Paraguay y México
demuestran -desde experiencias y contextos distintos- que cuando la democracia
representativa no responde a los intereses de quienes la crearon para
eternizarse en el poder, ella misma genera los mecanismos para ser burlada.
Sergio Rodríguez Gelfenstein /
Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas,
Venezuela
En una versión moderna
de la definición de Clausewitz de que
“la guerra es la continuación de la política por otros medios”, que
Lenin completaba diciendo que esos medios siempre eran violentos, Mao Tse Tung
se refería a la misma como “política con efusión de sangre”. Finalmente, a
través de la historia las clases dominantes han conseguido sus objetivos
utilizando para ello cualquier instrumento, cualquier medio y cualquier vía.
Suponer que la única
manera de, desplazar, sustituir o derrocar un gobierno elegido por el pueblo es
a través de un golpe de estado es simplificar la política, lo cual sirve a
objetivos propagandísticos, pero esconde el trasfondo del problema y la esencia de clases que tiene la dominación. Además, es desmovilizador y no ayuda a formar
y organizar al pueblo para su objetivo último y supremo que es la toma del
poder. Desde el punto de vista
estratégico, es dañino que los revolucionarios aparezcan defendiendo la
democracia representativa como panacea de liberación, cuando la propia historia
de Venezuela en los últimos 12 años ha mostrado muchas veces sus carencias,
insuficiencias y debilidades, haciendo constar -en hechos tan trascendentes
como los posteriores al golpe de estado de abril de 2002- que la democracia
debe ser participativa y debe poseer un protagonismo popular como condición
imprescindible de su existencia y permanencia
en el tiempo.
Todo esta larga
introducción para preguntarme y preguntar si hay alguna diferencia entre lo que
ocurrió en Paraguay cuando se destituyó
al presidente Lugo y lo que acaba de acontecer en México cuando se ha
concretado el fraude más estruendoso de los últimos tiempos en América Latina y
posiblemente en el mundo. ¿Importa la forma? Seguramente sí, como material de
estudio para investigadores y analistas, como recurso para que los afectados
instrumenten sus respuestas, pero para efectos de los intereses populares ha
ocurrido lo mismo: se ha desconocido la voluntad popular expresada en las urnas, que son expresión de la competencia que hace
surgir partidos seleccionados periódicamente para gobernar según alguna de las
definiciones más clásicas.
He ahí, lo peligroso
del asunto. Paraguay y México demuestran -desde experiencias y contextos distintos-
que cuando la democracia representativa no responde a los intereses de quienes
la crearon para eternizarse en el poder, ella misma genera los mecanismos para
ser burlada. Lo sucedido en ambos países expone que los pueblos de Nuestra
América han recorrido un camino desde que despertó en Venezuela a finales de
1998 y que hoy reclama una democracia radical donde los mecanismos de
participación y decisión no puedan ser torcidos por la voluntad de los aparatos
partidistas ni mucho menos por los medios de comunicación.
En ese contexto y, más
allá de nuestro rechazo al alevoso atropello al que fueron sometidos los
pueblos de Paraguay y México, vale la
pena revisar algunos elementos que motivaron la creación de las condiciones que
permitieron tan impúdica violación de las normas más elementales de la
democracia. Se puede observar a través de
la pluma de dos prestigiosos y respetados conocedores de la realidad de
ambos países.
Respecto de Paraguay,
Frei Betto, sacerdote al igual que Fernando Lugo, en un reciente artículo
publicado en el portal de la Agencia Latinoamericana de Información, al
analizar la gestión de Lugo como presidente expone que “el nuevo gobierno se volvió vulnerable al no cumplir importantes promesas de
campaña, como la reforma agraria, y distanciarse de los movimientos sociales”
y continúa diciendo, “Falló después, al
aprobar la ley antiterrorista y la militarización del norte del país,
desarticulando los liderazgos de campesinos y criminalizando a los movimientos
sociales. Tampoco supo depurar el aparato policial, herencia maldita de
Stroessner.”
