En esta situación de
pérdida del Estado social y democrático de derecho en Europa motivado por el
embate neoliberal, pudiera ser interesante saber cómo América Latina sufrió lo
mismo hace 30 años y cómo salieron a través de procesos constituyentes que
están sentando las bases de un nuevo pacto social. Y ahí puede aparecer un
Chávez diferente. Un Chávez que nos ayude a mirarnos de otra manera. Un militar
zambo y de Sur. ¿Nos atrevemos al menos a entenderlo?
Juan Carlos Monedero* / Público.es
Cuando hace un año la
enfermedad de Chávez parecía poner punto y final al proceso bolivariano, los
analistas más serios coincidieron en que, fuera el que fuese el desenlace, ya
no sería cierto que los logros del proceso bolivariano pudieran revertirse. La
politización del pueblo —desde ese comienzo en que una sociedad con un enorme
grado de analfabetismo fue capaz de discutir, enmendar y aprobar una nueva
Constitución— se tradujo en la capacidad de exigir derechos. Escuchando al candidato
Capriles durante la campaña, uno podría imaginar, de no conocer al personaje,
que estaba ante un genuino representante de la izquierda. Chávez, en cualquier
caso, había logrado que la cuestión social volviera a estar en la agenda
política venezolana. Algo que los que se han presentado contra el comandante
olvidaron durante, al menos, los 30 últimos años. Ahora, el pueblo venezolano
ha vuelto a recordárselo. Con una participación histórica y con casi 10 puntos
de distancia frente al candidato de la oposición. ¿Tendrá Chávez derecho a gobernar con ese
resultado? Hollande le sacó a Sarkozy apenas tres puntos. Chávez a Capriles,
diez. Qué dirá hoy la doliente prensa del mundo libre...
Mientras que en Europa la
democracia se está vaciando, en Venezuela gana puntos elección tras elección.
El sentido común electoral europeo ya no permite escoger entre modelos
diferentes. Si llega el caso de ponerse en riesgo el modelo existente, aparece
un técnico (Monti, Papademos) o se amenaza al candidato alternativo y a sus
votantes con las siete plagas (caso de Syriza). En Venezuela las elecciones
merecen ese nombre porque cada candidato implica un tipo radicalmente diferente
de sociedad. Y a Chávez nunca se le ocurriría, si viera que iba a perder las
elecciones, llamar a un técnico para salvaguardar el modelo. Pero Vargas Llosa,
como un idiotés descongelado, cree que es al revés, que donde la democracia
peligra es en Venezuela, y los medios afines lo amplifican. La brillantez de su
verbo parece agotar toda su inteligencia para el resto de tareas. Por debajo de
Vargas Llosa, ni mencionarlo. Ya que no han matado a Chávez, regresan a las
maniobras de antaño. El dictador bolivariano...
La victoria de Chávez, y
eso es lo que debiera ocupar a la derecha, implica cumplir su programa (en
cuanto a cumplimiento de compromisos electorales, Chávez ha demostrado hasta el
día de hoy que no es Rajoy). Ese programa, ahora refrendado popularmente, habla
de soluciones socialistas. Un gesto de radical honradez de Chávez, nunca lo
suficientemente reconocido, tiene que ver con el anuncio en 2005, en el estadio
Gigantinho de Porto Alegre, de que la solución a los problemas de su país y del
mundo sólo podía venir del socialismo. Nada más sensato, desde otra lógica, que proponer un modelo que se basara en el
"chavismo". Si, como reza la hueca crítica, Chávez fuera un abusivo
populista —un curioso populista que comenzó su gobierno con una nueva
Constitución y aumentando a cinco los poderes del Estado (añadiendo un poder
moral y un poder electoral), mientras que los que lo acusan de populista en
España, están desmantelando en silencio y sin referéndum la propia—,
difícilmente hubiera renunciado a construir un régimen personalista. De esa
manera, podría haber chavistas de derechas y chavistas de izquierdas, algo que
no cabe cuando el asunto va de "socialismo". Apostar por el
socialismo resta apoyos. ¿Alguien recuerda en nuestro entorno a algún
gobernante dispuesto a perder votos antes que perder ideas?
Pero Chávez no se quedó
ahí, sino que, además, dijo que el socialismo del siglo XXI no podía repetir
los errores del socialismo del siglo XX. Por eso se abrieron líneas de
discusión —donde el Centro Internacional Miranda tuvo un papel estelar— que
debían identificar qué aspectos del socialismo del siglo XX debían conservarse
y cuáles debían superarse. Muros y alambradas, desconfianzas ante el pueblo,
campos de reeducación, adoctrinamiento, confusión del Estado y el partido,
autoritarismo, estatización de todos los medios de producción, partido único, primacía
de los fines sobre los medios o falta de respecto a la diversidad (recordemos
el trato concedido a los homosexuales en muchos países socialistas o cómo la
Komintern fue a Perú a recriminar a Mariátegui por hablar de un socialismo
indígena en su país o) forman parte de aquellos aspectos que durante el siglo
XX alejaron al socialismo de la libertad y del apoyo popular.
