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sábado, 22 de octubre de 2011

Guatemala: Las huellas de octubre de 1944

Las nuevas generaciones de guatemaltecos reciben una herencia política ignominiosa: un país polarizado social, política y económicamente, en donde muchos de los problemas que en 1944 se buscaba resolver siguen presentes. Los que dieron el golpe que derrocó a Jacobo Árbenz siguen ahí, orondos y prepotentes.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

rafaelcuevasmolina@hotmail.com

El 20 de Octubre de 1944, una revolución ciudadana en la que participaron estudiantes, profesionales, artesanos, obreros y militares, derrocó al gobierno de facto del general Federico Ponce Vaides, quien ocupaba el lugar de otro general, Jorge Ubico, quien con mano de hierro había gobernado el país durante 14 años pero que se había visto forzado a renunciar apenas unos meses antes.

El movimiento insurreccional, luego conocido como la Revolución de Octubre de 1944, inauguró lo que sería 10 años de primavera democrática como nunca había conocido el país. Un triunvirato de militares rápidamente convocó a elecciones que fueron ganadas por el profesor Juan José Arévalo, a quien sucedió Jacobo Árbenz Guzmán.

Las reformas impulsadas en esos diez años buscaban “modernizar” al país que, luego de una historia de dictaduras atrabiliarias y conservadoras, mantenían a esas alturas del siglo XX formas de explotación que fácilmente pueden ser catalogadas como de tipo colonial. Una de ellas, la llamada Ley de Vagancia, por ejemplo, mandaba que las personas sin trabajo lo hicieran gratuitamente para los grandes terratenientes durante 150 días al año.

Hacer algo a favor del movimiento hacia adelante implicaba, por lo tanto, tocar grandes y poderosos intereses. Unos, vinculados a la oligarquía terrateniente; otros, a los de las compañías norteamericanas asentadas en el país, que recibían un trato preferencial.

Dada la increíblemente desigual distribución de la tierra (un 2% de la población del país con el 70% de la tierra cultivable, y un 80% con el 20%), el gobierno de Jacobo Árbenz decidió impulsar una reforma agraria que tocaba básicamente las tierras ociosas de las grandes propiedades agrícolas. No era una reforma radical pero, dado el país en el que se llevaría a cabo, tenía una carácter revolucionario no solo por sus implicaciones materiales sino, también, simbólicas.

Entre las tierras que serían compradas por el Estado al precio que la compañía declaraba para pagar sus impuestos, estaba la poderosísima United Fruit Company, transnacional norteamericana dedicada al cultivo y exportación de banano, regenteada por el hermano del director la CIA, J. Foster Dulles.

Fue esa la gota que derramó el vaso; en junio de 1954, fuerzas de mercenarios organizados por la CIA invadieron Guatemala, derrocaron al presidente y lo enviaron al exilio. Se inicia así en el país una época de polarización política, de represión y autoritarismo que duraría buena parte de la segunda mitad del siglo XX, y cuyas consecuencias se siguen pagando hasta nuestros días.

En efecto, no es casual que Guatemala sea hoy uno de los países de América Latina (y del mundo) con peores indicadores en todos los órdenes de la vida social, económica y política. No es casual, tampoco, la epidemia de violencia que la asuela; la corrupción que campea en sus instituciones gubernamentales; la impunidad que exhibe su aparato judicial.

Muchos de los que hoy se rasgan las vestiduras por la situación imperante y se duelen de la postración en la que se encuentra el país, son los mismos que hace 57 años acogieron con vivas y sensación de alivio a las huestes mercenarias apoyadas por la CIA.

¡Pobre Guatemala!. Como dijo el poeta Otto René Castillo quien murió en 1967 a manos del Ejército guatemalteco: “¿Por qué nacieron hijos tan viles de madre tan cariñosa?”.

Las nuevas generaciones de guatemaltecos reciben una herencia política ignominiosa: un país polarizado social, política y económicamente, en donde muchos de los problemas que en 1944 se buscaba resolver siguen presentes. Los que dieron el golpe que derrocó a Jacobo Árbenz siguen ahí, orondos y prepotentes. Los que se dieron a la tarea de mantener el estatus quo con la fuerza de las armas y la represión se vanaglorian de sus actos.

Este 20 de octubre del 2011, acatando un fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el gobierno de Guatemala “pidió perdón” a los familiares del general Jacobo Árbenz en el patio del otrora Palacio Nacional, sede entonces del gobierno, por los hechos acaecidos y los crímenes cometidos.

Estuvo presente su hijo, sus nietas y bisnietos. No estuvieron presentes, sin embargo, los que sí debieron estarlo, en primera fila, pidiendo perdón de hinojos: los oligarcas traidores que siguen libando las mieles del poder omnímodo y tienen al país sumido en la miseria y el miedo. Esos no están arrepentidos y se burlan en privado y en público de tales actos simbólicos de resarcimiento. Están felices porque a la vuelta de la esquina está el general Otto Pérez Molina quien, seguramente, ganará las próximas elecciones de noviembre, y tendrá la misma actitud de desprecio hacia ese tipo de actos que la que tienen ellos.

Hay que recordar, sin embargo, que no hay mal que duré cien años ni pueblo que lo resista. Llevan 57. Ya no falta tanto.

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