El humanista brasileño es sumamente crítico al señalar
que “Lugo ni siquiera pensó, al ser
apartado, en convocar a los movimientos sociales para presentar resistencia,
aunque contase con la solidaridad unánime de los gobiernos de la Unasur” y
establece un paralelo con Jean-Bertrand
Aristide, dos veces presidente de Haití
al decir que “ambos decepcionaron a sus bases de apoyo. No supieron llevar a la
práctica el discurso de la ´opción por los pobres`. Dubitativos delante de las élites, a las que hicieron importantes
concesiones, no confiaron en las organizaciones populares”.
En otro plano, al referirse a las elecciones mexicanas,
Alejandro Nadal, economista mexicano escribió un artículo en el periódico La
Jornada de Ciudad de México bajo el título “La armadura del enemigo” en el que sintetiza el momento previo a las
elecciones de su país diciendo que “Algo sorprendente
ocurrió durante la campaña electoral. La crisis mundial del neoliberalismo
estuvo ausente. Poco importó que Europa estuviera en medio de un cataclismo que
hasta pone en entredicho la viabilidad del euro. Tampoco fue relevante que
Estados Unidos hubiera sido el epicentro del colapso y que ahora nuevamente se
estuviera hundiendo en una segunda recesión. Tampoco se consideró de interés el
que las réplicas de esta crisis se transmiten ya al planeta entero. Todo lo
anterior pareció irrelevante: ningún candidato hizo referencias significativas
a este fenómeno de importancia histórica que dejará una cicatriz profunda sobre
la cara del planeta”.
Sin sorprenderse por el hecho de que la candidata y
los dos candidatos neoliberales evadieron esos temas cruciales para el futuro
de la humanidad, Nadal si muestra su asombro porque el candidato de la izquierda
eludiera referirse a los mismos.
Reconoce que en sus discursos emitió opiniones en torno al manejo del presupuesto, a la corrupción y evasión fiscal y a la necesidad de “luchar para mejorar la
situación de los pobres”, sin embargo las evalúa como “referencias incidentales
sobre aspectos aislados de la economía mexicana [que] no son suficientes para
articular un discurso de cambio y alternativas de economía política”.
Nadal concluye diciendo que: “En resumen, no es una
buena estrategia considerar que el modelo neoliberal es inamovible y que sus
bases no van a ser discutidas. Eso conduce a una gran confusión en el
electorado, sobre todo en las capas de la población más golpeadas y de menores
recursos. La izquierda no debe aceptar que todo el espectro del debate político
sea desplazado hacia la derecha de tal manera que las propuestas más sensatas
sean vistas como radicales“.
Visto de esta manera, es claro que tanto Lugo como
López Obrador acudieron a sus citas con la historia desde la desventaja que le
daba no haber puesto en el centro del debate la crisis del capitalismo, su
carácter depredador y gestor de las
peores miserias a las que está sometida la humanidad. En esa situación no apertrecharon a sus seguidores con los
instrumentos necesarios para asumir la
salvaguarda de su voluntad expresada en
las urnas. Recurrieron además, a confiar en las instituciones que la democracia
representativa ha creado, suponiendo que ellas por si solas bastan para llegar
al gobierno, o para mantenerse en él,
entendiendo que el gobierno es la plataforma esencial para que -por
medios pacíficos- se puedan iniciar los procesos de transformación de la
sociedad. En ambos casos, se tenía que contar por encima de todo con un pueblo
movilizado y dispuesto en defensa de sus intereses. A los líderes, -cuando lo
son realmente- les corresponde crear los mecanismos e instrumentos para
garantizar dichas tareas inherentes a
toda democracia. Es la única manera de tratar de hacer política “sin efusión de
sangre”.
El análisis de Fray Beto es bastante punzante y como que da en el blanco, pero quizás habrá que decir también que esa experiencia de "permanecer" maquiavelicamente en el gobierno no es tener el poder. En Brasil, el PT puede tener el gobierno, pero el poder sólo le ha permitido dar "caridad" a los pobres. Ahora mismo en Brasil, por ejemplo, están desalojando de sus tierras a los indígenas de sus tierras porque los financistas de las represas de energía así lo requieren. Si es duro con países extranjeros, que son dolorosos, también habrá que señalar que el PT es un gobierno para los ricos y de caridad para los pobres.
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