Pocas veces había resonado nuestra voz
con tal fuerza, claridad y belleza, en los fastuosos salones de Europa, como en
aquel 8 de diciembre de 1982. Vestido con liqui liqui, bigotón y sonriente,
América Latina habló, a través de la voz del entonces flamante Nobel de
Literatura, y dijo su verdad, dolorosa y
luminosa a la vez.
Rafael
Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
García Márquez en la Academia Sueca. |
Habló de la pobreza, de los miles de
niños que nacen y mueren en el más
terrible desamparo. Certificó la infamia de la persecución política, de los
miles de muertos y desaparecidos que nos dejaron más solos que nunca esperando
por ellos en una esquina de la vida.
Denunció con clara dicción que se nos
medía, desde Europa, con varas que en nada correspondía con nuestra realidad y
pidió solidaridad, no ayuda, para nuestros intentos de construir un mundo
nuevo, acorde con lo que somos.
El discurso de Gabriel García Marquez ante la Academia Sueca, que le confería el Nobel de Literatura en aquel ahora
lejano 1982, es un breve ensayo que debería circular por todas nuestras
escuelas, colegios y universidades para que fuera estudiado y penetrara en la
mente de nuestros jóvenes, tan obnubilados hoy con tanta superchería que se les
ofrece desde las vitrinas luminosas y huecas del capitalismo tardío que les
come el cerebro.
Cien años antes otro iluminado, bigotón
y caribeño como él, José Martí, escribió y publicó en México otro ensayo de la
misma estirpe: Nuestra América, y tal
como el discurso del colombiano, son pocos los que acceden a él, lo leen, lo
estudian y lo vuelven suyo.
Ambos ensayos se duelen de cosas muy
parecidas, y no parece que hubiera más
de cien años de distancia entre uno y otro. Pero en ambos emana la luz de la
utopía, que se apoya en la confianza en lo mejor de nosotros mismos y que
lucha, perennemente, por aflorar y establecerse para que, como dice García
Márquez, “las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para
siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.
Dos piezas literarias que deberían ser
consideradas piedra angular de nuestro pensamiento e identidades, que forman
parte de una sola línea de reflexión que se remonta a antes de nuestra
conformación como estados independientes y deberían considerarse, junto a la
obra de Simón Rodríguez y tantos otros, columna vertebral del pensamiento
crítico latinoamericano.
Pensar que alguna vez nuestros niños y
jóvenes se sentarán a estudiar estos documentos forma parte de la utopía de estas
estirpes solitarias a las que hoy pertenecemos pero, como dice Galeano, forman
parte de ese horizonte que nos invita a caminar hacia adelante.
En la primera década del siglo XXI, a
más de treinta años de que García Márquez escribiera su discurso para ser leído
ante la Academia Sueca, América Latina se pone una vez más en movimiento
tratando de alcanzar la utopía que nos sirve de motor para avanzar. Lo que
prevalece en ese enorme movimiento de masas es el tanteo, la búsqueda de vías
propias: “¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada
tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo
latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes?”
Un abrazo, Maestro García Márquez, y
muchas gracias.
La pertinencia de discutir, recordar y abordar el pensamiento original de los grandes personajes latinoamericanos, es el arma para combatir el perverso método de reducir estos próceres a una figura mediática con un discurso carente de significado.
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