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sábado, 25 de febrero de 2012

Robert Zoellick y el ocaso de una época oscura

El anuncio de la retirada de Zoellick del Banco Mundial, en medio de una crisis del capitalismo de magnitudes inéditas en casi un siglo, representa el ocaso de una época oscura que, por el bien de la humanidad, debe clausurarse pronto.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

(Fotografía: Robert Zoellick -al centro- celebró con los ministros centroamericanos de comercio exterior la firma del TLC con EE.UU, en mayo de 2004).

El presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, anunció que dejará su cargo el próximo mes de junio, y aunque ya se mencionan los nombres de sus posibles sucesores, desde Hillary Clinton al magnate neoyorkino Michael Bloomberg –tallados a la medida de los intereses del imperialismo militar-financiero-, la partida del funcionario cierra una etapa en uno de los principales órganos del gobierno neoliberal del mundo: la del liderazgo de los halcones del expresidente estadounidense George W. Bush.

Zoellick, uno de los ideólogos del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano -el plan de dominación imperialista de los neoconservadores-, acumula un amplio expediente de servicio para los poderes e intereses cuya voracidad desató la actual crisis económica y financiera global: fue funcionario de la administración de George Bush (1988-1992), donde desempeñó tareas en el Departamento del Tesoro, la Subsecretaría de Estado y la Jefatura del Gabinete; ocupó la vicepresidencia ejecutiva de la agencia hipotecaria Fannie Mae (1993-1997); más tarde, y este es un dato de no poca importancia, impartió clases como profesor de Seguridad Nacional en la Academia Naval de los Estados Unidos (1997-1998). Ya en la Administración de George W. Bush, fue Representante Comercial (2001-2005) y Subsecretario de Estado hasta junio de 2006. Desde esa fecha, asumió como ejecutivo del Banco Goldman Sachs, cuya junta directiva abandonó en el año 2007 debido a su designación como Presidente del Banco Mundial.

Para Centroamérica, la figura del presidente del Banco Mundial, con su sonrisa impostada y su bigote de (falso) banquero bonachón, no es desconocida, pues, como una suerte de nuevo James Blaine del panamericanismo del siglo XXI, llevó el peso de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de nuestra región con Estados Unidos (TLC o CAFTA, por sus siglas en inglés), que entró en vigencia el 1 de enero de 2009.

En aquella coyuntura, y en más de una de sus intervenciones públicas, Zoellick reveló que las ideas de “libertad” y “prosperidad en el comercio”, tal y como las conciben los halcones neoconservadores, no eran otra cosa sino la trampa ideológica –una inversión, propiamente dicha- que disfrazaba los objetivos de control geoeconómico y subordinación política del imperio sobre los pueblos centroamericanos, y latinoamericanos en general.

No son invenciones del autor de estas líneas: es lo que revela la revisión crítica del pensamiento y la acción política que Zoellick desplegó en nuestras tierras y en su país durante aquellos años. En efecto, en no pocas ocasiones, el entonces Representante Comercial de los Estados Unidos retrató a los pueblos centroamericanos como las fieras salvajes o los bárbaros ante los cuales era preciso levantar muros -materiales y discursivos- y redefinir los estatutos jurídicos y las reglas del comercio internacional. Y todo para garantizar la seguridad nacional.

En mayo del 2005, en un discurso pronunciado ante el foro de la Heritage Foundation de Washington, algunas semanas antes de la aprobación del TLC en las dos cámaras legislativas de los Estados Unidos, Zoellick exhortó a los congresistas y senadores con argumentos que priorizaban las razones de seguridad nacional, antes que las publicitadas bondades del libre comercio:


“Mientras haya pobreza en América Latina, habrá quienes se sentirán fuertemente motivados para abandonar sus hogares, sus familias y sus amistades para venir a Estados Unidos. Habrá quienes quebrantarán nuestras leyes para hacerlo y, trágicamente, habrá otros que morirán al intentarlo.

(…)

El CAFTA (…) es también para Estados Unidos la decisión inteligente, porque no vivimos aislados de lo que ocurre en América Central. Nuestra seguridad está ligada al desarrollo que existe en nuestro vecindario. Las pandillas de delincuentes, los narcotraficantes, incluso la trata de personas, crean peligrosas redes trasnacionales. El CAFTA ofrece una manera de tratar las causas, en lugar de tratar sólo el síntoma, de los problemas que existen en nuestro vecindario. El CAFTA fortalecerá también nuestros lazos de asociación con los gobiernos democráticos más vigorosos que tienen un interés común en contrarrestar estas amenazas (…).

(…) sin el CAFTA, decenas de miles de centroamericanos y dominicanos serán lanzados al desempleo y nuevamente a la pobreza y la desesperación. Muchos de ellos terminarán en nuestras fronteras.

Este es solo un ejemplo, pero quienes vivimos aquel conflictivo proceso de negociación del TLC, podemos dar fe de la arrogancia imperial con la que Zoellick se paseó por Centroamérica, para imponer la pax americana comercial a gobiernos incapaces del menor acto de resistencia, dignidad y soberanía.

Por eso, la retirada de Zoellick del Banco Mundial, en medio de una crisis del capitalismo de magnitudes inéditas en casi un siglo (en el Foro Económico de Davos, el banquero reconoció que “el mundo nunca volverá a ser lo que fue”), representa el ocaso de una época oscura que, por el bien de la humanidad, debe clausurarse pronto.

La puja por su sucesión, auguran los analistas, enfrentará a los Estados Unidos y Europa con los países de economías emergentes (especialmente con China). Como casi todo lo que ocurre en nuestros días, el desenlace de esa disputa y sus consecuencias para la política y la economía global, son todavía una incógnita.

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