribuir mejor las riquezas y tecnologías disponibles en el planeta. Menos lujo y menos despilfarro en unos pocos países para que haya menos pobreza y menos hambre en gran parte de la Tierra. No más transferencias al Tercer Mundo de estilos de vida y hábitos de consumo que arruinan el medio ambiente. Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre".

La discusión sobre la economía verde, como el debate sobre el desarrollo sostenible, no ocurren en el vacío, sino en un contexto histórico bien definido. Los textos que nos ofrece ahora América Latina en Movimiento tienen, así, una clara línea base a la que referir su cuestionamiento. Y esto es tanto más importante, pues de lo que se trata, hoy, no es de encontrar soluciones dentro de un orden mundial que se desintegra ante los ojos de todos, sino de establecer con claridad las opciones de futuro que se abren a partir de esa desintegración en curso.

Con toda evidencia, la economía verde, aun en la acepción (casi) políticamente correcta que le da la CEPAL, no es posible ni en el capitalismo que conocemos, ni en los socialismos que conocimos. Llegar a una economía así supone encarar un problema cultural y político que está en el corazón mismo del ambientalismo contemporáneo: el que se deriva del hecho de que, siendo el ambiente el producto de las interacciones entre la sociedad y su entorno natural, quien aspire a un ambiente distinto tendrá que contribuir a la construcción de una sociedad diferente. Identificar esa diferencia, y establecer los términos de su viabilidad, es el mayor desafío que encaran todos los que participan del debate en curso.

Referencias

América Latina en Movimiento: “El cuento de la economía verde”. 468 – 469, septiembre – octubre 2011. http://alainet.org/publica/468-9.phtml

Comisión Económica para América Latina y el Caribe: La sostenibilidad del desarrollo a 20 años de la Cumbre de la Tierra: avances, brechas y limitaciones para América Latina y el Caribe. Versión preliminar, septiembre 2011.

No hay comentarios:

Publicar un comentario