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viernes, 25 de abril de 2014

Gabo en el adiós

Por mi origen guatemalteco, nunca olvidé que el discurso de aceptación del premio Nobel  terminaba con esta frase: “Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía”.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

Se ha ido Gabriel García Márquez. Y con todo lo que se ha escrito en los últimos días sobre su literatura, no se puede agregar mucho a riesgo de caer en lugares comunes. Millones de personas que lo leyeron tendrán su propia perspectiva del gran escritor colombiano. No me resta sino expresar la mía. Comencé a leer a García Márquez cuando eran un joven estudiante de sociología en el primer semestre de la carrera. Desde entonces no dejé de leerlo hasta que publicó su última novela, la criticada “Memoria de mis putas tristes”. No he leído su último trabajo publicado “Yo no vengo a decir un discurso”.  Pero fuera de este trabajo y algunos otros más, por alguna razón en los últimos 43 años leí buena parte de su obra literaria, autobiográfica y periodística.

Hoy cuando el mundo se despide del genio, uno de sus textos me causa gran emoción: el discurso de aceptación del premio Nobel que pronunciara el 8 de diciembre de 1982. Una oda latinoamericana. Por mi origen guatemalteco nunca olvidé que dicho discurso terminaba con esta frase: “Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía”. Un gran homenaje para el poeta y ensayista que nunca dejó de  ser guatemalteco y antigüeño como el volcán de Agua en sus pupilas. Al mismo tiempo que García Márquez evocó la grandeza de un guatemalteco también denunció sin mencionarlo a otro más,  Efraín Ríos Montt. 

El gran escritor consideró que ese nombre no merecía mencionarse en un discurso cumbre, ni siquiera para condenar su infamia. Evocó aquel año cuando Pablo Neruda recibió el premio Nobel y enumeró los hechos trágicos que habían ocurrido desde entonces. Entre ellos el prometeico presidente (Salvador Allende) que murió enfrentando sólo a un ejército en un palacio en llamas. Y también el surgimiento de “un dictador luciferino que en nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América latina en nuestro tiempo”. Y resulta curioso que ahora que la derecha ha negado que la matanza en Guatemala pueda ser calificada de genocidio “porque no fue un etnocidio”, en 1982 García Márquez aludió a dicha matanza precisamente como etnocidio.

En la entrevista que Gabo le hizo en 1971 a Neruda en París -cuando se supo que éste  era el ganador del Nobel-, García Márquez terminó la conversación aludiendo al hecho magnífico de Chile con un frente popular que impulsaba un cambio social. Y el propio Neruda dijo que eso era más importante que el premio mismo. No puede dejar de mencionarse pues,  que el más grande escritor latinoamericano de todos los tiempos, fue amigo de Fidel Castro y simpatizante pleno de la revolución cubana. Que fue amigo de las causas justas, solidario  con los pobres del mundo. 

Y  que como él mismo lo dijo alguna vez, no buscó a los poderosos sino los poderosos lo buscaron a él.

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