Los gobiernos progresistas
heredaron economías con una profunda dependencia de la exportación de materias
primas dado que éste es el papel que durante siglos los países coloniales e
imperialistas asignaron a América. La superación del extractivismo está íntimamente
ligada con la superación del control imperialista de las economías
latinoamericanas.
Federico Fuentes / Rebelion
La reciente avalancha de
campañas de alto perfil contra proyectos de extracción de materias primas ha
abierto una importante y novedosa dinámica en los vastos procesos de cambio que
se dan en América del Sur. La comprensión de su naturaleza y significación es
decisiva para aprehender las complejidades inherentes al cambio social y mejorar
la construcción de solidaridad con las luchas populares.
Muchas de las campañas
que apuntan específicamente hacia la minería, la industria del petróleo, los
agronegocios o la tala de bosques tienen aspectos que les son comunes. Han
puesto en alerta a la población acerca de una variedad de temas
medioambientales como la escasez de agua potable, la conservación de los
bosques y el uso sostenible del suelo.
En algunos casos,
particularmente en Ecuador y Bolivia, estas campañas han tenido influencia en
debates ya existentes sobre cuestiones como el cambio climático, los derechos
de la Madre Tierra y los modelos alternativos de desarrollo necesarios para
conseguir cambios radicales.
Otro aspecto común ha
sido el papel central desempeñado por las comunidades indígenas del ámbito
rural. Esto se debe no solo al hecho de que estos emprendimientos
extractivistas se desarrollan en sus territorios sino también al papel
destacado que los movimientos indígenas han tenido en el ambientalismo a escala
global.
Como resultado de ello,
temas como la autonomía de los pueblos originarios y el derecho a la consulta
previa sobre las tierras ancestrales antes de la puesta en marcha de proyectos
extractivos se han entrecruzado con debates acerca de la extracción de recursos
y el medio ambiente.
Esto es particularmente
cierto en Ecuador y Bolivia, donde los pueblos originarios constituyen una
minoría considerable de la población, o incluso son mayoritarios. En esos
países, los conceptos indígenas como el del “Buen vivir”* y la “Pachamama”* se
han convertido en algo corriente en el discurso público e incluso han sido
incorporados a las nuevas constituciones, que proporcionan un marco para las
sociedades nuevas que esos movimientos sociales están tratando de construir.
Otro aspecto común es que
las mencionadas campañas pueden encontrarse casi en cualquier país de América
del Sur, independientemente de que esté gobernado por la derecha neoliberal,
como Colombia, o por un izquierdista descendiente de un pueblo originario, como
es el caso de Bolivia.
¿Una nueva política?
A partir de este
panorama, algunos representantes de la izquierda han concluido que América del
Sur está viviendo un nuevo ciclo de protestas populares caracterizadas por un
conflicto entre gobiernos partidarios del extractivismo y comunidades que están
contra esa política.
Por ejemplo, el editor de
Upside Down World, Benjamin Dangl, dice que estas campañas son el resultado de
“conflictos más amplios entre las políticas extractivistas de países conducidos
por gobiernos izquierdistas… y las políticas de la Pachamama, y la forma en que
los movimientos indígenas se resisten al extractivismo en defensa de sus derechos,
sus tierras y el medioambiente”.
La socióloga argentina
Maristella Svampa avanza en esta idea diciendo que la emergencia de un nuevo
modelo de dominación capitalista en América del Sur es el responsable de este
nuevo ciclo de protestas.
Svampa dice que mientras
que antes los movimientos sociales luchaban contra gobiernos neoliberales
seguidores del Consenso de Washington, el problema de hoy son los gobiernos
“neoextractivistas” que adhieren al “Consenso de las Materias Primas” ( commodities
).
Ella aclara que la
palabra “consenso” se refiere a un nuevo “orden político-ideológico” que se
sostiene por el espectacular crecimiento de los precios de las materias primas
que ha llevado a una expansión de las industrias extractivas y producido
beneficios extraordinarios en términos de crecimiento económico y reservas
estatales de divisas.
Sin embargo, Svampa
señala que este “cambio en el modo de la acumulación [capitalista]” ha
producido nuevas formas de inequidad y conflicto. El resultado es “un sesgo
eco-territorial” en las luchas populares, que ahora se centran en cuestiones
como la tierra, el medio ambiente y los modelos de desarrollo.
