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viernes, 4 de noviembre de 2011

El nuevo sistema internacional de Balance de Poder

El Balance de Poder que se está consolidando excluye a la mayoría de naciones del planeta de la toma de decisiones, dejando estas en manos de un pequeño grupo de potencias que establecerán nuevas normas de comportamiento internacional augurando un mundo en el que se extinguirán los conflictos entre ellas, pero se pondrá en grave peligro la paz y la estabilidad en los países del sur del planeta.

Sergio Rodríguez Gelfenstein* / Especial para Con Nuestra América

Desde Caracas, Venezuela

La realidad internacional se ha logrado entender a partir de la caracterización de los sistemas que la regulan. Hasta comienzos del siglo pasado imperó en el mundo un régimen de balance de poder que comenzó a resquebrajarse al triunfar la Revolución rusa, la cual fue manifestación de un cambio ideológico distinto en la orientación imperante en el mundo. Así, el mundo de balance de poder dio paso al mundo bipolar a partir de 1945.

La desaparición de la Unión Soviética en 1991, marcó el fin de una época que condujo a un período de caos del sistema internacional que se extendió durante toda la última década del siglo pasado como consecuencia de sistemas que trataban de imponerse y que derivaron en dos grandes tendencias:

1. Hacia la multipolaridad, la lucha por la paz, la protección del medio ambiente, la emergencia de actores que hasta ahora no tenían una presencia relevante y, en general, una lógica que pretendía poner la cooperación y el mejoramiento de la vida de los ciudadanos en el centro del quehacer internacional

2. Hacia la pretensión de Estados Unidos de establecerse como el hegemón en un sistema unipolar, poniendo en el centro los temas de seguridad y defensa y la agenda militar

En septiembre de 1990, en vista del avance de las tropas iraquíes sobre Kuwait, el Presidente George Bush expuso su propia idea respecto al sistema internacional y su visión del modelo de cooperación que se debía construir al hacer referencia a un “Nuevo Orden Mundial” durante su discurso ante el Congreso de Estados Unidos: “Ha iniciado una nueva sociedad entre las naciones (…) Nos encontramos en un momento único y extraordinario. La crisis en el Golfo Pérsico, ofrece la oportunidad de avanzar hacia un período de cooperación. Nuestro quinto objetivo –un nuevo orden mundial- emerge de estos tiempos turbulentos (...) Una era en la que las naciones del mundo, Este y Oeste, Norte y Sur, puedan prosperar y vivir en armonía”.

Así, la administración estadounidense, después del 11 de septiembre de 2001, “declaró” la guerra al terrorismo y a todos los países que protejan a terroristas, en lo que denominó “Operación Libertad Duradera”, señaló a Osama Bin Laden como el principal sospechoso de los ataques y al gobierno talibán de Afganistán como su protector. Sin embargo, la situación creada estableció el peligro de que la agresión de Estados Unidos pudiera extenderse a Asia Central, internacionalizando este conflicto, como ya ocurre en Pakistán y otros países musulmanes.

Esta decisión condujo a trascendentes cambios en el sistema internacional. En el trasfondo estaba definir a su favor la disyuntiva entre un mundo multipolar y uno unipolar que se resolvió a favor del último. Estados Unidos emergió como única potencia mundial, para luchar contra el nuevo "comunismo" ahora denominado "terrorismo". Las declaraciones de Bush del 11 y 12 de septiembre de 2001 y sobre todo la del día 20 del mismo mes y año son al igual que la Declaración Monroe y el Destino Manifiesto del siglo XIX y las 14 medidas de Wilson en el siglo XX el elemento ordenador y de principios de la política exterior de Estados Unidos para el siglo actual

Este nuevo paradigma hizo que la agenda política internacional sufriera un cambio radical puesto que la atención de las naciones se centró primero en las manifestaciones de apoyo y solidaridad con el gobierno estadounidense y en secundar su propuesta de conformar una coalición para enfrentar al terrorismo; sin embargo, a posteriori la preocupación giró en torno a la seguridad nacional. Después de los ataques terroristas a Estados Unidos y antes de la respuesta de éste contra Afganistán e Irak, la amenaza de una nueva guerra, cambió el sentir de los gobiernos, quienes se presentaron más cautelosos respecto a la propuesta de apoyo incondicional que en primera instancia ofrecieron. La prioridad fue responder a nuevos retos que garantizaran la seguridad nacional y regional, mediante los intercambios abiertos de información, la cooperación de grupos policiales y la detección de redes de dinero supuestamente ligados al terrorismo.

En este contexto, la prueba más clara de que la institucionalidad del sistema internacional se había rendido a Estados Unidos fue su decisión de intervenir en Irak e invadir ese país, incluso pasando por encima del Consejo de Seguridad de la ONU, donde a partir de ese momento comenzó a imponer una lógica de hecho en un primer momento y de “derecho” en fechas más recientes al contar con el apoyo de Francia y Gran Bretaña y la complicidad de China y Rusia en las decisiones más trascendentes respecto de la guerra y la paz en el planeta.

Lo anterior, permite situarnos en la realidad internacional para poder introducir nuestro tema principal a fin de buscar respuestas a las interrogantes respecto de cuál será la nueva estructura del sistema internacional, sus actores, las posibles alianzas y sobre todo la agenda que prevalecerá.

