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sábado, 29 de junio de 2013

Agroecología: La otra revolución en Cuba

Uno de los sellos distintivos de la revolución agroecológica de Cuba es el desarrollo de metodologías participativas innovadoras y noveles en la investigación agrícola con procesos horizontales de discusión, validación y adaptación de nuevas ideas y propuestas. Estas metodologías, que deben mucho a la Pedagogía del oprimido de Paulo Freire, se conocen colectivamente como de campesino a campesino.

Carmelo Ruiz-Marrero / Progreso Semanal
Granja agroecológica en Cuba.

“Durante los años más difíciles del Período Especial, nuestros campesinos e investigadores de la ciencia agrícola descubrieron incontables soluciones creativas. Había un objetivo y una prioridad: recuperar nuestros sistemas agrícolas y producir lo que sea necesario para alimentarnos. Sin embargo, necesitábamos conceptos integradores y de modelos para los cambios que eran indispensables, y los encontramos en la agroecología”. Orlando Lugo-Fonte, Presidente de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños de Cuba

Cuba es el país que ha dado los mayores pasos, y en el menor tiempo, para pasar de la producción agrícola-industrial convencional al cultivo orgánico. Este logro ha sido celebrado y demostrado por numerosos expertos y observadores, incluyendo el experto en reforma agraria Peter Rosset y el agroecologista Miguel Altieri, organizaciones académicas como la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA) y ONGs como Food First y Worldwatch Institute, y han sido objeto de un documental del año 2006, titulado El poder de la comunidad: cómo Cuba sobrevivió al pico del petróleo.

El país se encontraba en una situación muy crítica e inusual a principios de la década de 1990. Con la implosión de la Unión Soviética, los subsidios que Cuba recibía en forma de alimentos e insumos agrícolas cesaron de la noche a la mañana, lo que provocó una crisis sin precedentes. Con la ley Torricelli y la Helms-Burton, aprobadas en 1992 y 1996 respectivamente, el embargo norteamericano apretó su nudo alrededor de la economía cubana, empeorando así una situación ya difícil. Pero la nación isleña del Caribe se mantuvo por medio de una transformación exitosa de su agricultura, pasando a una producción agroecológica basada principalmente en pequeñas granjas familiares.

En marzo, en la ciudad colombiana de Medellín, tuve la oportunidad de pasar un tiempo con los profesores cubanos Fernando Funes y Luis Vázquez, ambos científicos reconocidos internacionalmente y miembros del claustro del programa de doctorados de SOCLA. Entre largos paseos por el centro de la ciudad y bebiendo cerveza en el barrio de Pilarica, hablamos mucho acerca de los retos de la agricultura, la ecología y el socialismo. Este artículo está basado en esas conversaciones y en escritos publicados por Funes y otros autores.

Funes dice que después de la retirada del apoyo soviético, “la crítica situación creada en la agricultura cubana propició la transformación de la estructura agraria y el alcance de una nueva dimensión tecnológica, económica, ecológica y social, con el objetivo de alcanzar la seguridad alimentaria con nuevos métodos y estrategias”.

Pero antes de buscar aplicar la experiencia cubana a otros países y contextos, es necesario considerar las circunstancias singulares y extraordinarias del país. La revolución de 1959 y la subsiguiente reforma agraria generalizada fueron hechos singulares que sucedieron en la historia latinoamericana: la clase latifundista fue derrotada, desarraigada y expulsada. La riqueza y la tierra del país fueron redistribuidas y, como resultado, el acceso a la tierra no es un problema y todos los agricultores del país disfrutan de educación y atención médica de primer nivel.

Las élites latinoamericanas propietarias de la tierra, apoyadas por la contrainsurgencia asesina de EE.UU., no han escatimado recursos, sean ellos financieros, ideológicos o militares, para evitar otra revolución al estilo de la cubana en el Hemisferio Occidental.

