La inauguración en La Habana de la Cumbre de la
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAL) este 28 de enero de
2014 se hizo coincidir, con toda justicia, con el 161 aniversario del natalicio
de José Martí. El Apóstol de la Independencia de Cuba es, junto a Simón
Bolívar, el artífice de la idea de agrupar a los países de Nuestra América en
una asociación sin los Estados Unidos.
Sergio
Guerra Vilaboy / Especial para Con Nuestra América
Desde La Habana, Cuba
La aspiración de unir a la América Latina y el Caribe
tiene profundas raíces en la historia de este continente. Nacida al calor de la
crisis definitiva del colonialismo español y portugués, a fines del siglo XVIII
y principios del XIX, la idea de enlazar a los países meridionales del
continente se desarrolló desde entonces bajo el signo de las intervenciones y
agresiones de las grandes potencias capitalistas y luego como parte de la lucha
por su plena liberación, en la época de predominio del imperialismo
norteamericano.
Al parecer fue el venezolano Francisco de Miranda
el primer criollo que concibió un
proyecto para la unión continental. Desde 1790 Miranda soñaba con una
Hispanoamérica independiente y unida, que se nombraría Colombia. De alguna
manera el pensamiento unionista del Precursor,
como se le ha llamado a Miranda, influyó en otros patriotas de la generación
que hizo la independencia de España como Bernardo O’Higgins, Miguel Hidalgo y
Mariano Moreno. El propio José de San Martín se manifestó partidario de la
integración hispanoamericana, mientras su principal consejero, Bernardo
Monteagudo, publicó en Lima un acabado programa de federación general. Incluso
el mexicano fray Servando Teresa de Mier propuso en 1820 la convocatoria de un
congreso unionista en Panamá que contuviera “las pretensiones que pudiesen
formar los Estados Unidos”.
Sin duda fue Simón Bolívar quien más lejos llegó
entonces en los planes integracionistas de lo que llamó la América Meridional,
para diferenciarla de la del Norte. En particular su estrategia de unidad
aparece bien perfilada en su visionaria Carta
de Jamaica: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo
el Mundo Nuevo una sola nación con un sólo vínculo que ligue sus partes entre
sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una
religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los
diferentes estados que hayan de formarse; mas no es posible, porque climas
remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes,
dividen a la América. ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para
nosotros lo que el Corinto fue para los griegos! Ojalá que algún día tengamos
la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las
repúblicas…”,
A pesar de los obstáculos que el propio Bolívar
vislumbraba para la unidad de la América Meridional, intentó impulsarla mediante
la fundación de la República de Colombia (1819) que agrupó inicialmente a
Venezuela y Nueva Granada, piedras angulares de sus aspiraciones de integración
hispanoamericana. Después de 1821 Santo Domingo –hoy República Dominicana-,
Panamá y Ecuador solicitaron su inclusión en la gran Colombia bolivariana. A
este proyecto siguieron otros más ambiciosos, como el de la malograda
Confederación de los Andes, concebida para agrupar todos los territorios
liberados por sus ejércitos.
La base de esta imaginada federación andina, sería la
constitución elaborada por el propio Libertador
para Bolivia, a la que consideraba “el arca que nos ha de salvar del
naufragio”, que no era otro que la agresión externa favorecida por la
proliferación de pequeñas repúblicas enfrentadas entre sí. Como el propio
Bolívar escribió entonces: “Después de haber pensado infinito, hemos convenido
entre las personas de mejor juicio y yo, que el único remedio que podemos
aplicar a tan tremendo mal es una federación general entre Bolivia, el Perú y
Colombia, más estrecha que la de los Estados Unidos, mandada por un Presidente
y vicepresidente y regida por la constitución boliviana, que podrá servir para
los estados en particular y para la federación en general, haciéndose aquellas
variaciones del caso. La intención de este pacto es la más perfecta unidad
posible bajo de una forma federal. La capital será un punto céntrico. Colombia
deberá dividirse en tres estados, Cundinamarca, Venezuela y Quito; la
federación llevará el nombre que se quiera; habrá una bandera, un ejército y
una sola nación”.
