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sábado, 15 de diciembre de 2012

A 50 años de “El siglo de las luces”

De El siglo de las luces, quizás lo más bello fue dicho por Eduardo Galeano, cuando refería la historia de unos presos políticos uruguayos durante la dictadura de los años ochenta. Galeano, como confesándole un secreto a Carpentier, relató: “Usted les hacía sentir la lluvia y los olores violentos de la tierra y de la noche. Usted les llevaba el mar y el estrépito del oleaje rompiendo contra la quilla del buque y les mostraba el latido del cielo a la hora en que nace el día…”

Andrés Mora Ramírez /  AUNA-Costa Rica

El escritor cubano Alejo Carpentier.
Se cumplió este año medio siglo de la publicación de El siglo de las luces, del cubano Alejo Carpentier (1904-1980), escritor, periodista y primer ganador latinoamericano del Premio Cervantes de Literatura. Obra cumbre de las letras de nuestra América, y majestuosa alegoría de la modernidad que irrumpía en el nuevo mundo, El siglo de las luces nos presenta a Carpentier como cronista de la Revolución Francesa y de la primera influencia de aquel acontecimiento en las colonias galas del Caribe. Pero, vista desde el presente, en esta novela también es posible desentrañar claves para comprender el espeso caldero del mundo contemporáneo, del agitado siglo XXI en el que, en nombre de la libertad y la democracia, el imperialismo repite en todo el mundo muchos de los errores y extremismos de aquella Ilustración revolucionaria.

Bajo el drama de tres hermanos huéerfanos –Carlos, Sofía y Esteban- y su encuentro, en la isla de Cuba, con el enigmático Victor Hugues, comerciante,  masón y hombre de amplísimos conocimientos, Carpentier recrea en El siglo de las luces, un viaje épico entre lo histórico y lo ficticio.

A causa de la agitación política y la persecución de la francmasonería, Hugues abandona intempestivamente la isla, con rumbo a Francia. Esteban lo acompaña en la travesía y, en el viejo continente, los deslumbra el fragor social, la efervescencia colectiva que auguraba una nueva era desde el escenario escatológico del París de finales del siglo XVIII.

Excitados por la época, los protagonistas se transforman y alcanzan su talla definitiva: el joven, cuya endeble salud mejora a partir del encuentro con el mercader, experimenta el ascenso y la caída del espíritu revolucionario en su tropiezo con las debilidades humanas. A Hugues, por su parte, las libaciones del vino del poder lo embriagan, al punto de convertirse en uno de los favoritos –y por tanto devotos, ciegamente devotos- de Robespierre.

En el marco de esta construcción literaria con aires operísticos (el ascenso y la caída del héroe, la exaltación del idealismo), sobresale la sonoridad y la estética del lenguaje como valor expresivo (las descripciones de Carpentier se cuentan entre las más bellas y conmovedoras), el debate psicológico y filosófico de los personajes y, por extensión, sus consecuentes metamorfósis.

Como sello personalísimo, el escritor cubano incorporó al libro rasgos que descubren el encanto que la Revolución  ejercía en él desde la juventud, y su preocupación en torno del problema del hombre y su libertad, su realización en el reino de este mundo y no en el otro. En El siglo de las luces, Carpentier dibujó una imagen rica en significados, que se anuncia como profecía  de los tiempos e imperativos de dominación actuales: se trata de la llegada a América del primer texto de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, en el mismo barco en que Hugues, favorito del “Incorruptible” (Robespierre), arribaba a la isla de Guadalupe. El texto no venía solo, sino acompañado de la Máquina… “Con la Libertad, llegaba la primera guillotina al Nuevo Mundo”.

Entonces, a uno y otro lado del Atlántico, la libertad, la igualdad y la fraternidad se establecieron –y acaso se establecen todavía- como principios de convivencia a la sombra de la guillotina, “brazo secular de la Libertad”, como escribió Carpentier, y del espectáculo sangriento de las cabeza rodando por el suelo de las plazas.

¿Cuántos salvoconductos a los paraísos del consumo y bendiciones a la gendarmería universal del imperio se imponen hoy, en nombre de los Derechos Humanos, pero con la amenaza de Máquina –cañones, bombas, extorsiones financieras y diplomáticas- como sombra implacable? ¿Cuánto se ofrecieron ayer y cuántos más vendrán mañana?

De El siglo de las luces, quizás lo más bello, lo más certero, fue dicho por Eduardo Galeano, cuando refería la historia de unos presos políticos uruguayos durante la dictadura de los años ochenta: el libro de Carpentier rompió los barrotes materiales y mentales de la prisión y los carcelarios, pero los repetidos intentos de los presos por completar su lectura eran interrumpidos por un profundo dolor del alma. Galeano, como confesándole un secreto a Carpentier, relató: “[los presos] lo empezaron a leer varias veces y varias veces tuvieron que dejarlo. Usted les hacía sentir la lluvia y los olores violentos de la tierra y de la noche. Usted les llevaba el mar y el estrépito del oleaje rompiendo contra la quilla del buque y les mostraba el latido del cielo a la hora en que nace el día, y ellos no podían seguir leyendo eso…”

Esas y otras emociones viven, suena, se rebelan y revuelan en los libros de Carpentier, testamentos velados de uno de los principales referentes de nuestra literatura y un auténtico faro ético y moral en un siglo que los grandes poderes del mundo se empeñan en navegar en medio de las tinieblas.

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