Sin embargo, muchas de las lecciones de Cuba pueden aprenderse y aplicarse en otros países. Uno de los elementos clave en el éxito de la agroecología y la soberanía alimentaria en Cuba ha sido el apoyo del estado. La experiencia cubana demuestra que una transición exitosa de la agroecología requiere de una importante participación del sector público. La revolución orgánica del país contradice la imagen común del gobierno de Cuba como burocratizado y carente de creatividad o imaginación. Si el estado cubano fuera tan inflexible e ineficiente como los desdeñosos críticos de la revolución lo presentan, no hubiera tomado las medidas adecuadas y de manera tan rápida y decisiva para evitar una fatal crisis alimentaria.

Entre los pasos concretos tomados por el gobierno está la creación de 276 centros para la reproducción de entomófagos y entomopatógenos) organismos que son enemigos naturales de las plagas), un Programa Nacional de Agricultura Urbana con 26 subprogramas que abarcan la producción de hortalizas, plantas medicinales, condimentos, granos, frutas y crianza de animales (gallinas, conejos, ovejas, cabras, cerdos, abejas y peces) que son desarrollado en todo el país, y un programa para la promoción de la agricultura ecológica en el seno de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP).

Funes explicó las líneas fundamentales de esta revolución agrícola ecológica: “Estos avances fueron desde el uso de biopesticidas y controles biológicos, hasta diferentes aplicaciones de biofertilizantes, compost, humus de lombriz, biosuelos, tracción animal, etc. a gran escala y de manera rápida”. Las técnicas exploradas y desarrolladas también incluyeron el policultivo, rotación, uso inteligente de leguminosas que fijan el nitrógeno y una gran variedad de soluciones ecológicas para problemas de plagas y malas hierbas. Junto con la innovación llegó también el pleno reconocimiento de tradiciones antiguas de gran relevancia y utilidad. Dice Funes de la recuperación de la crisis por parte del sector campesino cubano:

“Una mezcla de prácticas tradicionales de cultivo y fertilización orgánica comunes en el campo cubano, traídas de Europa hace siglos por inmigrantes españoles, y apropiadas estrategias para el manejo del clima, fases de la luna y muchas veces hasta creencias religiosas y dichos insertados en la sabiduría campesina, sin duda permiten a este sector ser el que demostró una recuperación más convincente–y en el menor tiempo– a la crisis de los insumos”.

Pero la acción del estado por sí sola, aunque necesaria, no es suficiente para llevar adelante la agroecología. Esto ha sido demostrado en Venezuela, Bolivia y Ecuador, donde gobiernos progresistas orientados por los ideales bolivarianos antiimperialistas están totalmente a favor de la soberanía alimentaria y han hecho de ellos una política estatal oficial. Estos gobiernos emitieron directivas al efecto a universidades públicas y ministerios de Agricultura, pero nada sucedió. Burócratas, agrónomos y expertos académicos, criados y formados en el modelo de revolución verde de la agricultura industrial mecanizada de amplio uso de productos químicos, al estilo de EE.UU., sencillamente ignoraron los dictados de las altas esferas y continuaron haciendo lo que siempre habían hecho: promover monocultivos y pesticidas mientras ignoran las nuevas prácticas agrícolas y discursos que se originaron de la ecología y las movilizaciones de base.

No hay que decir que no se logró nada ahí. La región de los Andes es uno de los caldos de cultivo del mundo basados en la innovación agroecológica, y Venezuela es sede del Instituto Latinoamericano Paulo Freyre de Agroecología (IALA). Pero la resistencia burocrática proveniente de los niveles medios del gobierno ha coartado el potencial para una transformación verdaderamente profunda de la agricultura. Los logros de estos tres países sudamericanos no son nada en comparación con los de Cuba. ¿Cómo pudo hacerlo Cuba?

Cuba impidió que su revolución agroecológica orgánica sufriera la muerte burocrática gracias a una combinación de descentralización y modelos participativos. Empresas estatales se fragmentaron en Unidades Básicas de Producción Cooperativas (UBPC). Según Funes, esto ha dado a los agricultores el sentimiento liberador de ser propietarios de la tierra que trabajan al darles un protagonismo real en los procesos de la toma de decisiones. La palabra que usa es autogestión, una palabra latinoamericana que describe procesos de autoadministración y autonomía individual aumentada a escala de pequeñas empresas.

