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sábado, 4 de febrero de 2012

Uso político de la historia

Para el observador académico resulta comprensible que el presidente Hugo Chávez exalte a Bolívar y que Rafael Correa lo haga con Alfaro. Comparativamente, demuestran que sus intencionalidades políticas 
son evidentemente distintas frente a aquellos que todavía piden en Chile un monumento para Pinochet, o de quienes patrocinaron un monumento para Febres-Cordero en Ecuador.

Juan J. Paz y Miño Cepeda / El Telégrafo (Ecuador)

La historia tiene dos dimensiones inevitables en la sociedad: una académica y otra política. El ejercicio académico de la historia supone la investigación científica, que significa, ante todo, trabajo sobre fuentes “primarias” e interpretación fundamentada de los hechos y procesos para comprenderlos en su dinamia. Desde luego, hay distintas interpretaciones históricas, en función de los intereses sociales que se defiendan.

El uso político de la historia tiene que ver, entre otros asuntos, con la legitimidad social, las referencias significativas de los hechos o procesos en las confrontaciones partidistas, la necesidad de dar fundamentos a un proyecto político o la creación de mitos y símbolos para el imaginario colectivo.

En América Latina, los partidos políticos y los gobiernos de cualquier tinte han sido los primeros en hacer uso político de la historia. Así ha ocurrido, por ejemplo, con Simón Bolívar, la figura más “utilizada” a conveniencia de conservadores, liberales, socialistas, “independientes”, demócratas, autoritarios, autonomistas o federalistas. El venezolano Germán Carrera Damas fue de los primeros en analizar esas distintas “versiones” bolivarianas en su obra “El culto a Bolívar” (1987).

A propósito del centenario del asesinato de Eloy Alfaro y otras personalidades alfaristas del Ecuador el 28 de enero de 1912, hay opositores que cuestionan al gobierno del presidente Rafael Correa por “utilizar” a Eloy 
Alfaro e identificar a la “Revolución Ciudadana” con este líder liberal. En contraste, “nadie” quiere ver el uso 
político que se hace en Guayaquil con la figura del ex presidente León Febres-Cordero (1984-1988), a quien se levantará un monumento, precisamente haciendo invisible, ante la conciencia de su ciudadanía local, el autoritarismo y las violaciones a los derechos humanos que caracterizaron su régimen.

Para el observador académico resulta comprensible que el presidente Hugo Chávez exalte a Bolívar y que Rafael Correa lo haga con Alfaro. Ambos gobernantes tratan, en definitiva, de legitimar sus proyectos políticos sobre una base histórica, que toma a dos personalidades que se identifican más con el sentido que quieren otorgar a sus respectivas revoluciones del presente. Comparativamente, demuestran que sus intencionalidades políticas 
son evidentemente distintas frente a aquellos que todavía piden en Chile un monumento para Pinochet, o de quienes patrocinaron un monumento para Febres-Cordero en Ecuador.

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