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sábado, 26 de enero de 2013

Una amenaza que no viene de las armas

Una amenaza comienza a recorrer el mundo, la pobreza campea a sus anchas ante la mirada impertérrita de los poderosos que no parecieran preocuparse. Las palabras no bastan, se necesitan acciones, porque las consecuencias pueden ser catastróficas para toda la humanidad.

Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela

Quienes han seguido con detenimiento algunas declaraciones de personeros de  organismos multinacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, no dejarán de mostrarse sorprendidos. En diciembre de 2001, Nicholas Stern, economista en jefe del Banco Mundial afirmó que “La globalización a menudo ha sido una fuerza muy poderosa para la reducción de la pobreza, pero demasiados países y personas han quedado fuera”. El documento “Globalización, crecimiento y pobreza”  que durante ese año elaboró el Banco Mundial afirmaba que 2 mil millones de personas, habitantes en su mayoría del África Subsahariana, Cercano Oriente y la antigua Unión Soviética, estaban en peligro de quedar al margen de la economía mundial, toda vez que paralelamente a la caída de los ingresos de estos países, la pobreza aumentaba y tenían una participación menor en el comercio que 20 años atrás.

Por su parte Michel Camdessus, contradiciendo las nuevas tendencias de la política internacional impuesta por Estados Unidos desde el 11 de septiembre,  afirmó que la pobreza era el mayor peligro para el mundo y un riesgo para el sistema social incluso superior al terrorismo y la contaminación ambiental. Camdessus que desde su puesto de máxima autoridad del FMI fue un ardoroso defensor de la globalización sostuvo que las instituciones multilaterales creadas después de la Segunda Guerra Mundial llamadas de Bretton Woods –como el FMI y el Banco Mundial- ya no estaban adaptadas a los desafíos actuales.

En este ámbito Claude Smajda, Director General del Foro Económico Mundial con sede en Davos, Suiza  afirmó que la globalización de la economía vigente durante los últimos años provocó “en la mayoría de los casos” que se ampliara la brecha del desarrollo y bienestar entre países industrializados y los subdesarrollados, así como al interior de cada sociedad nacional. Señaló que “los efectos secundarios e inesperadas consecuencias de la globalización se han hecho evidentes y ahora existe un consenso cada vez mayor  en que deben resolverse”. Dijo que se pensaba que la globalización tendría un impacto positivo casi automático en la vida de todo el mundo, algo que ha demostrado ser falso con la creciente pobreza, “...hoy nos damos cuenta que ese impacto automático no existe”. Se refirió también al creciente poder que han adquirido las corporaciones multinacionales en detrimento de la capacidad de decisión de los gobiernos nacionales para reafirmar que “si los gobiernos no participan en la regulación, si no son fuertes, estaremos en un camino de regreso a la ley de la selva”. Ante todas estas manifestaciones habría entonces que preguntarse el porqué de este discurso.

Los hechos de los últimos años han tocado una campanada de alerta en torno a las perspectivas de la realidad internacional. Desde la “irracionalidad “ del 11 de septiembre a la “racionalidad” -si así pudiera llamarse- de lo que ocurrió en Argentina en 2001, en Egipto y Túnez, en Grecia y España más recientemente o, lo que aún está pasando en Haití para vergüenza de la humanidad, muestra un mundo que “se sale de control” y preocupa a los poderes del planeta. El contagio de las quiebras económicas no es el único posible y quizá ni siquiera el más temible, han dicho economistas estadounidenses como Paul Krugman y Jorge Domínguez – entre otros-  al analizar la situación de Argentina a comienzos del siglo,  deben tener presente que desde 1974 se ha duplicado la pobreza en el planeta y que 3000 millones de personas, la mitad de la población mundial, sobreviven con menos de 3 dólares diarios, mientras uno de cada dos de estos pobres no gana ni un dólar diario.

La  Conferencia de Naciones Unidas para el financiamiento del desarrollo que se realizó en Monterrey, México en junio de 2005 se propuso hacer válidos los propósitos de la Cumbre del Milenio cual es reducir la pobreza a la mitad  para el año 2015. Para ello debería cumplirse el compromiso de destinar el 0,7% del PIB para ayuda al desarrollo. No se trata de ser pesimistas pero salvo Noruega,  Holanda, Suecia, Luxemburgo y Dinamarca que alcanzaron o superaron esta meta, el resto de las naciones industrializadas están muy por debajo de ella. Las que menos recursos destinan en Europa a  los países más pobres son Alemania (0,27%), Portugal (0,26%), España (0,24%), Austria (0,22%) Grecia (0,19%) e Italia (0,13%).

Estados Unidos  la nación más rica del mundo aporta apenas el 0,1% de su PIB, habiendo rechazado hace años la meta de la comunidad internacional, mientras tanto aumenta su presupuesto militar en casi 30 mil millones de dólares llegando a 633 mil millones, lo cual triplica el de todos los países europeos y es siete veces mayor al de China y Rusia. Con esto se intenta justificar la lucha contra el terrorismo, cuando en realidad lo que se ha pretendido es legitimar un mundo unipolar en el cual no haya contrapesos al poderío militar estadounidense.

Josette Sheeran, directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos, relacionó la revolución egipcia de 2010 con el aumento de los precios de los alimentos. “En muchas protestas, los manifestantes han blandido barras de pan o han mostrado pancartas expresando su indignación por el aumento del coste de alimentos básicos como las lentejas. Cuando se trata de alimentos, los márgenes entre estabilidad y caos son peligrosamente finos. La volatilidad en los mercados se puede convertir rápidamente en volatilidad en las calles y todos deberíamos mantenernos vigilantes”.

En  la misma dirección, Naciones Unidas señala que “no estamos produciendo la cantidad que consumimos. Por eso las existencias han bajado tanto. Los suministros son ahora muy limitados en todo el mundo y las reservas están a un nivel muy bajo, lo que no deja espacio para eventos inesperados el próximo año”, según dijo  Abdolreza Abbassian, economista sénior de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Los precios de los principales cultivos de alimentos como trigo y maíz se acercan ahora a los que provocaron disturbios en 25 países en 2008. Cifras de la FAO sugieren que 870 millones de personas están desnutridas y que la crisis alimentaria aumenta en Medio Oriente y África, mientras Lester Brown presidente del centro de investigación Earth en Washington, y  uno de los más destacados ecologistas del mundo advirtió que el suministro global de alimentos podría colapsar en cualquier momento, causando hambre a otros cientos de millones de personas, provocando disturbios generalizados y derrocando gobiernos. “La escasez de alimentos debilitó a anteriores civilizaciones. Vamos por el mismo camino. Cada país se las arregla solo actualmente. El mundo vive de un año para el otro”, señaló Brown  y agrego que  es de tal magnitud la crisis  que la tierra se ha transformado en la mercancía más buscada, concluyendo que “La geopolítica del alimento está eclipsando rápidamente la geopolítica del petróleo”. Según su particular punto de vista “La agresión armada ya no es la principal amenaza para nuestro futuro. Las amenazas decisivas en este siglo son el cambio climático, el crecimiento de la población, mayor escasez de agua y el aumento de los precios de los alimentos”.

Una amenaza comienza a recorrer el mundo, la pobreza campea a sus anchas ante la mirada impertérrita de los poderosos que no parecieran preocuparse. Las palabras no bastan, se necesitan acciones, porque las consecuencias pueden ser catastróficas para toda la humanidad. 

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