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sábado, 8 de febrero de 2014

Quito: mirar al otro

Mirar al otro es bueno, no para comparar, sino para comprendernos y visualizarnos mejor, especialmente en momentos en que decidimos el futuro de nuestra Nación. 

Griselda López* / La Estrella de Panamá

"Ramblas Nº 2", de Oswaldo Guayasamín.
Recientemente estuve en Quito, Ecuador, una ciudad, que conocí hace décadas y que hoy ha crecido convirtiéndose casi, en dos ciudades: la histórica y la moderna. Esta evolución de la colonia al mundo contemporáneo, no le ha hecho perder su identidad. En cada espacio quiteño uno siente que entra en el laberinto de los siglos, en la cultura indígena en donde la tierra, el cielo, el ser humano y el aire eran uno, con la presencia implacable de la colonia, con su hermosa arquitectura, edificada sobre calles estrechas, en donde cada recodo nos da una sorpresa. Sus múltiples iglesias, donde el pan de oro, el barroco, las imágenes religiosas le confieren una belleza estremecedora, junto a los modernos e imponentes edificios que nos señalan que la ciudad camina hacia el futuro, con nuevas perspectivas y nuevas visiones, pero respetando el acumulado de su historia que le da, identidad y perspectiva.

Comparé una ciudad en donde décadas atrás la pobreza extrema opacaba la belleza física y su caudal histórico con otra, la de hoy, en donde la actividad comercial, el trabajo, la amabilidad de su gente, y la actividad a través de la realización de proyectos nuevos, el transporte ordenado, trolebuses, taxis, buses, aumentos de salarios, etc. nuevos centros de trabajos para los artesanos, la encaminan hacia el desarrollo superando las desigualdades que, a través de los años y la incomprensión de los gobernantes, la habían signado. Y dolorosamente no pude dejar de comparar la cantidad de museos, casas culturales, exhibiciones de su devenir histórico, necesario para recordarnos de dónde venimos y quiénes somos, con nuestros museos escondidos, nuestra historia guardada en cajetas, nuestros monumentos históricos destruidos y el cemento y concreto lapidando nuestras raíces y nuestra herencia. 

Seremos los muertos vivientes en un país en donde no encontraremos, entre la avalancha de extranjeros, lenguas, nuevas culturas, nuestra panameñidad y los valores que nos integran como Nación, si no rescatamos y respetamos nuestra propia historia. 

Hice el recorrido de Quito a Panamá y viceversa, releyendo ese maravilloso libro de William Ospina, América Mestiza, en donde nos invita a reconocernos y a valorarnos nuevamente, pero sobre todo a reintegrarnos en todos los sentidos con el continente americano, fortaleciendo los infinitos vasos comunicantes que nos unen. 

Pero en Quito encontré algo novedoso y valioso: un nuevo lenguaje, no imitado sino interiorizado: el ciudadano habla de garantía de derechos, el buen vivir, matriz productiva, industrias culturales para el cambio de la matriz productiva, participación ciudadana, respeto a la diversidad, crecimiento justo, crecimiento infinito, Ecuador ama la vida, plenas capacidades, emancipación y autonomía, sociedad en armonía con la naturaleza, pacto social ecuatoriano, equidad territorial y revolución ciudadana. El pueblo se apropió de este lenguaje, así como de los hechos que han ido formando parte de su desarrollo y crecimiento. 

Crecimiento físico, crecimiento social, en el marco de una historia que prevalece a través del tiempo. Nosotros hemos crecido físicamente, pero requerimos con urgencia profundizar el crecimiento social y humano, ahondar y reafirmar nuestras raíces, con un lenguaje cierto y verdadero, alejado del estereotipo, de la formulación matemática, del clisé y las palabras vacías de contenido, de proyectos, de posibilidades reales, concretas y necesarias. 

Mirar al otro es bueno, no para comparar, sino para comprendernos y visualizarnos mejor, especialmente en momentos en que decidimos el futuro de nuestra Nación. 

*Docente universitaria. 

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