El periodista uruguayo
Raúl Zibechi sostiene que estas campañas “señalan el nacimiento de un nuevo
ciclo de luchas que darán vida a nuevos movimientos antisistema, quizá más
radicalmente anticapitalistas en tanto cuestionen cierto desarrollismo y hagan
suyo el concepto del Buen Vivir* como principio ético y punto de referencia de
su acción política.
Aunque la terminología es
diferente, es evidente el trasfondo popular de ambas posiciones.
En este contexto, Dangl
concluye que los activistas de la solidaridad no ignorarán este conflicto y en
cambio se centrarán en la promoción de esos “espacios de disenso y debate en
los movimientos por el medio ambiente protagonizados por indígenas y
campesinos”.
Nadie de los que
participan en los movimientos de solidaridad está en desacuerdo con la
necesidad de ser solidario con aquellos que luchan contra el impacto negativo
de las industrias extractivas. Sin embargo, un movimiento solidario que limite
su visión de las políticas en América de Sur al estrecho prisma de
“estractivismo vs. antiextarctivismo” podría terminar tirando piedras sobre su
propio tejado.
Extractivismo
Las industrias extractivas
existen en todos los países sudamericanos. Sin embargo, los que están
preocupados por el extractivismo a menudo no tienen en cuenta que la razón de
esta existencia está en la historia misma de la dominación imperialista del
continente. Los gobiernos progresistas heredaron economías con una profunda
dependencia de la exportación de materias primas dado que éste es el papel que
durante siglos los países coloniales e imperialistas asignaron a América. Por
lo tanto, la superación del extractivismo está íntimamente ligada con la
superación del control imperialista de las economías latinoamericanas.
Cualquier campaña contra
el extractivismo en América del Sur que se pretenda genuina, sobre todo las que
emprendan los activistas solidarios en los países imperialistas, deben comenzar
por señalar con el dedo a los verdaderos responsables del extractivismo en
América del Sur: los gobiernos imperialistas y sus empresas transnacionales.
La etiqueta de
“extractivista” también oculta las diferencias existentes entre los gobiernos
que están en la puja de las empresas transnacionales en los países
imperialistas y los gobiernos de los pueblos que están tratando de utilizar sus
recursos nacionales para romper la dependencia imperialista y mejorar el nivel
de vida de la mayoría de su población.
Este último es el caso de
la estrategia puesta en marcha por el gobierno boliviano con el apoyo activo de
la población. A partir de la nacionalización de las reservas de gas en 2006, el
estado boliviano captura más del 80 por ciento de los beneficios generados por
este sector extractivo. Esta riqueza reciente ha hecho posible que desde 2005
se multiplicara por siete la inversión social y productiva del gobierno.
Los resultados de esta
política son evidentes en la disminución del nivel de pobreza (del 60,6% en
2005 al 43,4 en 2012) y la enorme expansión del acceso a los servicios básicos
(salud, educación, suministro de agua potable y electricidad, etc.).
El proceso de
industrialización iniciado por el gobierno también significa que para finales
de 2014 el país no solo será capaz de satisfacer sus necesidades de gasolina y
gas natural sino también podrá exportar gas. La distribución de la renta del
gas hacia otros sectores de la producción ha hecho que el crecimiento del
sector manufacturero hay superado al de la minería y los hidrocarburos.
Estos avances en el
procesamiento nacional de las materias primas y la diversificación de la
economía son apenas algunos ejemplos de la forma en que el gobierno de Bolivia
está tratando de superar una historia de extractivismo en detrimento del país.
Según Benjamin Kohl, son pasos dados en la dirección de un “aflojamiento
general del control transnacional” del estado y la economía de Bolivia.
Hay debates en curso
sobre el éxito alcanzado por los gobiernos izquierdistas de países como
Bolivia, Venezuela y Ecuador en la consecución de sus metas establecidas, y
sobre los problemas en el intento de desarrollar un modelo que continúa
dependiendo de las industrias extractivas.
Sin embargo, la definición
del marco del debate entre quienes defienden el extractivismo y quienes se
oponen a él ignora el hecho de que prácticamente nadie propone cerrar todas las
industrias extractivas, sobre todo a la luz del devastador impacto que podría
tener en los pueblos y economías de América del Sur.
Incluso, algunas de las
críticas más agudas del extractivismo en América latina, como la del uruguayo
Eduardo Gudyñas y el intelectual radical boliviano Raúl Prada, reconocen la
necesidad de diferenciar lo que ellos llaman extractivismo “predatorio”,
“sensato” e “indispensable”.
