Pobre el Papa en su berenjenal de
contradicciones, queriendo imitar al humilde galileo en medio de la jauría de
lobos que prevalecen en la Iglesia, entre los oropeles dorados del Vaticano y
debiendo custodiar los miles de millones de dólares que descansan en las arcas
del Vaticano, eufemísticamente llamado Instituto para las Obras de la Religión.
Rafael
Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica
El Papa Francisco: entre la fe, la maquinaria mediática, los guiños progresistas y las contradicciones. |
Poco ha tenido que hacer el Papa para
que regresen al redil algunos de los más
connotados teólogos de la liberación que no hace mucho tiempo fueron
denostados y apartados de la Iglesia. Uno de ellos es Leonardo Boff, por
ejemplo, quien no esperó ni siquiera a que hiciera alguno de los gestos que
tanto han deslumbrado al progresismo latinoamericano, para ponerse de su lado y
clamar por abrirle una línea de crédito que le permitiera construir una Iglesia
diferente.
Han sido varios, pero pocos, no muchos,
los gestos del Papa Francisco que han abierto estas expectativas de que, por
fin, la Iglesia Católica deje de ser ese elefante blanco anclado en el
medioevo, reaccionario y retardatario en que se ha convertido en nuestros días. Lejos está esta Iglesia de sus orígenes,
aquellos en los que, según su propia tradición, un humilde hijo de carpintero
desafió el statu quo no solo con la
palabra sino también con su estilo de vida.
En América Latina, ese ejemplo
primigenio del fundador fructificó como en ninguna otra parte, pero pasó la ola
política que la envolvía y daba sentido y fue perdiendo fuerza y presencia
hasta que solo quedaron, casi solo como testimonio, algunos referentes que, sin
embargo, fueron derivando y complementando las posturas iniciales con otras,
acordes con los nuevos tiempos. Es el caso del ejemplo que acá hemos traído a
colación, la del brasileño Leonardo Boff, que ha introducido en su reflexión la
dimensión ambiental en el marco de una cosmogonía panteísta.
El Papa Francisco, sin embargo, poco ha
hecho más allá de sus famosos gestos, mismos que, por demás, son publicitados a
los cuatro vientos de forma bastante poco cristiana, si es que nos atenemos a
la máxima bíblica de que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha.
Estos gestos no escorian, ni siquiera
abollan, los grandes retos que tiene ante sí la Iglesia como institución. Uno
de ellos, el del universo homosexual con todas sus implicaciones, matrimonio
igualitario incluido, no puede ser resuelto con la frase “quién soy yo para
juzgar a un gay”, que lanzara en conferencia de prensa. Él es, nada más y nada
menos, que el Papa, el jefe máximo, incontrovertido e “infalible” de la Iglesia
Católica y, como tal, no puede escudarse en una supuesta actitud de humildad
para evadir las respuestas que tanto ayudaría a construir un mundo más
tolerante.
Es mucho pedir, ya lo sabemos, que el
Papa hiciera algo diferente. Y también sabemos que, en el mundo de intereses de
todo tipo en el que se mueve, es bastante lo que hace con los simples gestos
que hasta el momento ha producido. Ya estos, de por sí, han levantado bastante
roncha en las capas más conservadoras, no solo de la Iglesia, sino en todo el
entramado que gira en torno a ella.
Ya han aparecido algunas voces con resabios
coloniales que tachan sus gestos como populistas, aduciendo a los viejos
estereotipos que sobre nosotros, los latinoamericanos, prevalecen en Europa.
Suerte que el Papa no haya sido caribeño, porque ya habría sido tachado de
tropical, y sus gestos de propios de un político de una banana republic.
Pobre el Papa en su berenjenal de
contradicciones, queriendo imitar al humilde galileo en medio de la jauría de
lobos que prevalecen en la Iglesia, entre los oropeles dorados del Vaticano y
debiendo custodiar los miles de millones de dólares que descansan en las arcas
del Vaticano, eufemísticamente llamado Instituto para las Obras de la Religión.
Ojalá que no se les suelten los demonios
a quienes, aún solo por sus gestos, se sienten amenazados y terminen haciendo
alguna tontería. Recordemos a Juan Pablo I.
Laberinto es poco...eso es como el mundo un laberinto de maldad que lo poco que se quiere hacer será depredado sin piedad.
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