En las circunstancias
de Chile todo proyecto, para que sea verosímil, no puede soslayar el referente
allendista, la amplitud de la movilización democrático izquierdista y la lucha
anti neoliberal. ¿Servirá el retorno de Bachelet para un genuino impulso hacia
la conformación de un nuevo escenario político que se proponga la superación de
los “enclaves” autoritarios?
Darío Salinas Figueredo / Especial para Con Nuestra América
Desde Santiago de Chile
La expresidenta Bachelet a su llegada al aeropuerto de Santiago de Chile. |
La llegada de la ex
presidenta a Santiago de Chile, como estaba prevista, estuvo rodeada de la
simpatía que goza su imagen y que ha sabido mantenerse durante todo este
tiempo, incluso más allá de las inocultables expresiones de desmembramiento de
su coalición derrotada electoralmente tras veinte año de hegemonía política
post-dictadura.
Su primer mensaje, del
28 de marzo del 2013, además de explicitar la decisión de ser candidata
presidencial, hecho también desde hace rato predecible, tiene importancia crucial
por varias razones. En primer lugar, por la reiteración de un diagnóstico
socialmente negativo, y conocido, desde
el punto de vista de la desigualdad que constituye una característica central
en la estructura socioeconómica de Chile.
Su insistencia en esa problemática anticipa lo que que será, seguramente,
un eje importante en la búsqueda de articulación del movimiento para las
primarias y, en esa medida, para toda su campaña. La oportunidad política
estriba en que todos los problemas asociados a la desigualdad serán corroborados
como socialmente inobjetables, con sobradas razones, susceptibles por tanto de
contar desde ahora con la expectativa ciudadana. En segundo lugar, la
referencia más directamente política se expresa en su explícita voluntad de
trabajar a favor de una “nueva mayoría”, capaz de conformar un “nuevo consenso”
ciudadano. Esa nueva configuración se ha reafirmado en su intervención al tenor
de lo explicitado que será desde la oposición.
Con base en estos
antecedente sobresalen, al menos, las siguientes consideraciones inomitibles en
el debate abierto hacia las presidenciales de noviembre del 2013. Mientras el
patrón distributivo no se plantee como un problema del modelo económico
vigente, su invocación como desigualdad ofrece a la política de antemano la
posibilidad de desarrollo de una franja amplia para abrir espacios políticos,
incluso hacia esferas de la propia derecha cuyos intereses fundamentales nunca
fueron afectados durante los gobiernos de la concertación. Con esa forma de afirmación,
al situar la desigualdad como problema a vencer, hasta el Banco Mundial estaría
de acuerdo.
Enseguida, aunque su
planteamiento inicial aparece invocando un proyecto desde la oposición, el
hecho de no cuestionar ni siquiera de soslayo el modelo económico vigente
anticipa que no está dispuesto ese lineamiento a un proceso de articulación
social y política hacia un gobierno anti neoliberal. Saberlo es relevante. Allí
radica el drama de Chile, asiento estructural e institucional de la herencia
pinochetista, la cual, al no ser removida tuvo la expresión de rechazo del país
que significó la debacle electoral de la Concertación ante una derecha que ha
hecho de la alternancia un sinónimo de democracia.
Por último, llama la
atención que en la primera intervención de la ex mandataria socialista no aparezcan
las fuerzas políticas de izquierda, en un país de memoria allendista, probablemente
a sabiendas del desprestigio actual que se ha ganado la política predominante y
sus expresiones partidarias. Con ello se oculta nuevamente una de las expresiones
de mayor debilidad del proceso político chileno, la falta de sintonía de la
política con el sentir de la sociedad. No cualquier política, por supuesto, porque
si se trata de un “nuevo consenso” se espera que sea desde la izquierda, en
contra de la derecha instalada hoy en la Moneda y los resabios de la dictadura,
fortaleciendo la activación social por una “nueva mayoría” que evite reeditar
la debacle de la política cupular de estos años y que recupere el protagonismo
real de las fuerzas sociales y políticas dispuestas a favor de los cambios sustantivos
que el país reclama. Las movilizaciones y los argumentos del movimiento
estudiantil están para atestiguarlo.
Puede ser prematuro
afirmarlo, y ojalá estemos equivocados, pero parece que nuevamente se está tratando
de sembrar la oferta de un proyecto para “todos”, que en los pasados gobiernos de
la concertación y específicamente durante 2006-2009 estuvo muy lejos de serlo. Ni
para todos, ni menos de izquierda.
La sospecha nuestra es
debido a que en las circunstancias de Chile todo proyecto, para que sea
verosímil, no puede soslayar el referente allendista, la amplitud de la
movilización democrático izquierdista y la lucha anti neoliberal. ¿Servirá el
retorno de Bachelet para un genuino impulso hacia la conformación de un nuevo
escenario político que se proponga la superación de los “enclaves” autoritarios?
No lo podemos saber por ahora.
Mientras tanto, podrán
ser benéficas las proyecciones de allí derivadas para el país si se proyecta
una propuesta sobre la base de un compromiso programático, de cara a la ciudadanía,
con deliberación política sobre objetivos, tejiendo relaciones concretas con todas
las fuerzas democráticas y de izquierda, donde aparezca centralmente la
necesidad de cambiar la constitución, su sistema electoral, los fundamentos de
la organización económica vigente, los criterios que rigen en el campo laboral,
educativos, tributario, en el recurso del cobre y la política social de cara a
los procesos y tendencias de integración latinoamericana. De lo contrario, la
llegada de Bachelet podría apenas ser un
nuevo período en que ella, como símbolo político, y las fuerzas que la apoyen
se conviertan en una colosal celestina del neoliberalismo, hablando de
democracia, pero postergando los cambios estructurales e institucionales que obstaculizan los avances democráticos que
el pueblo anhela.
Ojalá se equivoque el articulista pero todo pareciera que tendrá razón, yo no veo a esta señora como líder de un cambio de paradigma como nunca lo fue en sus años de gobierno donde con algunos matices populistas fue una continuadora del pinochetismo.
ResponderEliminarOjalá se equivoque el articulista pero todo pareciera que tendrá razón, yo no veo a esta señora como líder de un cambio de paradigma como nunca lo fue en sus años de gobierno donde con algunos matices populistas fue una continuadora del pinochetismo.
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