Es verdad que la mayor
parte de los movimientos contra proyectos extractivos específicos tampoco
proponen poner fin a toda industria extractiva y que en el interior de las
comunidades locales involucradas en esas campañas convive una variedad de
puntos de vista.
Un ejemplo es la compleja
situación existente en Ecuador en torno a la propuesta de realizar
perforaciones petrolíferas en el Parque Nacional de Yasuni. Mientras que grupos
ambientalistas, colectivos de jóvenes de las ciudades y algunos grupos
indígenas han desarrollado una importante campaña en contra de la propuesta,
algunas comunidades originarias han expresado su apoyo al proyecto.
La organización indígena
más importante de Ecuador, CONAIE, no se sumó al reciente pedido de un
referéndum sobre la cuestión debido a los diferentes puntos de vista en su
interior. El presidente de CONAIE, Humberto Cholango, explicó lo que pasaba:
“Tenemos dificultades internas. Se deben a que CONAIE es una organización muy
grande y diversa. En la región amazónica hay muchos grupos que dicen ‘nosotros
somos los dueños de la tierra y no queremos que se explote’. Estas posiciones
existen. Tenemos que escuchar esas voces”.
Algo parecido sucedió en
los yacimientos de minerales de Mallku Khota. Mientras que algunos observadores
extranjeros y algunas ONG vieron allí un ejemplo de comunidades indígenas que
cuestionaban el programa de minería del gobierno boliviano, la realidad era
algo diferente. En la campaña, las preocupaciones ambientalistas parecían lo
más importante; sin embargo, los manifestantes no estaban motivados por el
antiextractivismo. La motivación principal era su extrema pobreza y las
oportunidades económicas que algunos veían que podían extraerse de la mina si
ésta era manejada por las comunidades locales. Esta era la razón por la que los
manifestantes pedían que la empresa transnacional abandonara el proyecto y
fuera reemplazada por una cooperativa local; según decía Damián Colque,
“mallku” (jefe) de la federación indígena del lugar: “Nosotros queremos ser
campesinos mineros”.
El debate es mucho más
complejo que un sencillo “por” o “contra” la industria extractiva. Con mucha
frecuencia, incluso aquellos que tratan de reducir el debate a uno que
involucra a gobiernos extractivistas y movimientos indígenas que están contra
el extractivismo ignoran la existencia de esta diversidad de puntos de vista.
Antiextractivismo
Es importante distinguir
entre campañas legítimas contra proyectos extractivos específicos y aquellos
que intentan aprovechar esas campañas para hacer avanzar su propia agenda de
reivindicaciones.
Un buen ejemplo de esto
fue el conflicto que se produjo a partir de la propuesta de ferrocarril que iba
a atravesar el Territorio Indígena y el Parque Nacional Isidoro Secure (TIPNIS)
en Bolivia. Nuevamente, algunos observadores se apresuraron a asignar un sesgo
antiextractivista a la protesta e iniciaron una campaña contra cualquier
trazado ferroviario. Sin embargo, las comunidades originarias implicadas en la
protesta solo se oponían al trazado propuesto.
Aparte de las comunidades
que estaban de acuerdo con el proyecto original, quedó claramente en evidencia
que entre las comunidades había algunas que querían que el ferrocarril cruzara
la Amazonia sin atravesar el TIPNIS mientras que otras querían que su trazado
discurriera cerca de sus poblados de modo de tener acceso a él. Incluso, el
principal portavoz, Fernando Vargas, expresó claramente en varias ocasiones que
ellos nunca se habían opuesto al ferrocarril en sí sino al trazado propuesto,
que preveía pasar cruzando el TIPNIS.
Este es solo un ejemplo
de clara discrepancia entre las demandas de los que protestan y las que
intentan hacer avanzar su propia agenda antiextractivista.
El “antiextractivismo”
también ha sido utilizado por alternativas contrarias al ambientalismo que se
pretenden respetuosas del medio ambiente, particularmente cuando los críticos
radicales del extractivismo no presentan ninguna propuesta sobre cómo
satisfacer las necesidades populares.
Un ejemplo de esto es la
promoción de esquemas compensatorios de la producción de CO2. Estos
planes pagan a comunidades del Hemisferio Sur para proteger ciertas zonas
forestales para “compensar” la polución por CO2 provocadas por
empresas del Hemisferio Norte. A pedido de ciertas ONG, los activistas del
TIPNIS impulsaron una demanda para que las comunidades indígenas pudieran
recibir fondos de proyectos de Reducción de Emisiones por la Deforestación y la
Degradación de la Selva (REDD, por sus siglas en inglés).
