¿Qué es ser de izquierda
en los tiempos de hegemonía neoliberal, cuando varias fuerzas que estaban en el
campo de la izquierda –socialdemócratas, nacionalistas– han desertado, para
asumir programas neoliberales?
Emir Sader / Página12
El marco latinoamericano
es una desmentida concreta a los que han planteado el fin de la división entre
derecha e izquierda. La diferencia entre gobiernos como los de Carlos Andrés
Pérez y Rafael Caldera y el de Hugo Chávez; la diferencia entre los gobiernos
de Fernando Collor de Mello y de Fernando Henrique Cardoso y los de Lula y
Dilma Rousseff; la diferencia entre los gobiernos de los partidos de derecha
uruguayos y los gobiernos de Tabaré Vázquez y de Pepe Mujica; la diferencia
entre los gobiernos previos a los de Evo Morales y de Rafael Correa y los
gobiernos de éstos bastarían para demostrar que las contraposiciones siguen
vigentes y definen el campo político de los grandes enfrentamientos que vive
América Latina.
Nadie puede negar que
esos países han cambiado mucho y han cambiado para mejor con los nuevos
gobiernos. Así como nadie puede negar que esos gobiernos defienden tesis
frontalmente contrapuestas a los programas neoliberales, así como a las
defendidas por el gobierno de los Estados Unidos, por el FMI y por el Banco
Mundial. Defienden la centralidad de las políticas sociales –más que
justificada en el continente más desigual del mundo– y no de los ajustes fiscales.
Defienden la prioridad de los proyectos de integración regional y no de los
Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos. Defienden un rol activo en lo
económico y lo social del Estado, en lugar del Estado mínimo y de la
centralidad del mercado.
Son esos gobiernos los
responsables de recuperar la expansión económica para nuestros países y hacer
de América latina el continente que más contribuye a la disminución de la
desigualdad y de la miseria en un mundo donde esos fenómenos se expanden.
Son esos gobiernos los
que hacen de América latina la única región del mundo que tiene procesos de
integración regional autónomos respecto de Estados Unidos –con el Mercosur,
Unasur, el Consejo Sudamericano de Defensa, el Banco del Sur, la Celac, el
Alba, Petrocaribe, entre otros procesos regionales de integración–. Además del
privilegio de la integración regional, el del intercambio Sur-Sur, que han
permitido que esos países resistan a la recesión del centro del capitalismo.
La lucha de resistencia
al neoliberalismo y la construcción de alternativas posneoliberales es la más
grande tarea contemporánea de la izquierda. Porque el neoliberalismo es el
traje que viste el capitalismo en el período histórico actual.
El anticapitalismo, que
siempre ha caracterizado a la izquierda, a lo largo del tiempo, fue asumiendo
formas distintas, conforme el propio capitalismo se fue transformando, de un
período histórico a otro, de un modelo hegemónico a otro. La izquierda fue
antifascista, en los años 1920 y 1930, fue adepta al Estado de Bienestar social
y al nacionalismo en la segunda posguerra, fue democrática en los países con
dictaduras. Así como la derecha fue cambiando de traje, en la misma medida: fue
liberal, fue fascista, fue adepta a la Doctrina de Seguridad Nacional, conforme
a las configuraciones históricas que tuvo que enfrentar.
En la era neoliberal,
impuesta tras inmensos retrocesos económicos, sociales, políticos e
ideológicos, con reveses históricos en escala mundial, los ejes centrales de
los debates y de las polarizaciones han cambiado, así como las configuraciones
de los campos políticos.
La derecha logró imponer
su modelo liberal renovado, marcado por la centralidad del mercado, del libre
comercio, de la hegemonía del capital financiero, de la precarización de las
relaciones de trabajo, del privilegio del consumidor sobre el ciudadano, de las
relaciones mercantiles sobre los derechos. A la par de la descalificación de
las funciones reguladoras del Estado, de las políticas redistributivas, de la
política, de los partidos, de los derechos de ciudadanía.
Es en ese marco que
América latina ha pasado de víctima privilegiada del neoliberalismo a única
región del mundo con gobiernos y políticas posneoliberales, que se proponen
concretamente la superación del neoliberalismo, con políticas como las
mencionadas arriba, con el privilegio de las políticas sociales, de los
procesos de integración regional, de rescate del rol del Estado. Esa
contraposición define los campos de la izquierda y la derecha realmente
existentes en la era neoliberal.
Los pueblos de esos
países se han manifestado reiteradamente a favor de esas alternativas,
eligiendo, reeligiendo a sus gobernantes, así como a sus sucesores, a lo largo
de su primera década posneoliberal, después de rechazar, derrotar y aislar a
los responsables por la maldita era neoliberal. Se han constituido nuevas
mayorías políticas en nuestros países, apoyados en los nuevos derechos sociales
que esos gobiernos han promovido.
En la era neoliberal, la
línea divisoria fundamental está impuesta por el modelo neoliberal, que sigue
vigente en escala mundial y mantiene todavía fuertes posiciones dentro de
nuestros propios países. Lo nuevo da una dura pelea para afirmarse, mientras lo
viejo lucha desesperadamente para sobrevivir. Es la lucha más grande de nuestro
tiempo, entre neoliberalismo y posneoliberalismo.
En prácticamente todos
los períodos históricos hubo una izquierda moderada y una izquierda radical. La
socialdemocracia fue un ejemplo de la primera, mientras que los comunistas y
las fuerzas de la izquierda radical, de la segunda.
En el período histórico
actual hay, en América Latina, gobiernos posneoliberales moderados –como los de
Brasil, Argentina, Uruguay– y radicales –como los de Venezuela, de Bolivia, de
Ecuador y además, está claro, el de Cuba. Unos y otros han roto con los tres
principios estratégicos mencionados del neoliberalismo: centralidad del ajuste
fiscal, de los TLCs, del mercado, y avanzan en su superación concreta.
El primer grupo de
gobiernos es antineoliberal, mientras que el segundo, además de antineoliberal,
se propone ser anticapitalista, articular la lucha contra el neoliberalismo con
la lucha contra el capitalismo. La unidad férrea de los dos grupos de gobiernos
es condición esencial para los avances de todos esos gobiernos.
Ser de izquierda hoy es
luchar contra la modalidad asumida por el capitalismo en el período histórico
contemporáneo, es ser antineoliberal, en cualquiera de las dos modalidades. La
moderación o la radicalidad están en las formas de articulación –o no– entre
antineoliberalismo y anticapitalismo. La comprensión de la naturaleza del
período histórico contemporáneo, con todos sus rasgos nuevos –pasó del mundo
bipolar al mundo unipolar, bajo hegemonía imperial norteamericana; pasó de un
ciclo largo expansivo del capitalismo a un ciclo largo recesivo; pasó de la
hegemonía de un modelo regulador, de bienestar social a un modelo liberal de
mercado, con todos los retrocesos en la correlación de fuerzas que han traído–,
es condición esencial para captar las condiciones de lucha para la izquierda
contemporánea, la izquierda del siglo XXI.
Todo lo dicho es verdad. Pero verdad a medias. Lo importante de todo lo que acontece en AL es el combate y la derrota al neoliberalismo. Pero, al menos en Ecuador, se moderniza y fortalece el capitalismo. Pasar de la economía basada en materias primas a una industrial, de productos con valor agregado es bueno. Es malo que siga intocada la estructura económica: la riqueza en manos de los grandes empresarios. Casi cero en la promoción de economía de propiedad social colectiva (no estatal, salvo contados casos)
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