Estados Unidos y sus crisis internas han puesto de manifiesto la incapacidad de dar respuestas a las principales necesidades del sistema internacional en un sistema unipolar. Lo anterior, ha conducido una búsqueda para definir qué tipo de sistema internacional se establecerá una vez que Estados Unidos, ha demostrado ser incapaz –dada su crisis económica y financiera- de sostener el modelo por si mismo

Esto hace necesario revisar las posibilidades y capacidades de los actores que optan por jugar un papel protagónico en el sistema internacional del futuro a partir del replanteamiento del modelo, los países y las agendas que comienzan a hacer parte de una nueva transición. Para entender el mapa actual y la emergencia de las nuevas potencias se precisa caracterizar las mismas, en la medida en que estos países comienzan a configurarse como posibles actores en el mundo de mañana.

En este sentido, además del indudable poder que conserva Estados Unidos y China que antes del fin de la tercera década de este siglo será la primera potencia económica mundial, hay que considerar a Rusia, sobre todo por su gran potencial energético y su poderío militar, en particular por la posesión de una cantidad considerable de armas nucleares heredadas de la Unión Soviética y por un desarrollo armamentístico que no ha cesado.

Europa deberá superar su crítica situación económica y las repercusiones de una integración hecha a la fuerza que comienza a mostrar grietas. Su dualidad de poderes entre la alianza germano-francesa que la sostiene económicamente y el poder militar cedido a la OTAN después de la entrada de Francia en ese componente, le dan al eje anglófono dominado por Estados Unidos una capacidad de injerencia hoy aceptada casi unánimemente.

Japón ya era un país en declive antes del terremoto de marzo de este año. Tiene un grave problema demográfico que le significará reducir su población aceleradamente durante este siglo. Su absoluta dependencia de fuentes energéticas externas cuando la industria basada en la energía nuclear ha entrado en crisis, lo invalidan como actor global de consideración.

Se debe considerar la alianza que se ha construido bajo la denominación BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) configurada por unos países que ya son actores globales y otros que pugnan por serlo. Esta alianza posee además alrededor de la mitad de la población del planeta y comienza a coordinar acciones por tener una mayor presencia en el espacio internacional.

También se debe tener en cuenta que la ONU vive una contradicción que obliga a su reformulación en los próximos años. Es imposible seguir teniendo un espacio democrático en la Asamblea Nacional y uno autoritario en el Consejo de Seguridad. Esto configura una confrontación que no tendrá asidero por muchos años más.

A partir de esta realidad, los sistemas que pudieran prevalecer en un futuro próximo son: mantener la unipolaridad actual, regresar a una bipolaridad ahora con Estados Unidos y China como polos de poder, establecer la multipolaridad con varios actores globales con capacidad de decisión o instalar un balance de poder.

Desde mi punto de vista, avanzamos nuevamente hacia un sistema internacional de balance de poder, el cual tiene grandes similitudes con la multipolaridad que nos “venden” cotidianamente, pero que tiene diferencias sustanciales en los términos que lo ha definido el investigador estadounidense Morton Kaplan.

El balance del poder es manejado por lo que Kaplan denomina “actores nacionales esenciales” (ANE) definidos como un número cerrado de países, que toman las decisiones no permitiendo que otros lo hagan. Al recrear algunas de las reglas que según Kaplan regulan el sistema, conocemos que la primera de ellas es “incrementar las capacidades, pero negociar antes que pelear” la segunda “pelear antes que dejar de incrementar las capacidades” y la tercera “dejar de pelear antes que eliminar a un actor esencial” todo lo cual nos permite entender lo que está ocurriendo en el mundo en los dos o tres últimos años, sobre todo desde que se desató la crisis económico financiera global y China cobró un papel mucho más activo en las decisiones globales y son las acciones que presagian el surgimiento de un nuevo sistema internacional

Esto permite explicar porque hay una retórica de confrontación entre las potencias sin que se haya llegado al enfrentamiento entre ellas. Por el contrario, ha primado el acuerdo para que se respeten áreas de influencia y se proceda a la repartición del mundo en particular de sus riquezas energéticas y minerales.

Los conflictos del futuro serán de las potencias contra los países del sur, nunca entre ellas. Esto da luces para entender conflictos como los de Kirguistán, Georgia, la península coreana, diferendos como los de de Taiwán, las islas Kuriles, las islas Spratly y las islas Diaoyu, y más recientemente la votaciones en el consejo de Seguridad sobre Irán y Libia donde ha habido acuerdo entre todas las potencias, las que están en esa instancia de la ONU y las que no están. Eso también da razón al por qué la iniciativa brasileño-turca respecto de Irán y la de Brasil con respecto a Palestina no tuvieron cabida a pesar que coadyuvaban a la paz, la cooperación y el dialogo. Ni Brasil ni Turquía son actores nacionales esenciales.

Otra de las reglas, la número 5, dice que se debe “limitar o imponer restricciones a aquellos ANE que acepten principios organizacionales supranacionales”, de ahí la debilidad extrema en que se encuentra la ONU que se ha transformado sólo en espacio de decisión de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, todos los cuales son ANE.

El Balance de Poder que se está consolidando excluye a la mayoría de naciones del planeta de la toma de decisiones, dejando estas en manos de un pequeño grupo de potencias que establecerán nuevas normas de comportamiento internacional augurando un mundo en el que se extinguirán los conflictos entre ellas, pero se pondrá en grave peligro la paz y la estabilidad en los países del sur del planeta.

Caracas, 17 de octubre de 2011

* Licenciado y Magister en Relaciones Internacionales por la Universidad Central de Venezuela. Analista y consultor internacional. Profesor del Instituto de Altos Estudios Diplomáticos "Pedro Gual del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Bolivariana de Venezuela.

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