Sin
duda fue el Congreso de Panamá (1826), al que asistieron delegados de estados
que actualmente comprenden doce repúblicas latinoamericanas, la máxima
expresión de los esfuerzos de Bolívar para la unidad de las antiguas colonias
españolas. El Libertador pensaba que
en la tierra istmeña naciera una “soberbia federación; la que tiene la ventaja de ser homogénea, compacta y sólida”, sin la
presencia de Estados Unidos, pues para el propio Bolívar los “americanos del
Norte”, “por sólo ser extranjeros tienen el carácter de heterogéneos para
nosotros. Por lo mismo, jamás seré de opinión que los convidemos para nuestros
arreglos americanos”.
En
el cónclave de Panamá se aprobó en principio un tratado hispanoamericano de
Unión, Liga y Confederación Perpetua, en
cuyo texto se puntualizaba "cual
conviene a naciones de un origen común, que han combatido simultáneamente por
asegurarse los bienes de libertad e independencia" y era enfilado a “sostener en común, defensiva y
ofensivamente si fuese necesario, la soberanía e independencia de todas y cada
una de las potencias confederadas de América contra toda dominación
extranjera.". El propio acuerdo
también afirmaba el carácter irrevocable de la independencia hispanoamericana,
declaraba la solidaridad de las naciones firmantes y concedía la ciudadanía
común a sus habitantes, aunque no fue ratificado después por
los gobiernos representados en Panamá, con excepción de Colombia. En el congreso de Panamá se
frustró también, por la abierta oposición de Estados Unidos, la aspiración de
Bolívar de conseguir la independencia de Cuba y Puerto Rico y su integración en
la gran confederación hispanoamericana.
La liberación de las dos islas antillanas era la clave del proyecto bolivariano
de agrupación continental, que debía sellar la unidad de acción de los pueblos
de la América Meridional.
El intento de revivir las ideas unionistas de Bolívar,
tras la muerte del Libertador (1830),
correspondió al gobierno peruano, que en 1846 logró realizar el primer Congreso
continental posterior a Panamá. La cita se concretó ante los preparativos de la
expedición de Juan José Flores contra Ecuador, auspiciados por la Corona
española, y el estallido de la guerra de Estados Unidos contra México en
1845. Más adelante las continuas
agresiones del expansionismo norteamericano, reveladas en toda su crudeza con
el robo a México de más de la mitad de su territorio (1848) y las actividades
de los estadounidenses en Centroamérica guiados por William Walker a mediados
de la década del cincuenta, dieron un nuevo aliento a los esfuerzos de unidad.
Fue entonces cuando el pensador chileno Francisco Bilbao proclamó que la
América Latina –era uno de los primeros en utilizar esta denominación– tenía
que integrarse, pues en el Norte desaparecía la civilización y emergía la
barbarie.
En este contexto se firmaron dos pactos: uno, el
Tratado Continental concretado en Santiago de Chile en 1856, y el Tratado de
Alianza y Confederación acordado ese mismo año en Washington por los
representantes de varios gobiernos latinoamericanos. En este último se preveía
la creación de una Confederación de Estados Hispanoamericanos, propuesta por el
diplomático guatemalteco Antonio José de Irisarri, empeñado en crear un frente
común para poner fin a las aventuras depredadoras de Walker. La oleada
colonialista de los sesenta –intervención francesa en México, agresión de
España a los países del Pacífico sudamericano y recolonización hispana de la
República Dominicana– compulsó otra vez la búsqueda de la unidad continental.
En enero de 1864 el gobierno peruano invitó a un nuevo Congreso, que sería el
último gran intento de unidad hispanoamericana, celebrado en Lima desde
noviembre de ese año hasta mayo de 1865.
En la década del ochenta, con el advenimiento del
panamericanismo imperialista promovido por Estados Unidos, prácticamente
terminaron los esfuerzos gubernamentales latinoamericanos por conseguir la
unidad continental siguiendo la tradición bolivariana. Era la época de
emergencia del imperialismo norteamericano, cuando el gobierno de Washington
iniciaba una violenta ofensiva expansionista contra los países de América
Latina y el Caribe, combinando los viejos métodos colonialistas con las más
modernas formas de penetración del capital monopolista.
