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sábado, 16 de junio de 2012

La encrucijada peruana

Para los sectores populares, la coyuntura abierta con la elección de Humala está significando la mayor reconstrucción de su capacidad de organización y movilización luego de la década terrible de Fujimori (1990) y los gobiernos neoliberales de la década de 2000, de Alejandro Toledo y Alan García.

Raúl Zibechi / LA JORNADA

Diversos intelectuales y políticos latinoamericanos y peruanos han criticado duramente al presidente Ollanta Humala, por considerar que ha traicionado el mandado para el que fue elegido. Razones no les faltan, ya que el presidente está gobernando para la derecha, aunque fue ungido por la izquierda, y reprime a los sectores populares, cuando fueron ellos los que se movilizaron para evitar el triunfo de Keiko Fujimori.

El ex guerrillero y actual sociólogo Héctor Béjar sostiene que se trata de un golpe de Estado caracterizado por la ocupación militar de ciudades, y estados de emergencia, lo que supone “la inserción de la lógica guerrera en el gobierno y el estilo castrense en la conducción pública” (ALAI, 6 de junio de 2012).

El economista Oscar Ugarteche se queja del engaño electoral de quien en su momento participó en el Foro de Sao Paulo, y asegura que el gobierno actual es “un régimen mafioso y matonesco no muy distinto al de Fujimori” (ALAI, 4 de junio de 2012). Aventura que está en marcha una alianza con las huestes del ex dictador para sostenerse los cuatro años que le restan de mandato, ya que la represión le hizo perder su mayoría parlamentaria (ALAI, 8 de junio de 2012).

El diputado Javier Diez Canseco traza su balance de diez meses de gobierno de Humala: 12 muertos en conflictos sociales, varias zonas en estado de emergencia con recorte de derechos democráticos, gobiernos municipales y regionales hostigados e intervenidos ilegalmente por el Ejecutivo y la renuncia de cerca de 10 por ciento de la bancada oficialista en el Congreso (La República, 11 de junio de 2012).

Estamos ante el segundo giro a la derecha del gobierno, ambos por las mismas razones: la contundente protesta social contra la minería y los megaemprendimientos. En noviembre y diciembre de 2011 la resistencia de la población de Cajamarca al proyecto minero de extracción de oro Conga se zanjó con la declaración del estado de emergencia y la militarización de varias zonas, a lo que siguió un recambio del gabinete, con la salida de buena parte de los ministros más progresistas.

Ahora las cosas se han agravado. En mayo la protesta antiminera de Cajamarca se extendió a los demás departamentos del norte, Piura, Lambayeque y La Libertad, con un paro masivo y numerosas movilizaciones. En el sur, la represión en la provincia de Espinar, en el departamento de Cusco, a los comuneros que protestaban contra la mina Tintaya de la empresa australiana XStrata, se saldó con dos muertos, el alcalde encarcelado y decenas de perseguidos, entre ellos el personal de la Vicaría de Solidaridad de Sicuani.

La lucha de los pueblos andinos y amazónicos alcanzó niveles notables. En Bambamarca, ciudad del departamento de Cajamarca, la población impidió que los soldados pudieran hacer la ceremonia de saludo a la bandera y en Celendín, epicentro del conflicto por Conga, los soldados fueron expulsados de la plaza por la población (Lucha Indígena, junio de 2012). Las rondas campesinas detuvieron a soldados por intentar prostituir a menores.

La participación de las rondas campesinas en el conflicto por el agua y contra la minería anticipa el fracaso del gobierno pese al envío de militares. Instrumento de las comunidades campesinas, las rondas jugaron un papel determinante en la derrota militar de Sendero Luminoso en la década de 1990. Tienen enorme prestigio, aceitada organización, fuerte respaldo entre los de abajo que las integran y dirigen y no se dejan impresionar por enemigos armados.

Es cierto, como se ha señalado, que Humala realizó un fuerte giro a la derecha, aunque sigue siendo “progresista” en comparación con el fascismo de Keiko. Lo esencial está en otro lugar. El triunfo de Humala creó una nueva situación política en Perú que fue interpretada por los sectores populares como el momento para dar un salto adelante en la larga resistencia contra la minería.

El olfato político de Hugo Blanco, que observa y siente la política desde abajo, sintetizó la nueva coyuntura en el reciente Foro Nacional de Educación para el Cambio Social realizado en Rosario, Argentina: “Si hubiera ganado Keiko la gente estaría muy desmoralizada, pero al ganar Humala sintieron que ganaron ellos. Por eso ahora se sienten traicionados y con derecho a protestar. La Marcha del Agua nunca podría haberse hecho si no hubiera ganado Humala”.

En efecto, la Marcha del Agua realizada en febrero entre Cajamarca y Lima fue la mayor acción colectiva en la capital realizada desde la última fase de la resistencia al régimen de Fujimori hace más de una década.

El presidente de la Central de Rondas Campesinas de Ayavaca, provincia de Piura, donde se asienta la resistencia a la minera china Zijin, señaló en la marcha del 31 de mayo: “La causa principal por la que estamos aquí es por la traición que el gobierno nos hizo. Optamos por darle la oportunidad a Ollanta Humala porque ofrecía defendernos, pero lamentablemente nos damos cuenta de que nos ha traicionado” (Lucha Indígena, junio de 2012).

En estos momentos están en juego en Perú dos cuestiones. En el plano de la relaciones interestatales, la disputa por Perú es clave tanto para Estados Unidos como para Brasil. Perú participa en la Alianza del Pacífico con Chile, Colombia y México, que es la principal cuña de Washington en la Unasur y la Celac. Para Brasil la alianza política y militar con Perú es decisiva para consolidar su salida al Pacífico, ruta de su cuantioso comercio con China.

Para los sectores populares, la coyuntura abierta con la elección de Humala está significando la mayor reconstrucción de su capacidad de organización y movilización luego de la década terrible de Fujimori (1990) y los gobiernos neoliberales de la década de 2000, de Alejandro Toledo y Alan García. El movimiento popular peruano, tanto en su vertiente urbana como campesino-indígena, fue en los años 80 el más potente de la región. Fue diezmado a bala, por derecha y por “izquierda”. Ahora retomó el camino y está volviendo a hablar en voz alta. Es un momento crítico.

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