Numerosos grupos
indígenas y ambientalistas han denunciado estos esquemas por ser equivalentes a
la privatización de la selva. Sirven para consolidar la desigualdad existente
entre los países industrializados e imperialistas y los que dependen de la
exportación y la industria extractiva, sin promover ninguna reducción
significativa de las prácticas que producen la polución.
Otras alternativas
propuestas incluyen la instalación de empresas locales que se ocupen de
actividades como el ecoturismo, la explotación maderera sostenible y la minería
en pequeña escala, como una manera de crear capitales para satisfacer
necesidades locales. Hasta ahora, ninguno de estos proyectos de negocios ha
erradicado la pobreza; antes bien, han contribuido a una integración mayor de
las comunidades rurales del lugar en el mercadocapitalista.
Otra alternativa
“antixtractivistas” consiste en la entrega de la propiedad de recursos
naturales a las comunidades locales. Esto les daría el control de lo que pasa
en relación con la riqueza nacional. Junto con la enorme desigualdad que esta
modalidad puede generar entre las diversas regiones, la experiencia muestra que
una política como esta no necesariamente cierra el paso al avance de las
empresas transnacionales ni de los gobiernos capaces de cooptar a las
comunidades originarias en sus proyectos.
Solidaridad
Algo que es común a esas
iniciativas es que ninguna de ellas es una alternativa viable para la vasta
mayoría de la población, compuesta en su mayor parte por indígenas y antiguos
campesinos que, como resultado de factores sociales, económicos y
medioambientales, se ven forzados a abandonar sus tierras y a desplazarse a las
ciudades.
Estas personas, que se
pueden contar por millones, se enfrentan también con las secuelas derivadas de
las industrias extractivas: el cambio climático y la degradación
medioambiental.
Sus anhelos y luchas
pueden tomar diferentes formas, pero de ningún modo carecen de legitimidad. Ya
que todas ellas hablan de un “sesgo ecoterritorial” en la lucha de los pueblos;
la mayor parte de las protestas en América del Sur siguen estando centradas en
el acceso a los servicios básicos, las infraestructuras y las condiciones
laborales. Estos “espacios de disenso y debate” merecen ser respetados y
ampliados ya que en países como Bolivia son también un componente vital en la
lucha por el cambio.
Después de que algunos
gobiernos neoliberales fueran derrotados y se aprobaran nuevas constituciones
en países como Bolivia y Ecuador, se han abierto importantes debates que han
abarcado a toda la sociedad sobre cómo hacer realidad nociones novedosas como
la del Buen Vivir*, los derechos de la Pachamama y la autonomía de los pueblos
originarios sin dejar de tener en cuenta al mismo tiempo las necesidades del
desarrollo de los pueblos.
En relación con estos
temas, se han expresado puntos de vista diferentes entre y dentro de los
movimientos sociales. No obstante, todos ellos dirigidos contra el impacto de
devastación social, económica y medioambiental de la explotación imperialista y
acompañando la lucha por una vida mejor.
Un punto de vista que en
América del Sur cierre los ojos ante esta realidad y solo vea gobiernos
extractivistas y comunidades rurales antiextractivistas es injusto con las
luchas de la mayoría. En lugar de amplificar las voces de quienes han estado en
la vanguardia de las recientes rebeliones, tiende a silenciarlas.
Además se corre el riesgo
de que en el intento de salvar algunos árboles termine destruyéndose todo el
bosque.
La contraposición
estrecha extractivismo vs. antiextractivismo ha sido utilizada para fomentar la
división entre los movimientos sociales, debilitando así la unidad necesaria
para alcanzar un cambio radical.
Hay mucha evidencia que
muestra que gobiernos y ONG extranjeros han estado trabajando para agudizar –en
vez de resolver– tensiones entre movimientos sociales de distintas regiones. A
esas fuerzas les complace la promoción del antiextractivismo si les es útil
para derribar gobiernos populares y evitar los cambios.
Sin embargo, en lugar de
denunciar esto, algunos activistas hacen lo posible para que los movimientos
sociales tomen una posición en detrimento de la otra.
