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sábado, 23 de febrero de 2013

Peña Nieto en Costa Rica: luces, cámara…

No se sorprenda si la próxima vez que se le presenten ante sus ojos algunas de las muchas alternativas de mundos posibles que se construyen en nuestro continente, la telecracia le informe de una interrupción en la programación por razones ajenas a nuestro control.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Enrique Peña Nieto en Costa Rica: escoltado
por su esposa y la presidenta Laura Chinchilla.
“La telenovela de éxito es, por regla general, el único lugar de este mundo donde la Cenicienta se casa con el príncipe”. Eduardo Galeano.

Diplomacia de telenovelas. El flamante presidente de la telecracia corporativa mexicana, Enrique Peña Nieto, rostro visible y comercializable del muy viejo y autoritario Partido Revolucionario Institucional (PRI), visitó Costa Rica, gobernada por el muy viejo y anquilosado Partido Liberación Nacional (PLN), para realizar su primera gira oficial. En San José, entre fastos y candilejas, Peña Nieto, de cabello engominado y gestos milimétricamente calculados, intentó seducir a mandatarios y representantes de Centroamérica y República Dominicana con el anuncio de lo que –dice- será el nuevo rol de México como líder regional y global.

Para los escépticos, que vemos con dolor cómo México está siendo lentamente devorado en las entrañas del monstruo, y para el deleite de los  medios de comunicación, ávidos de titulares y portadas, la Primera Dama, Angélica Rivera, consumada actriz del emporio mediático de Televisa, cumplió a cabalidad su papel en la nueva diplomacia mediática y nos regaló unas declaraciones de antología. En entrevista para un diario costarricense, La Dueña de Peña Nieto declaró: “Me dio mucha confianza, lo vi tan honesto, tan sencillo, que empezamos a salir y a salir hasta que me enamoré… y aquí estoy” (La Nación, 21-02-2013). 

¿Quién dijo que los dinosaurios no ven telenovelas y que la dominación no se vale, también, de las historias de Cenicienta?

La tierra prometida del desarrollo neoliberal. Melodramas aparte, la oferta de una nueva alianza lanzada por Peña Nieto y el PRI para Centroamérica y República Dominicana, denominada acuerdo de asociación estratégica, tiene muy poco de nuevo y reincide en la apuesta ciega por el neoliberalismo. En San José, el mandatario mexicano aseguró que su gobierno “aspira a unir esfuerzos con nuestros hermanos centroamericanos para transformar a Mesoamérica en una región con mayor progreso económico y cohesión social”, y agregó que es del interés de México “detonar el bienestar social, la paz y la seguridad de nuestras sociedades”.

Casi 20 años después de la entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio de México con Estados Unidos y Canadá, que había sido anunciado por el presidente Carlos Salinas de Gortari como la puerta de acceso al Primer Mundo, al desarrollo tan ansiado por varias generaciones de latinoamericanos,  y tantas veces pospuesto por nuestros propios pecados –según reza la doctrina neoliberal-, otro gobernante del PRI nos recuerda –como el Josué del relato bíblico- que el camino a esa tierra prometida todavía es largo y que la clase política mexicana y centroamericana no tienen previsto cambiar el rumbo, lo que solo puede reservarle una peregrinación más tortuosa a nuestros pueblos.

Más grave aún: el mismo día que Peña Nieto aterrizó en Costa Rica, el diario La Jornada informó que en los últimos dos años el número de pobres en México creció en 3,1 millones de personas, al pasar de 48,8 millones a 51,9 millones. Según datos del Consejo Nacional para la Evaluación de la Política Social, “sólo dos de cada diez mexicanos no son considerados pobres ni sujetos a alguna carencia relacionada con vivienda, educación, salud y acceso a la seguridad social”.

A la luz de estos hechos, ¿tiene sentido insistir en un sistema económico, político e ideológico que estimula la exclusión social y expulsa ríos de gente al infierno de la migración y el exilio económico; que lanza a los jóvenes a las redes del crimen organizado y la muerte temprana; que tolera la anulación de la diversidad humana y abre puertas al colonialismo cultural; y que justifica, bajo la lógica del cálculo de utilidad, la depredación de la naturaleza y sus recursos como condición necesaria para obtener un ínfimo beneficio material y calmar los apetitos de la inversión extrajera? ¿Es este el  espejo en que debemos mirarnos los mesoamericanos, sin otra alternativa posible?

Estas cuestiones, por su supuesto, ni siquiera estuvieron presentes en la exclusiva mesa de los comensales del convite neoliberal en San José.

El prohibibo reino de lo posible. Casi desapercibida por el sistemático silencio que la prensa hegemónica impone a todo lo que ocurre en los países de América del Sur que han emprendido procesos de cambio con un horizonte progresista, ni la contundente victoria electoral de Rafael Correa en Ecuador ni los extraordinarios logros de la Revolución Ciudadana merecieron en Costa Rica, durantes estos días, los sesudos análisis que la intelectualidad criolla dedicó, por ejemplo, a los discursos de Barack Obama en los Estados Unidos, a la desalmada gestión de la crisis europea por parte de la canciller alemana Angela Merkel, o a las andanzas de la pareja presidencial mexicana.

Casos como el de Ecuador, que bajo el gobierno de Correa, logró salir de la larga noche neoliberal para emprender un proyecto nacional-popular con resultados impresionantes en materia de recuperación de la soberanía; en educación y salud;  en la redistribución de la riqueza, la reducción de la pobreza y la disminución de la desigualdad, constituyen un mal ejemplo para los países y pueblos sometidos a los designios del orden neoliberal dominante y para sus agentes y administradores de turno. Por eso se los invisibiliza, se les etiqueta como populistas, y se les ataca sin piedad.

¿Cuál es la función de los medios en América Latina?, se había preguntado alguna vez el investigador Jesús Martín Barbero. A la luz de las declaraciones de la Primera Dama (¿o actriz?) mexicana, que citamos antes, o del tratamiento mediático, sesgado y malintencionado que se da a los procesos de cambio en nuestra América, la respuesta que diera el intelectual español  resulta inobjetable: los medios son funcionales al poder para “hacer soñar a los pobres el mismo sueño de los ricos”.

Por eso, no se sorprenda si la próxima vez que se le presenten ante sus ojos algunas de las muchas alternativas de mundos posibles que se construyen en nuestro continente, la telecracia le informe de una interrupción en la programación por razones ajenas a nuestro control.

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