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sábado, 23 de febrero de 2013

Postergado homenaje al salvadoreño Francisco Gavidia

Quizá la mayor gloria de Francisco Gavidia, en tanto traductor impar de Víctor Hugo, fue revelarle a un juvenil Darío la  musicalidad del verso  alejandrino francés, y que  a partir de su adopción hacia 1882 por el futuro autor de “Azul”, dotó a la poesía castellana de nuevas posibilidades sonoras y rítmicas, acto que constituye una de las mayores hazañas del modernismo americano.

Carlos María Romero Sosa / Para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina

Francisco Gavidia.
En  la Avenida del Libertador vereda impar, entre las calles Agüero y Austria de la ciudad de Buenos Aires,  se encuentra -en su nuevo emplazamiento- la estatua de Rubén Darío, obra del escultor porteño José Fioravanti. Inaugurada  en 1968, hasta su traslado en los años noventa a su actual sitio a pocos metros del originario, avenida del Libertador de por medio, lució en los terrenos de la ahora plaza Eva Perón que se extiende detrás de la Biblioteca Nacional, un espacio verde antes bautizado con el nombre o mejor dicho con el seudónimo que universalizó el poeta nicaragüense. 

Cuando paso ante ese bronce recuerdo una lejana iniciativa de un grupo de figuras de nuestras letras promoviendo que se homenajeara con una placa a descubrir precisamente en un ámbito de recordación rubendariano, al poeta, humanista  y académico de la lengua hijo de la República de El Salvador, Francisco Gavidia (1864¿?-1955).

Quizá la mayor gloria suya, en tanto traductor impar de Víctor Hugo, fue revelarle a un juvenil Darío la  musicalidad del verso  alejandrino francés, metro tan empleado por Hugo y por otros románticos galos como Alfonso de Lamartine o el conde Alfredo de Vigny y que  a partir de su adopción hacia 1882 por el futuro autor de “Azul”, dotó a la poesía castellana de nuevas posibilidades sonoras y rítmicas, acto que constituye una de las mayores hazañas del modernismo americano. “Fue con Gavidia, -cuenta Darío en su Autobiografía- la primera vez que estuve en aquella tierra salvadoreña  con quien penetran en iniciación ferviente, en la armoniosa floresta de Víctor Hugo; y de la lectura mutua de los alejandrinos del gran francés, que Gavidia, el primero seguramente, ensayara en castellano a la manera francesa, surgió en mí la idea de renovación métrica, que debía ampliar y realizar más tarde”.    

Como nunca es tarde para solemnizar el recuerdo, sería bueno hacer realidad aquella lejana iniciativa cuyos autores fueron entre otros, el embajador Enrique Loudet, el escritor Jorge Max Rohde y el historiador Carlos G. Romero Sosa.  Ello porque no representa un dato de menor importancia dentro de la historia del arte moderno lo destacado por el crítico, pedagogo y luchador revolucionario nicaragüense que hasta llegó a tener trato con el Che Guevara, Edelberto Torres Espinosa, en su libro “La dramática vida de Rubén Darío” (8ava. Edición, Managua 2009, Ed.Amerrisque): la reforma métrica de la poesía castellana se inició  en la casa de Francisco Gavidia en la ciudad de San Salvador, en 8va, Calle Poniente, antaño avenida de San José.

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