Páginas

sábado, 10 de agosto de 2013

La escuela-comunidad de Warisata

En el altiplano boliviano, cerca de un importante centro aymara, en la pequeña ciudad de Achacachi, con los picos nevados de la cordillera Real a su espalda y la inmensidad del lago Titicaca al frente, se alza el edificio de lo que fue la primera experiencia de educación comunitaria.

Raúl Zibechi / LA JORNADA

La escuela de Warisata en Bolivia.
Warisata desafía el viento helado como la escuela-comunidad desafió la servidumbre impuesta al indio por los hacendados y el Estado colonial travestido en república.

La fundación de la escuela de Warisata fue parte de la lucha por la recuperación de tierras de las comunidades de la región. Después de 1899, cuando fue derrotado el ejército indio del mallku Pablo Zárate Willka por las clases dominantes, se comenzaron a crear escuelas indigenales (dirigidas por autoridades indias), para continuar resistiendo la expansión del latifundio. Muchos de los que se atrevieron a fundar escuelas fueron torturados y encarcelados. Los hacendados eran, como en las novelas de Manuel Scorza (Garabombo el invisible, entre otras) los principales enemigos de la educación india.

Avelino Siñani, aymara del altiplano y fundador de Warista, enseñó clandestinamente en su comunidad hasta que lo descubrieron; tuvo que alejarse y fundó varias escuelas en otras comunidades pero finalmente fue apresado y torturado. En 1917 el maestro Elizardo Pérez, cofundador de la escuela, fue nombrado inspector de educación primaria para el departamento de La Paz y en una de sus giras conoció a Siñani. En 1931 buscaba crear una escuela en la cual “el indio educara al indio”; vuelve a encontrarse con Siñani y juntos emprenden la tarea de crear una escuela-comunidad.

En agosto de ese año los comuneros de Warisata crean el Parlamento Amauta como supremo órgano de decisión de la escuela. La primera decisión es abolir la servidumbre y el trabajo gratuito que los indios prestaban al subprefecto, al corregidor y al cura. La escuela se apodera de tierras usurpadas por los terratenientes y a su vez los comuneros ceden parcelas para el campo de cultivo de la escuela.

En un libro posterior (Warista. La escuela-ayllu), Elizardo Pérez destaca los principios que guiaron la creación y el funcionamiento de la escuela. Todo lo comunal se concentraba en la escuela y ella reproducía la comunidad, en tanto el Parlamento Amauta abarcaba todos los aspectos de la escuela, desde la pedagogía o la forma de enseñar, hasta los contenidos y todo lo relacionado con su funcionamiento.

La escuela era un gran cuadrado de dos pisos con aulas y salones para que durmieran los internos, y tenía 10 hectáreas para la producción. “La escuela no sólo producía conocimiento sino los bienes materiales necesarios para reproducirse”, escribió Elizardo. El modo de conocer partía de la praxis comunitaria: “Conocer y no copiar, transformar y no consolidar, recrear y no estatizar”, según la hermosa descripción de la historiadora Karen Claure. Los alumnos no sólo sembraban y cultivaban, también fabricaban los colchones y las armazones de sus camas, participaban en las cosechas junto a sus familias y los fines de semana lavaban juntos la ropa en el arroyo.

Una parte de la enseñanza se realizaba al aire libre: el manejo del telar, la elaboración de tejas para mejorar los techos de las viviendas de los comuneros, las caminatas hacia el pie de la cordillera. “Todos estábamos aprendiendo en la cruda escuela del trabajo, desde legislar hasta cocinar estuco y cal”, describe Elizardo en su libro. Alumnos, campesinos y profesores almuerzan juntos en el patio de la escuela. Las fotos de la época enseñan a los alumnos en ronda, cuaderno en mano, al aire libre junto a los profesores. Por momentos no se sabe si trabajan, estudian o juegan.

Para comercializar el excedente de producción de la escuela, el Parlamento Amauta decidió crear un mercado semanal libre, sin intermediarios. Elizardo explica: “La comunidad encontró así una vía más para reproducirse, porque pasó a controlar el comercio de sus productos”. La escuela era una extensión de la comunidad, que era la que tenía el control y a quien servía la experiencia educativa. Las comunidades construyen el edificio, mantienen a los docentes y deciden qué y cómo se enseña. La escuela redunda en el fortalecimiento de las estructuras comuneras y en la expansión de sus lógicas.

El jilakata Cipriano Tiñini (autoridad comunal) expresó el sentir de los comuneros: “Para nosotros se habrá acabado esta maldición de no ver nada sin ser ciegos; de no oír nada sin ser sordos; no poder hablar sin ser mudos. Por eso hemos levantado esta gran escuela. ¡Mírenla ustedes! Es nuestra hija y ha de ser nuestra madre”.

Como sabían que sólo en lucha contra los terratenientes y el Estado puede sobrevivir la escuela-comunidad, deciden expandir la lógica y la experiencia de Warisata hacia otras comunidades. Contribuyeron a crear 15 núcleos escolares en todas las regiones de Bolivia. En 1940 el poder feudal de los hacendados se apodera de la educación comunal y de la escuela-comunidad, sus directores son destituidos y el edificio saqueado. Sin embargo, la semilla germina en la revolución de 1952 que descabalga a la oligarquía del poder estatal. La escuela de Warisata fue el antecedente de la reforma agraria de 1953.

Hace unos años conocí Warisata de la mano de unos jóvenes de Achacachi que relataron no sólo la historia de la escuela sino el levantamiento de 2003, la primera “guerra del gas”, el asalto a las dependencias estatales, incluyendo la cárcel local, y la creación del cuartel de Qalachaka en las afueras de la ciudad. Estaban editando un periódico artesanal que distribuían entre jóvenes. En cierto momento fueron ellos los que preguntaron. Querían saber del zapatismo, mirando fijo a los ojos al interlocutor.

Ahora que vamos a participar en una escuelita, sin maestros y sin aulas, donde seremos alumnos dedicados a aprender escuchando, me pareció oportuno hurgar en la memoria: es la comunidad la que enseña, es el sujeto colectivo el que enseña-luchando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario