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sábado, 23 de junio de 2012

USAID y la intervención encubierta en América Latina

La guerra contra nuestra América, contra sus empeños de unidad, integración y emancipación, no se hace –todavía- con aviones, buques o marines en las fronteras y puertos: pero el caballo de Troya del intervencionismo estadounidense ya está dentro de nuestros países.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Mark Feirstein, funcionario de USAID: la justicia boliviana
denunció sus actuaciones en la "guerra del gas" de 2003
Mark Feirstein, administrador adjunto de la Agencia para el Desarrollo Internacional de los Estados Unidos (USAID, por sus siglas en inglés), es un personaje representativo de una de las formas en que Estados Unidos intenta imponer su dominio en América Latina: con un oscuro expediente que incluye actividades antisandinistas en Nicaragua, a principios de la década de 1990, y de asesoría al presidente Gonzalo Sánchez de Losada -el gran privatizador neoliberal de Bolivia- en el año 2002, la justicia boliviana lo ha denunciado como “uno de los responsables intelectuales de la muerte de 67 personas, y las lesiones de unas 400, en su mayoría civiles, durante la denominada ‘Guerra del gas’, en octubre [del] 2003” (TeleSur, 19/06/2012).

Semejante historial avergonzaría a cualquier gobierno o agencia respetuosa de los Derechos Humanos, que aplique criterios éticos y de elemental decencia en la selección de sus funcionarios; y al menos, debería facilitar los procesos que conduzcan al esclarecimiento de los cargos que se le imputan a Feirstein. Pero no es el caso de la USAID. Ni tampoco del gobierno de los Estados Unidos.

Por el contrario, durante una reciente conferencia en Panamá, Feirstein defendió y calificó de necesaria la “estrecha cooperación” (millonarias partidas presupuestarias, en dólares) que mantiene la USAID con las organizaciones de oposición que, según el funcionario,  “están luchando por los derechos humanos y por la democracia” en los países del ALBA (Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador).

Bien vistas las cosas, y teniendo a la mano ese amplio historial de prácticas desestabilizadoras, conspirativas, antidemocráticas, antinacionales y, en no pocos casos, abiertamente progolpistas que caracterizan el quehacer de muchos de estos grupos, una perspectiva más justa de los hechos nos diría que Feirstein, en realidad, hizo apología de un delito: el de la  intervención encubierta -pero sistemática- en asuntos internos, que ejecuta el gobierno de los Estados Unidos contra las naciones latinoamericanas. 

Y es que  aunque sufrió reducciones en el último plan de gastos aprobado por el Congreso estadounidense, el presupuesto de la USAID para sus proyectos de intervención y “promoción de la democracia” en América Latina muestra tendencias crecientes en los últimos años -hasta el estallido de la crisis mundial-, en la misma medida en que nuevos gobiernos y fuerzas progresistas cambiaban el mapa político de la región.

En el libro USAID, NED y CIA. La agresión permanente (2009)[1], Jean-Guy Allard y Eva Gollinger explican que tanto la USAID como la National Endowment for Democracy (NED),  “cuadriplicaron los fondos entregados a sus aliados en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba del 2002 al 2006. Solo en Venezuela, invirtieron más de 50 millones de dólares en ese tiempo para alimentar a los grupos de oposición, promoviendo actualmente la creación de más de 400 nuevas organizaciones y programas para filtrar y canalizar esos fondos”.  Algo similar se registró en Bolivia: entre 2005 y 2006, la USAID “reorientó más de 75% de sus inversiones” para financiar a los grupos separatistas de la región conocida como la media luna, y en 2007, el presupuesto de esa organización alcanzó la suma de 120 millones de dólares.

Todo esto ocurrió básicamente durante las dos administraciones de George W. Bush, pero no fue distinto tras la llegada al poder de Barack Obama: en 2010,  los prepuestos de la USAID y la NED aumentaron en un 12%, lo que representaba unos 2.2 mil millones de dólares para su trabajo en América Latina. De esa cifra, señalan Allard y Golinger, se destinaron 450 millones de dólares “para el trabajo de subversión directa en la región, clasificada bajo lo que Washington llama la promoción de la democracia”.

Estas formas de intervención encubierta tienen una larga historia en nuestra América, y no solamente en aquellos países que, desde la óptica del gobierno estadounidense, representan una amenaza para sus intereses: la cooperación internacional también ha sido utilizada como instrumento de sujeción a la órbita de poder de Washington y como punta de lanza de las reformas neoliberales.

Sin ir más lejos, en Costa Rica el proceso de ajuste estructural, iniciado en la década de 1980, contó con una importantísima “ayuda” de los Estados Unidos y sus agencias internacionales[2]. Un investigador costarricense, el politólogo Manuel Rojas Bolaños, nos recuerda que “a partir de 1982 comenzaron a fluir abundantes recursos del exterior para apuntalar la economía, fundamentalmente de Estados Unidos. Entre ese año y 1989, el gobierno de ese país otorgó la suma de US$ 1.237 millones por concepto de donaciones y préstamos, cantidad suficiente para alcanzar a corto plazo una relativa estabilidad de la economía, y para iniciar el programa de ajuste sin grandes desgarramientos internos” [3].

Por supuesto, la inyección económica también condicionó otras dimensiones de la política del Estado costarricense, y marcó un derrotero que perdura hasta nuestros días. En palabras de Rojas Bolaños “el país, entonces, pasó a jugar en el tablero regional el papel de escaparate democrático, frente a países donde gobiernos y movimientos revolucionarios buscaban, enfrentando las reacciones internas y la intervención externa, otros rumbos para el mejoramiento social de sus pueblos”.

Lo que hay que entender es que la USAID es un arma más que Washington emplea indistintamente en tiempos de conflicto o de paz contra sus  “enemigos”. La guerra contra nuestra América, contra sus empeños de unidad, integración y emancipación, no se hace –todavía- con aviones, buques o marines en las fronteras y puertos: pero el caballo de Troya del intervencionismo estadounidense ya está dentro de nuestros países, extendiendo sus redes de operación, socavando conquistas sociales y promoviendo los intereses hegemónicos del gobierno y los grandes lobbies políticos, empresariales y militares de la potencia del norte.


NOTAS

[1] Allard, Jean-Guy y Gollinger, Eva (2009). USAID, NED y CIA. La agresión permanente. Caracas: Ministerio del Poder Popular para la Comunicación y la Información.

[2] En su artículo “De cómo EE.UU. hizo más ricos a los ricos de Costa Rica”, María Florez-Estrada presenta una valiosa síntesis en la que muestra la manera en que la “ayuda” de la AID (como se conocía a la agencia de cooperación estadounidense para el desarrollo en el país) terminó por fortalecer a los grupos económicos más cercanos al hoy gobernante Partido Liberación Nacional. El texto está disponible en el sitio web de Rebelion: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=149302

[3] Rojas Bolaños, Manuel (1992). “Costa Rica. Una sociedad en transición”. en Nueva Sociedad, nº 119, mayo-junio. Buenos Aires: Fundación Foro Nueva Sociedad. Pp. 16-21. Disponible en:

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