Por ejemplo, Bret
Gustafson admite que en Bolivia, “un país marcado por una profunda pobreza en
el que se ha hecho del gas una cuestión de salvación nacional, existe una
pequeña oposición popular a la extracción de gas natural”. Esto le lleva a
concluir que, para los activistas de la solidaridad, la posibilidad de
construir lazos solidarios está limitada a tender una mano “a los marginales
urbanos, particularmente los jóvenes, a los campesinos y a las comunidades
afectadas por el extractivismo”.
Da la impresión de que la
mayor parte de los bolivianos que son víctimas de una economía nacional
dependiente de la extracción de un recurso pero no comparten los puntos de
vista antiextractivistas de Gustafson no son merecedores de ayuda.
Rechazar la limitada
política del antiextractivismo no significa que los activistas solidarios no
puedan apoyar a aquellos que luchan contra el impacto de las industrias
extractivas.
Una tarea importante que
podemos asumir es la introducción en nuestros países de algunos debates
decisivos que están teniendo lugar en América del Sur. La solidaridad efectiva
requiere explicar el contexto dentro del cual se dan esos debates, tanto en los
países sudamericanos como entre estos países y el imperialismo.
Esto también requiere
explicar con precisión las diferentes posiciones existentes entre diferentes
movimientos sociales y las variaciones de estas posturas en relación con los
gobiernos progresistas. Podemos hacer esto al mismo tiempo que reconozcamos que
son ellos los que en última instancia pueden resolver sus diferencias.
Mientras tanto,
deberíamos continuar oponiéndonos a la intromisión de los gobiernos imperialistas
y las empresa transnacionales; de este modo nos aseguramos de que los
movimientos sociales de esos países sudamericanos puedan resolver sus problemas
libres de interferencia extranjeras.
Debemos recordar también
que los cambios radicales necesitan de la construcción de movimientos sociales
con la fuerza suficiente como para implementar cambios y al mismo tiempo
resistir los inevitables ataques de las elites locales y los gobiernos
imperialistas. Dado que la batalla por un mundo mejor es esencialmente global,
es improbable que un país en solitario esté en condiciones de resolver por sí
mismo todos sus problemas.
Los intentos de “mostrar”
la distancia que hay entre la retórica anticapitalista de algunos gobiernos
izquierdistas y la realidad de la extracción de recursos ya en curso evitan
este punto crítico. Cualquier posibilidad que puedan tener los países de
América del Sur de superar su papel de exportadores de materias primas depende
de la creación de un nuevo orden global, y el comienzo de esto pasa por la
reestructuración de las relaciones hemisféricas.
Precisamente, es esto lo
que ha tratado de hacer el gobierno de Bolivia. No solo ha denunciado el
capitalismo y el imperialismo en las cumbres mundiales, sino que también ha
puesto en marcha iniciativas concretas, como la Cumbre de los Pueblos sobre el
Cambio Climático, en Cochabamba, que en 2010 reunió a más de 30.000 personas de
todo el mundo con el propósito de discutir y desarrollar políticas radicales
para hacer frente al desastre ecológico.
Los activistas de la
solidaridad deberían emplear menos tiempo en obsesionarse con la distancia
entre retórica y realidad –siempre presente en toda lucha por la liberación que
está en curso– y dedicar más tiempo a explicar por qué, en tanto exista el
capitalismo, los procesos de cambio continuarán enfrentándose con tremendos
obstáculos y peligros.
Reenfoquemos nuestro
punto de vista en el enorme desafío con que nos enfrentamos todos. Esto quiere
decir reconocer que, como dicen Nicole Frabicant y Kathryn Hicks, “solo un
levantamiento popular en una escala sin precedentes hará que los países del
Norte del mundo se responsabilicen seriamente del resto del planeta Tierra y
pongan freno a las fuerzas coercitivas que constriñen a países como Bolivia.
Federico
Fuentes, en coautoría con Roger Burbach y Michael Fox,
escribió Latin America’s Turbulent Transitions: The Future of 21st Century
Socialism y es colaborador regular de la revista Green Left Weekly, en la que
apareció por primera una versión más breve de este artículo.
* En castellano en el original. (N. del T.)
Los responsables primero de los daños que el extractivismo ocasiona a los pueblos y a la Nauraleza, son los imperios, primero, los imperialismos después. Ahora tienen corresponsables: los gobiernos "progresistas" que se niegan a renunciar al extractivismo destinado a alimentar la voracidad de los imperios, incluido el neoimperialismo chino
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