Una
crítica para tener legitimidad debe contener implícito en su discurso, una
praxis orgánica que materialice determinada postura, siendo consecuente con lo
que se dice o afirma. De lo contrario, al no haber constatación de esa crítica
con los hechos concretos, termina siendo parte de una mitología comunicacional
que se intenta imponer en las masas como “verdad absoluta”.
Maximiliano
Pedranzini* / Especial para Con Nuestra América
Desde Misiones, Argentina
“La
conquista del poder cultural es previa a la del poder político y esto se logra
mediante la acción concertada de los intelectuales llamados ‘orgánicos’
infiltrados en todos los medios de comunicación (…)”. Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel.
En
esta nueva época marcada por el fin del neoliberalismo en América Latina y una
crisis capitalista que hace estragos en la clase trabajadora europea, nos
encontramos con la firme presencia de los medios masivos de comunicación en
toda la región, un enemigo potencial invisible a los ojos de un pueblo que se
encuentra maniatado por las cuerdas de su discurso.
En
este sentido, los medios hegemónicos son los que generan las condiciones para
que se instalen determinados temas en la agenda social y política de un país y
crean en base a esto, sentido común en el colectivo social. Manipulan la
realidad a su antojo y vuelven turbios aspectos antes claros, como los hechos
en sí mismos y la verdad que brota de ellos.
Sin
embargo, este combate que se viene librando en el terreno de lo público por los
Estados nacionales y los monopolios mediáticos, ha logrado aniquilar el
concepto de crítica, tornándose fundamental en este contexto recuperar su
significado, para poder de esta manera, comprender esa realidad que nos
atraviesa como sujetos.
Primero
definamos la idea de crítica. Karl Marx nos dice que la crítica es “la cabeza de una pasión”. Para Marx la
crítica va “tornar claro algo que estaba
oscuro”, es decir, develar una situación de oprobio a través de la toma de
conciencia de lo que está ocurriendo y que necesariamente debe acompañar a la conciencia,
en tanto ésta no se someta al yugo de la realidad, no se ahogue por las
condiciones que le ésta le impone. En efecto, es la conciencia la que debe
decidir sobre esa realidad y no lo contrario, para que se produzca el cambio de
algo que está naturalizado como condición de vida y, en consecuencia, surge
como condición de posibilidad ese cambio,
el decidir si es tolerable o no, si está bien o está mal esa situación en la
cual se encuentra, ese es el enfoque de crítica en la que ahonda Marx, a la que
llamará el Pathos de la crítica, es
decir, esa pasión que alimenta a la crítica, dándole carácter de denuncia, revelando lo que está mal.
Para Marx eso es el Pathos de la
indignación, que es cuando descubrimos nuestra situación de ignominia, de
total oprobio que nos llena de indignación, nos irrita a tal punto que
decidimos en algún momento de nuestra existencia cambiar esa situación
nauseabunda que nos veja. Ese es el momento en que nos rebelamos y le decimos
“basta” a la injusticia, a la desigualdad, a la explotación…, y es ésta quien “desenmascara a todas las demás y a su
contenido de clase”, donde la antítesis de la anterior pone de manifiesto
otra mirada más cercana a la realidad objetiva.
Por
supuesto que en el periodismo la crítica está cargada de subjetividad en un
mundo contaminado por nuestras pasiones. Pero una crítica para tener
legitimidad debe contener implícito en su discurso, una praxis orgánica que
materialice determinada postura, siendo consecuente con lo que se dice o
afirma. De lo contrario, al no haber constatación de esa crítica con los hechos
concretos, termina siendo parte de una mitología comunicacional que se intenta
imponer en las masas como “verdad absoluta”.
Una
verdad construía como legitima que recorre cada rincón de la sociedad a través
de una retórica convincente que crea consenso entre la población. Esta
legitimidad es la que se pone en juego. Como decía Friedrich Nietzsche, “no existen los hechos, sino las
interpretaciones”. Se niega el hecho en sí, para dar paso a la batalla de
las interpretaciones. Ya no interesa descubrir la verdad, indagar sobre los
hechos que le dan forma y sentido. Lo que interesa es la interpretación
subjetiva sin necesidad de conocer lo que nos rodea.
Este
es uno de los tantos misterios que tiene la democracia y que dictamina la
máxima relativa del “todo vale”, por el solo hecho de vivir en un Estado
democrático y con libertad de expresión. Una triste paradoja que gobierna
nuestra subjetividad y nos hace elogiar esta decadencia que habita en algunos sectores
de la sociedad.
*
Ensayista y escritor. Integrante del Centro de Estudios Históricos, Políticos y
Sociales Felipe Varela, de Argentina
En tan poco espacio tantas verdades, estoy por completo de acuerdo con los expuesto en "medios, hegemonía....." todo nos lleva comprender el carácter de clase que preside cada uno de los artículos de la prensa monopólica, cada palabra de agravio o de falsedad informativa, solo pretende defender los privilegios, que no están dispuestos a abandonar y confunden, desvían la atención de los lectores, solo el engaño es consecuente en sus acciones.-
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