Sin embargo, la entrega y
el sacrificio (fue el ejército rojo quien frenó a los nazis), la eficacia
económica (Rusia y China salieron del feudalismo), la conquista de derechos
sociales y políticos, la descolonización, el pacifismo, el ecologismo son todos
logros de la izquierda. Proponer el socialismo en un país petrolero rentista,
donde el consumismo es casi una religión, con unos militares formados durante
40 años para combatir a los izquierdistas, con un Estado débil y
"anárquico" (Macondo se empeña en mudarse a Venezuela) y en un
momento de crisis mundial de la izquierda y de auge del modelo neoliberal o es
un rasgo de genialidad o lo es de locura tropical. Aunque, ¿acaso no tienen
mucho que ver ambas? Chávez conecta con su pueblo. Y resulta que Venezuela está
en Venezuela.
Esa coherencia hace daño
en no pocos oídos. Si el neoliberalismo sólo puede sobrevivir en tanto en
cuanto convenza de que no hay alternativa, la Venezuela bolivariana es en
exceso disolvente. Una piedra en el zapato de la lógica una, grande y libre,
como ayer fue el Chile de Allende, la Cuba de Fidel, la España del Frente
Popular, la Rusia de Lenin, la Comuna de París, el Haití de Petion o la Roma de
Espartaco.
En el caso de España, el
odio de los que viven de odiar viene de lejos. Aznar, ya presidente del
Gobierno, mandó en 1998 a Venezuela a su futuro yerno Alejandro Agag, a su
asesor político Pedro Arriola, el jefe de comunicación del PP, García Diego, y
al entonces desconocido empresario Franciso Correa (ya andaba fraguándose la
red Gürtel) a montarle la campaña presidencial a Irene Sáez, una ex Miss
Universo que si bien iba si no a solventar los problemas de un país con un 60%
de pobreza, iba, al menos, a llenarlo de glamour (quizá, si hubiera sido así,
Boris Izaguirre no habría venido a España a bajarse los calzoncillos en la tele
y a pegar gritos que desvelaban a los pensionistas). Pero Chávez ya apuntaba
maneras y arrasó en aquellas elecciones. Le sacó a la candidata de Aznar más de
50 puntos. Nada extraño que cuando el golpe contra Chávez en 2002, Aznar
mandara al embajador español a reconocer al golpista, a la sazón, además,
presidente de la patronal. Todo un exceso (que las patronales den un golpe y
pongan al patrón de patrones al frente ¿Se imaginan a Cuevas o a Díaz Ferrán de
jefes de gobierno después del 23-F? Bueno, la pregunta no deja de ser
retórica).
Por parte del PSOE, el
desencuentro viene de las relaciones de Felipe González con Carlos Andrés
Pérez, el presidente corrupto (así lo sancionó el congreso que lo juzgó mucho
antes de que llegara Chávez) y responsable de mandar al ejército a disparar
contra el pueblo durante el Caracazo de febrero de 1989. Esas complicadas
amistades que hace la Internacional Socialista... Añadamos que a González,
quien ya debería estar tanteando el terreno que le llevaría a trabajar para
Carlos Slim (el hombre más rico de América Latina), le presentó el mismo Carlos
Andrés a un empresario, Gustavo Cisneros (una de las principales fortunas de
Venezuela). Aquello debió ser el comienzo de una hermosa amistad, pues González
le vendería a Cisneros Galerías Preciados por 1.500 millones de pesetas. Tras
un saneamiento con dinero público de 48.000 millones de pesetas, el avispado
empresario vendería cinco años después la empresa por 30.600 millones, esto es,
20 veces más. No es de extrañar el enfado de Cisneros, Carlos Andrés y Felipe
González con el comandante Chávez. Más extraño es por qué tuvo que hacer de su
enfado personal una cuestión política. Aunque a lo mejor el enfado ya era
también política. Quedaba por ver la posición de la izquierda del PSOE. La que
siempre ha tenido dificultades para procesar lo que estaba fuera de los partidos
comunistas. Anda aún dándole vueltas al asunto. 40 años de dictadura militar
han generado igualmente algunos anticuerpos ante todo lo que tenga que ver con
la milicia.
Sin embargo, como dice
Boaventura de Sousa Santos, tenemos que empezar a aprender del Sur. No para
repetir el error de importar acríticamente modelos, como ellos hicieron en el
pasado. En esta situación de pérdida del Estado social y democrático de derecho
en Europa motivado por el embate neoliberal, pudiera ser interesante saber cómo
América Latina sufrió lo mismo hace 30 años (incluidas privatizaciones, pérdida
de infraestructuras, también del transporte ferroviario, cierre de hospitales y
escuelas, rescates bancarios, primas de riesgo, empobrecimiento general de la
población) y cómo salieron a través de procesos constituyentes que están
sentando las bases de un nuevo pacto social. Y ahí puede aparecer un Chávez
diferente. Un Chávez que nos ayude a mirarnos de otra manera. Un militar zambo
y de Sur. ¿Nos atrevemos al menos a entenderlo?
* Profesor de Ciencia Política de la Universidad
Complutense de Madrid
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