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sábado, 15 de octubre de 2011

Segunda carta a las izquierdas

Frente al perturbador recetario neoliberal, es difícil imaginar que las izquierdas no estén de acuerdo con el principio “mejor Estado, siempre; menos Estado, nunca” y que no extraigan consecuencias de ello.

Boaventura de Sousa Santos / Rebelion

La democracia política presupone la existencia del Estado. Los problemas que hoy vivimos en Europa muestran que no hay una democracia europea porque no hay un Estado europeo. Dado que muchas prerrogativas soberanas fueron transferidas a las instituciones europeas, las democracias nacionales son hoy menos robustas porque los Estados nacionales son postsoberanos. Los déficits democráticos nacionales y el déficit democrático europeo se alimentan los unos a los otros y todos se agravan porque, mientras tanto, las instituciones europeas han decidido transferir a los mercados financieros parte de las prerrogativas transferidas a ellas por los Estados nacionales.

Al ciudadano común le será fácil concluir hoy (lamentablemente sólo hoy) que fue una trama bien urdida para incapacitar a los Estados europeos en el desempeño de sus funciones de protección de los ciudadanos ante los riesgos colectivos y promoción del bienestar social. Esta trama neoliberal ha sido urdida en todo el mundo , y Europa sólo tuvo el privilegio de sufrir la “trama” a la europea. Veamos cómo ocurrió .

Está en marcha un proceso global de desorganización del Estado democrático. La organización de este tipo de Estado se basa en tres funciones: la función de confianza, a través de la cual el Estado protege a los ciudadanos contra fuerzas extranjeras, crímenes y riesgos colectivos; la función de legitimidad, mediante la cual el Estado garantiza la promoción del bienestar; y la función de acumulación, con la que el Estado garantiza la reproducción del capital a cambio de recursos (tributación, control de sectores estratégicos) que le permitan desempeñar las otras dos funciones.

Los neoliberales pretenden desorganizar el Estado democrático a través de la inculcación en la opinión pública de la supuesta necesidad de varias transiciones.

Primera: de la responsabilidad colectiva a la responsabilidad individual. Para los neoliberales, las expectativas de vida de los ciudadanos se derivan de lo que ellos hacen por sí mismos y no de aquello que la sociedad puede hacer por ellos. Tiene éxito en la vida quien toma buenas decisiones o tiene suerte y fracasa quien toma malas decisiones o tiene poca suerte. Las condiciones diferenciadas del nacimiento o el país no deben ser significativamente alteradas por el Estado.

Segunda: de la acción del Estado basada en la tributación a la acción estatal basada en el crédito. La lógica distributiva de la tributación permite al Estado expandirse a costa de los rendimientos más altos, cosa que, según los neoliberales, es injusto, mientras que la lógica distributiva del crédito obliga al Estado a contenerse y pagar lo adeudado a quien le presta. Esta transición garantiza la asfixia financiera del Estado, la única medida eficaz contra las políticas sociales.

Tercera: del reconocimiento de la existencia de bienes públicos (educación, salud) e intereses estratégicos (agua, telecomunicaciones, servicios postales) administrados por el Estado como bienes interés común de acuerdo con la idea de que cada intervención del Estado en un área potencialmente rentable es una limitación ilegítima de las oportunidades de beneficio privado.

Cuarta: del principio de primacía del Estado al principio de primacía de la sociedad civil y el mercado. El Estado es siempre ineficiente y autoritario. La fuerza coercitiva del Estado es hostil al consenso y a la coordinación de los intereses y limita la libertad de los empresarios, que son los que crean la riqueza (de los trabajadores hay mención alguna). La lógica interpretativa del gobierno debe ser sustituida en la medida de lo posible por la lógica cooperativa de la gobernanza entre intereses sectoriales, entre ellos el del Estado.

Quinta: de los derechos sociales para el apoyo en situaciones extremas de pobreza o incapacidad a la filantropía. El Estado del bienestar ha exagerado la solidaridad entre los ciudadanos y transformado la desigualdad social en un mal cuando, de hecho, es un bien. Entre quien da limosna y quien la recibe no hay igualdad posible, uno es sujeto de caridad y otro objeto de la misma.

Frente a este perturbador recetario neoliberal, es difícil imaginar que las izquierdas no estén de acuerdo con el principio “mejor Estado, siempre; menos Estado, nunca” y que no extraigan consecuencias de ello.

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