Ante la brutal acometida de Estados Unidos, José
Martí, casi al finalizar el siglo XIX, retomó y enriqueció el ideal bolivariano
de unidad, precisamente cuando este comenzaba a ser desvirtuado por el
panamericanismo diseñado por Estados Unidos. El concepto martiano de Nuestra
América no se limitaba sólo a las antiguas colonias de España, algo común a
todos los intentos y propuestas anteriores, pues incluyó a la totalidad de los
países al sur del río Bravo salidos del colonialismo y enfrentados a la
voracidad de las grandes potencias y en particular de Norteamérica. La idea de
una comunidad latinoamericana y caribeña comenzó a figurar como sinónimo de
unidad continental. Para Martí esta alianza no dependía exclusivamente de un
simple parentesco cultural o lingüístico, sino de una profunda identificación
surgida de un pasado y un presente común de luchas –primero contra el
colonialismo europeo, después contra el expansionismo norteamericano- además de
las mismas aspiraciones, intereses, problemas y destinos históricos.
Al proclamar ante el creciente dominio norteamericano
la tesis de la unidad de Nuestra América, Martí dio nuevas proyecciones al
legado histórico de Bolívar y otras figuras cimeras de la primera independencia
de América Latina. Desde que Martí lanzara este vibrante alegato a la unidad de
nuestros pueblos muchos acontecimientos, de diverso signo, han tenido lugar.
Pero la integración latinoamericana, en su enorme pluralidad, riqueza y
matices, sigue siendo hoy, como ayer, una hermosa utopía, al mismo tiempo que
una apremiante necesidad histórica.
Ahora, más allá de cualquier diferencia secundaria, es
la lucha común por la supervivencia, frente a un mundo cada día más injusto, lo
que debe hermanar a todos los países de América Latina y el Caribe en busca de
la total soberanía y su completa independencia. Por eso el Apóstol de la
Independencia de Cuba, frente a la agresividad de Estados Unidos contrapuso la
estrategia de la unidad latinoamericana y caribeña, fundamentada en la identidad
histórica de nuestros pueblos, como escribiera en La América de New York en enero de 1884,
donde abogó por “aquellos que son en espíritu y serán algún día en forma, los
Estados Unidos de la América del Sur.” Y en otro texto añadió:
“Pero ¿qué haremos, indiferentes, hostiles, desunidos? ¿qué haremos para dar
todos más color a las dormidas alas del insecto? Por primera vez me parece
buena una cadena para atar, dentro de un cerco mismo, a todos los pueblos de mi
América. Pizarro conquistó al Perú cuando Atahualpa guerreaba a Huáscar; Cortés
venció a Cuauhtémoc porque Xicontencatl lo ayudó en su empresa; entró Alvarado
en Guatemala porque los quicheés rodeaban a los zutijiles. Puesto que la
desunión fue nuestra muerte, ¿qué vulgar entendimiento, ni corazón mezquino, ha
menester que se le diga que de la unión depende nuestra vida?”
Hizo falta explicar que fue la iniciativa del Presidente de Costa Rica, Juan Rafael Mora,seguidor de las luchas de independencia, y la filosofía libertaria del Bachiller Manuel Francisco Osejo y el Pacto de Concordia en contra del imperialismo español AL CONVOCAR EL Congreso Iberoamericano en 1856, el 15 de setiembre de ese año, señalando el antiimperialismo contra Estados Unidos, DIJO: "Desde México hasta la Tierra del Fuego, hay un inmenso continente en donde la antigua semilla se fecunda, ya prepara en la savia vital la futura grandeza de nuestra raza: de Europa, del Universo, nos llega un vasto soplo cosmopolita que ayudará a vigorizar la selva propia. Mas he aquí que del norte, parten tentáculos de ferrocarriles, brazos de hierro, bocas absorbentes. Esas pobres repúblicas de la América Central no será con el bucanero Walker con quien tendrán que luchar, sino con los canalizadores yankees de Nicaragua, México está ojo atento, y siente todavía el dolor de la mutión, Colombia tiene su istmo trufado de hulla y fierro norteamericanos... el Brasil penoso es observarlo, ha demostrado más que visible interés en juegos de daca y toma con el Uncle Sam".
ResponderEliminar