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sábado, 9 de febrero de 2013

Guatemala: Ríos Montt, el ocaso del centauro

Un hombre que hubiera podido pasar a la historia como el Líber Seregni de Guatemala (el general uruguayo que construyó el Frente Amplio), finalizó siendo una suerte de Himmler, Göering o Hess, aquellos genocidas nazis  que terminaron sentados en el banquillo de los acusados en los juicios de Nuremberg.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

Triste es el fin de Efraín Ríos Montt. Su partido se  eclipsó y él será enjuiciado.

Tal es la reflexión al enterarnos de que a fines de enero de 2013 un juez ha decidido que es imputable de los cargos de genocidio y por tanto junto a quien fuera su director de inteligencia, José Mauricio Rodríguez Sánchez, será llevado a juicio. A sus casi 87 años, el anciano general tendrá que defenderse de  la grave acusación de ser autor intelectual  de la muerte de 1771 indígenas de la etnia Ixil y de 15 masacres efectuadas en la región con el mismo nombre durante el tiempo en que  fue jefe de estado (1982-1983).  La verdad histórica apunta a que  durante  los años de su mandato fueron más las masacres y  las víctimas que las que ahora se le imputan en la disputa  por la verdad jurídica.  Durante el gobierno de Ríos Montt, la política de tierra arrasada, el terror masivo y selectivo, no solamente en el campo sino también en las ciudades, fue llevado en Guatemala a su máxima expresión. No fueron esos años la primera vez en el cual el nombre de Ríos Montt estuvo asociado a hechos represivos de semejante calado. Hay que recordar  que el 28 de mayo de 1973 los periódicos dieron la noticia  de que se había efectuado una masacre de campesinos ladinos en el caserío de Sansirisay, Aldea de Palo Verde en el municipio de Jalapa.  Recuerdo muy bien las fotos del entonces Jefe del Estado mayor del Ejército, General Efraín Ríos Montt, descendiendo del helicóptero  en el cual sobrevoló la zona en donde se había efectuado la masacre.

Este hecho no fue óbice para que  una alianza de fuerzas progresistas encabezada por la Democracia Cristiana y distintas organizaciones socialdemócratas, inclusive militantes del movimiento revolucionario, le dieran su apoyo para la candidatura presidencial de 1974 a través del Frente Nacional de Oposición. Algo deben haber visto en el enérgico general, René de León Schlotter, Manuel Colom Argueta y Alberto Fuentes Mohr para pensar que podría encabezar una candidatura viable de oposición. Éste último fue su compañero de fórmula, dándole a la misma un carácter progresista. Con dicha candidatura, Ríos Montt se estaba rebelando contra la camarilla militar que dominaba al país, la cual junto al general Carlos Arana Osorio había decidido que el próximo presidente sería Kjell Laugerud.  Finalmente esto ocurrió cuando se efectuó el fraude electoral de aquel año. Imposible olvidar el desencanto que causó el general Ríos Montt cuando en lugar de defender dignamente su triunfo aceptó un exilio dorado como agregado militar en España. Ríos Montt finalmente vio cristalizado su sueño presidencial con el golpe de estado de 1982. Pero no encabezaría un gobierno progresista como el que habían soñado los opositores en 1974. En lugar de ello  encabezó  una suerte de modernización estatal convirtiendo a su gobierno en mitad humano (voluntad reformista) y mitad bestia (masacres y terror estatal) que lo llevó a emular al centauro Quirón que evocaría  Maquiavelo en su obra “El Príncipe”.

En 1974 la grandeza tocó  las puertas de Ríos Montt. Otro habría sido su destino si las hubiera abierto. En 1982 sus puertas sonaron nuevamente, esta vez  fue la infamia la que dio los aldabonazos. El general abrió su portón y la dejó entrar. Por ello, un hombre que hubiera podido pasar a la historia como el Líber Seregni de Guatemala (el general uruguayo que construyó el Frente Amplio), finalizó siendo una suerte de Himmler, Göering o Hess, aquellos genocidas nazis  que terminaron sentados en el banquillo de los acusados en los juicios de Nuremberg.

Triste fin el del general. Pudiendo escoger la grandeza, prefirió la ignominia.

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