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sábado, 16 de agosto de 2014

Ese no es el camino presidente Santos

No es posible negociar en iguales condiciones una rendición que una paz entre dos contendientes, independientemente del poderío militar de cada uno de ellos, siempre que ambos tengan visión de futuro.

Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela

El 19 de julio de 1979 las fuerzas guerrilleras del FSLN entraron a Managua después de derrotar militarmente al ejército de Somoza. El dictador huyó. Las fuerzas armadas se desmoronaron. El Estado había desaparecido virtualmente. No hubo negociaciones ni antes ni al finalizar la guerra a fin de construir el futuro del país. El FSLN con el apoyo de la aplastante mayoría de la población se dio a la tarea de erigir una nueva institucionalidad en la que el somocismo no tuviera cabida.

Tan solo 7 años después, los sandinistas, ahora en el poder tuvieron que aceptar negociar con las bandas armadas y financiadas por Estados Unidos que a través de una despiadada guerra buscaban derrocar al gobierno. Bajo la convocatoria de Vinicio Cerezo presidente de Guatemala se desarrollaron en Esquipulas, pequeña ciudad de ese país, fronteriza con Honduras, dos rondas de negociaciones  en las que participaron todos los presidentes centroamericanos. Los Acuerdos de Paz de Esquipulas establecieron el cese del apoyo externo a los grupos armados, el diálogo interno, la amnistía para los que depusieran las armas y garantías para su participación en la vida política. Desde entonces, Nicaragua ha vivido en paz.

Cualquier observador externo podría preguntarse por qué cuando los sandinistas eran una maltrecha fuerza guerrillera que apenas se había hecho con el poder, no aceptó negociar con sus oponente, mientras que años después con todo el poder del Estado que incluía un enorme ejército bien adiestrado y armado si lo tuvo que hacer.

La respuesta es que en 1979 el FSLN había conseguido la derrota militar de la dictadura, mientras que ese objetivo no había podido ser logrado por su gobierno a mediados de la década de los 80. La experiencia indica que no es lo mismo negociar con un enemigo aniquilado en lo militar, desmoralizado en lo moral y destruido en lo político y orgánico, que hacerlo con uno que sigue manteniendo su capacidad y disposición combativa y su moral de lucha en alto. El que quiera verlo fuera del contexto latinoamericano puede recordar los juicios de Nuremberg al finalizar la segunda guerra mundial. No es posible negociar en iguales condiciones una rendición, que una paz entre dos contendientes independientemente del poderío militar de cada uno de ellos, siempre que ambos tengan visión de futuro.

Esta reflexión viene al caso, al observar los términos en que pretende negociar el gobierno colombiano con las FARC y el ELN. Al prestar atención a los discursos del Presidente Santos y los altos personeros del gobierno de ese país, se supondría que las conversaciones de La Habana se están realizando en el marco de una derrota militar de las fuerzas guerrilleras a las que se les puede imponer condiciones a posteriori. En todo caso, si esas condiciones pudieran ser aplicadas, no sobrevendría la paz y la concordia, sino el resentimiento, el deseo de venganza y la amenaza permanente de reinicio del conflicto.

Ese no es el camino Presidente Santos, tómese su tiempo y lea los documentos de trabajo del Grupo de Contadora, del que Colombia formó parte  de manera brillante junto a México, Panamá y Venezuela. No es una buena táctica negociar amenazando. No es alabando a Uribe y su obra de destrucción y muerte como se logrará la paz, sino enalteciendo el espíritu fecundo del pueblo colombiano que no merece el futuro de guerra que el expresidente paramilitar le ofreciera y le sigue ofreciendo.    

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