Uno de los sellos distintivos de la revolución agroecológica de Cuba es el desarrollo de metodologías participativas innovadoras y noveles en la investigación agrícola con procesos horizontales de discusión, validación y adaptación de nuevas ideas y propuestas. Estas metodologías, que deben mucho a la Pedagogía del oprimido de Paulo Freire, se conocen colectivamente como de campesino a campesino. Nacido en la región mesoamericana en la década de 1970, el método de campesino a campesino (CAC) ha revolucionado la agricultura ecológica en toda Latinoamérica y se está extendiendo por todo el mundo. Su extraordinaria historia se cuenta en el libro Campesino a campesino: voces del movimiento entre agricultores de Latinoamérica para la agricultura sostenible del director de Food First Eric Holt-Giménez.

Según el reciente libro Revolución agroecológica en Cuba, por Peter Rosset et al., “el CAC es una metodología energizante, coloca al campesino y a su familia como protagonistas de su propio destino, a diferencia del extensionismo clásico –estático y desmovilizador de la base campesina–, basada en el técnico como transmisor del conocimiento… está basada en la transmisión horizontal y la construcción colectiva del conocimiento, prácticas y métodos. En otras palabras, trata de incorporar la tradición e innovación campesinas a fin de agregarlas a los resultados de la investigación científica en agroecología”. Según Rosset et al., “la agroecología ha logrado en poco más de diez años lo que el modelo convencional no ha logrado nunca en Cuba o en cualquier otra parte: producir más con menos (moneda extranjera, insumos e inversiones”.

Según el presidente de la ANAP Orlando Lugo Fonte, el factor más importante en el éxito de la agroecología en Cuba es “la Revolución, que nos dio y garantizó la propiedad de la tierra, lo cual nos desarrolló educacional, técnica y socialmente, incluyendo los valores del colectivismo, cooperación y solidaridad. Pero por encima de todo, dignificó a los hombres y mujeres del campo y los hizo propietarios y los responsabilizó con mucho más que su propia parcela. Ha hecho conscientes a los hombres y mujeres de su responsabilidad: alimentar al pueblo y proteger el entorno, de manera que las generaciones futuras de cubanos también puedan comer y tener un campo limpio y saludable en el cual vivir”.

“Gracias a toda su historia revolucionaria, que se remonta al siglo XIX, el campesinado cubano ha acumulado muchas experiencias”, dice João Pedro Stédile, de Brasil, uno de los líderes del Movimiento de los Sin Tierra de su país (MST). “Además de haber pasado por la revolución verde, ha mantenido viva la revolución de su pueblo y por cincuenta años ha resistido contra todas las agresiones del imperialismo. Por eso, el sector campesino es el más preparado ideológica y científicamente para ayudar a todos los campesinos y campesinas del mundo a enfrentarse al reto impuesto por el capital”.

Pero los observadores no deben romantizar ni idealizar la realidad cubana. La agroecología en Cuba enfrenta serios retos y contradicciones. El gobierno no tiene la intención de deshacerse de la agricultura industrial tradicional y está promoviendo el desarrollo de cultivos genéticamente modificados, algo a lo que Funes y otros agroecologistas cubanos se han opuesto vigorosamente. Algunos en los altos niveles del Partido Comunista consideran la agroecología como solamente una cura temporal que se debe descartar una vez termine el Período Especial. Pero Funes, Vázquez y muchos agricultores cubanos están convencidos de que la agroecología es la forma de actuar hoy y será también la vía del mañana. Según las palabras de Funes, “Hagamos ahora la agroecología, no por necesidad, sino con la convicción de que es realmente el camino a seguir”.

Carmelo Ruiz-Marrero es un autor puertorriqueño, educador medioambientalista y periodista investigador. Es investigador asociado del Instituto para la Ecología Social y director del Proyecto de Puerto Rico para la Bioseguridad. Su dirección de Twitter es @carmeloruiz

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