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sábado, 17 de marzo de 2012

El conflicto árabe-israelí: una falacia imperial

Por igual, las satrapías autocráticas árabes y el Estado sionista de Israel se han prestado para ser la comparsa necesaria que genera condiciones políticas óptimas para la presencia e intervención imperial cada vez que sus intereses se ven amenazados.

Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América

Desde Caracas, Venezuela

Es habitual que por fuerza de la costumbre y del uso continuado de algunos términos o definiciones, los mismos se transformen en conceptos que terminan siendo repetidos sin estudio previo y que, incluso se convierten en preceptos que se establecen como verdad científica sin que lo sean.

En relaciones internacionales es común hablar de “conflicto árabe-israelí”, sin embargo cuando alguien se introduce con cierta profundidad en el tema verá que ello, en realidad hace alusión a la política expansionista del Estado israelí en contra del pueblo palestino violentando su justa y legítima demanda de independencia, para lo cual su pueblo lucha denodadamente.

No existe tal conflicto árabe-israelí, por lo menos en lo que a la voluntad y decisión de la mayoría de los gobiernos de esa región se refiere. Lo que ocurre en realidad es la confrontación entre los aliados de Estados Unidos y Europa que pueden ser árabes y/o israelitas y los pueblos árabes doblemente oprimidos por la intervención imperial en sus territorios en connivencia con sus gobiernos y el carácter represivo, autoritario y antidemocrático de la mayoría de los gobiernos de la región. Es así, que Israel tiene excelentes relaciones con una buena cantidad de gobiernos de los países árabes con los que supuestamente está en conflicto. Señalaremos algunos ejemplos.

La cooperación de Arabia Saudita con Israel se remonta a los propios orígenes del Estado sionista cuando comenzaron a coordinar acciones contra enemigos comunes de Estados Unidos e Israel, porque esos grupos eran cercanos a la Unión Soviética y, también enemigos de Arabia Saudita en tanto amenazaban su hegemonía en el mundo árabe. Más recientemente Israel y Arabia Saudita dispusieron operaciones conjuntas en Líbano en contra de Hezbollah que si son árabes.

En Marruecos existe una importante comunidad judía, el principal asesor del Rey Mohamed VI es el judío André Azulay quien coordina las acciones conjuntas entre Israel y Marruecos. Las mismas han estado encaminadas a operaciones de exterminio de líderes opositores marroquíes como el intelectual Mehdi ben Barka quien fue capturado y asesinado en Francia en 1966. A su vez, las fuerzas armadas marroquíes han comprado ingentes cantidades de armamento israelí para llevar adelante la guerra colonial contra la República Árabe Saharaui Democrática. Vale decir que en Marruecos se encuentra el cuartel central del Mossad para África.

En otro caso reciente, el asesinato en Dubái, el 19 de enero de 2010 de Mahmud al Mabhuh, uno de los líderes de Hamas por parte de los servicios secretos israelíes con la colaboración de agentes árabes contrarios al Movimiento de Resistencia Islámica, puso en evidencia las relaciones encubiertas de las monarquías árabes e Israel en contra de quienes finalmente consideran sus enemigos comunes.

Por su parte, cuando estudiamos la situación de aquellos países que tienen fronteras directas con Israel, encontramos que Jordania ya desde 1963 posee vínculos con el Estado sionista, el tema de conversación y negociación siempre ha sido el mismo: el control y sometimiento del pueblo palestino que es la mayoría de la población jordana y con quien ambos países (Israel y Jordania) tienen relaciones limítrofes. Se sabe que la monarquía hachemita de Jordania tuvo contactos secretos con los servicios de inteligencia israelíes casi desde la creación de este país. Asimismo, los reyes jordanos han sido asalariados de la CIA desde los años 50. Por esa veta penetró el Mossad para establecer acuerdos de cooperación en detrimento del pueblo árabe palestino. Con ese objetivo, el 26 de octubre de 1994, ambos países firmaron un tratado de paz a pesar del descontento de la población jordana.

El asesinato del presidente Gamal Abdel Nasser fue la clarinada para que Egipto iniciara su colaboración con Israel. De hecho, la desaparición física de este líder árabe se inscribía en la necesidad imperial de eclipsar el principal obstáculo para el desarrollo del nacionalismo árabe que tenía una vertical posición respecto de Israel. El sucesor de Nasser, Anwar el-Sadat no demoró en aceptar la mediación del rey marroquí para negociar y firmar los ignominiosos acuerdos de Camp David a través de los cuales Egipto recuperó el territorio ocupado por Israel en la guerra de 1967, a cambio de hipotecar su apoyo a la justa lucha de liberación del pueblo palestino. Adicionalmente Egipto se transformó en el principal suplidor de combustibles de Israel. Camp David fue una gran traición a los pueblos árabes.

El periodista Javier Moreno, en una entrevista que le realizara a Shimon Peres el 14 de marzo de 2010 para el diario El País de España, sostuvo que “(…) hay algo más que indicios de que Israel no está solo en esa guerra, sino que dispone de cierto grado de colaboración por parte de varios países árabes que consideran que el islamismo radical amenaza la estabilidad de sus regímenes tanto o más que al Estado de Israel”.

El gigantesco historial de negociaciones secretas, vínculos oscuros, acuerdos de inteligencia para exterminar opositores, compras de armamento, hasta llegar a Camp David muestran un derrotero que señala la decisión cierta de negociar a espaldas de los pueblos en favor de sus propios intereses en los que las diferencias religiosas no obstan para enfrentar confabulados al espíritu nacionalista y liberador de los pueblos árabes.

Israel, las monarquías autocráticas y los gobiernos reaccionarios del Medio Oriente y el norte de África han establecido una virtual alianza bajo la égida de Gran Bretaña primero y Estados Unidos después, en las que la voluntad de Palestina por construir su nación, la lucha por la soberanía del Sahara Occidental y el espíritu liberador y democrático de los pueblos árabes más recientemente, han sido, a través de la historia, moneda de cambio para perpetuar el dominio de unos y otros en una lógica imperial que la da a esta región importancia geopolítica trascendental por ser la mayor compradora de armas y la más importante productora de energía del planeta.

La falacia de un supuesto conflicto alimentado desde Occidente no hace más que sostener un mercado vital para el mantenimiento de un modelo de sociedad decadente. Por igual, las satrapías autocráticas árabes y el Estado sionista de Israel se han prestado para ser la comparsa necesaria que genera condiciones políticas óptimas para la presencia e intervención imperial cada vez que sus intereses se ven amenazados.

La conjetura de que este “conflicto” tiene trasfondo religioso e incluso bíblico no tiene asidero alguno. Ambos pueblos, árabes y judíos tiene un origen común, son descendientes de Sem, hijo de Noé y deben vivir en paz, para lograrlo tendrán que seguir luchando hasta derrotar por igual al Estado sionista y a las retrogradas monarquías árabes.

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