Jacobo Arbenz tuvo una
vida relativamente breve y trágica. Pero la historia de Guatemala en estos casi
sesenta años lo ha reivindicado. La crisis profunda vivida durante los años del
conflicto interno, con su cauda de cientos de miles de muertos y desaparecidos, demuestran el profundo error
histórico que significó su derrocamiento.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
El presidente Arbenz conversa con un campesino guatemalteco, en 1954. |
El 14 de septiembre de 2013, se cumplirán cien
años del nacimiento del coronel Jacobo Arbenz Guzmán. Al igual que sucedió con
Allende, la figura de Arbenz ha sido
vilipendiada desde la derecha y lamentablemente desde la izquierda. Desde la
derecha, el odio se ha cebado con él en
los últimos 59 años con la acusación de que encabezó un gobierno comunista o al
menos un gobierno en el que los comunistas tuvieron gran influencia. Desde la
izquierda, el vilipendio ha llegado con el encendido reproche de que renunció
en lugar de defender con las armas en la mano al gobierno revolucionario que
encabezaba.
La acusación derechista
de que Arbenz encabezó un gobierno comunista ha sido desvirtuada por los
estudios históricos más serios. Es hartamente sabido que el segundo gobierno de
la revolución guatemalteca buscaba la instauración de un régimen democrático y
un capitalismo sustentado en el mercado
interno, la industrialización, la independencia económica y la soberanía
política. La acusación anticomunista se sustenta sobre todo en la cercanía con
el presidente revolucionario de quien fuera secretario general del Partido
Guatemalteco del Trabajo, José Manuel Fortuny. Se ignora o se olvida que el PGT
era un partido ciertamente pequeño aunque muy organizado, pero que no tenía
entre sus objetivos instaurar un régimen socialista ni mucho menos comunista.
El PGT había hecho de la reforma agraria y la modernización política y
económica sus objetivos fundamentales. No puede negarse que en términos
estratégicos se planteaba el socialismo
pero matizaba dicho planteamiento haciéndolo depender de las condiciones
internacionales que se fueran observando. Por otra parte, en junio de
1954, Fortuny había dejado de ser el
secretario general del partido por considerar que sus funciones como asesor del
presidente eran incompatibles con dicho cargo.
Arbenz tuvo una vida
trágica hasta enero de 1971 cuando
murió en la ciudad de México a los 57
años. Soportó el suicidio de su hija Arabella en 1965 y posteriormente los
problemas de salud de su hija Leonora. Durante muchos años fue casi un paria a
quien ningún gobierno se atrevía a darle residencia permanente. Parte de esa
tragedia fue también el ser
denostado por sectores de la izquierda.
Durante los años que vivió en Cuba soportó la humillación de que le dijeran en
eventos públicos que “Cuba no sería otra Guatemala”. Se aludía con esa consigna
al hecho de Arbenz renunció en lugar de combatir. Como bien lo dijo el gran
intelectual cubano Juan Marinello, si
Cuba no fue otra Guatemala se debió a que la revolución cubana construyó un
ejército revolucionario, contó con la solidaridad combativa de los pueblos de
América latina y del mundo entero y en el contexto de la guerra fría, tuvo a la
Unión Soviética de su lado. Con ninguno de estos factores contó la revolución
guatemalteca cuando fue derrocada en 1954. El gobierno de Arbenz enfrentó el
embate de Washington que en la lógica de
la guerra fría pensaba que Guatemala se estaba saliendo de su patio trasero. Y
Guatemala para la Unión Soviética era un remoto lugar del planeta que no estaba
entre sus preocupaciones.
Jacobo Arbenz tuvo una
vida relativamente breve y trágica. Pero la historia de Guatemala en estos casi
sesenta años lo ha reivindicado. La crisis profunda vivida durante los años del
conflicto interno, con su cauda de cientos de miles de muertos y desaparecidos, demuestran el profundo error
histórico que significó su derrocamiento. La realidad social que hoy vive
Guatemala expresada en la miseria urbana y rural, el desempleo y la
descomposición social expresada en la violencia delincuencial y del crimen
organizado, reivindican la transformación social que soñó.
Por ello, Arbenz vivirá
muchos años más que los cien que hoy conmemoramos.
Indudablemente J. Arbenz tuvo una vida plena en una parte de su vida y luego trágica, cuando no enfrentó (¿por cobardía u otra razón?) la invasión financiada por la CIA de Castillo Armas. Esa es la gran diferencia con Allende.
ResponderEliminar