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viernes, 26 de septiembre de 2014

Estados Unidos: la guerra infinita

El problema central es que el Estado belicista norteamericano sea la cabeza de un mundo y estado de cosas que nos arrastra a todos a la debacle. En esto no hay distinciones: ricos y pobres, cristianos y musulmanes, chiitas y sunitas, blancos y negros, todos vamos en dirección al precipicio por este rumbo.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

El presidente Obama en su discurso
ante la Asamblea General de la ONU.
Caracterizando a los Estados Unidos como una “potencia pacífica” en la Asamblea General de Naciones Unidas, Barak Obama toca las cumbres del cinismo. Solo porque estamos ante una tragedia tal que ha llevado al Secretario General, Ban Ki Moon, a señalar el 2014 como “un año oscuro para la esperanza”, no estallamos en risas desenfrenadas.

Estados Unidos de América es una potencia que estructuralmente tiene que estar en guerra permanente.

En primer lugar, porque sigue siendo la primera potencia del mundo por su capacidad militar, a pesar que su lugar en la producción mundial ha venido decreciendo desde aquellos ahora lejanos años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando producía el 44% del PIB global, hasta poco más del 20% actual, cuando China le pisa los talones. Solo por su apabullante poderío militar sigue siendo el gran árbitro que ordena y castiga en función sus intereses.

En segundo lugar, porque la industria militar constituye su gran pivote económico, su locomotora, la piedra angular que le permite seguir manteniendo su economía más o menos a flote. Esta industria está a la vanguardia no solo de las exportaciones norteamericanas sino, también, en innovación tecnológica. Sin ella, los Estados Unidos se derrumban.

En tercer lugar porque la guerra es el instrumento principal para asegurar el flujo permanente de materias primas, en primer lugar del petróleo, que le permite mantener su modo de vida y su aparato productivo funcionando.

Sin la guerra y el aparato industrial que la respalda, pues, los Estados Unidos de América estarían perdidos.

En torno a ella se teje el paisaje catastrófico del que se lamenta Ban Ki Moon en esta última Asamblea General. Solo este año hemos asistido al salvaje asedio de Gaza, a una nueva intervención en Irak y al hostigamiento de Siria y Rusia. Incluso a países en donde se pide ayuda internacional urgente por razones humanitarias, como es el caso del occidente de África azotada por el ébola, la respuesta norteamericana es enviar militares.

En esta estrategia bélica no habrá nunca pausa ni desvío. Primero hicieron de la lucha contra el comunismo su razón de ser, y luego fue la lucha anti terrorista. Así como antes todos los que se oponían a los designios de Washington eran catalogados como subversivos, hoy todos los que no se acoplan son terroristas.

Pobre Obama, qué triste papel le ha tocado jugar, ser un gris continuador de las políticas belicistas de sus antecesores republicanos, de aquellos a los que el pueblo norteamericano rechazó enfáticamente eligiéndolo a él con tantas esperanzas. No tiene, sin embargo, escapatoria, es la lógica del sistema en el que él mismo ocupa un lugar relevante siendo, al mismo tiempo, su rehén.

El problema central es, sin embargo, que el Estado belicista norteamericano sea la cabeza de un mundo y estado de cosas que nos arrastra a todos a la debacle. En esto no hay distinciones: ricos y pobres, cristianos y musulmanes, chiitas y sunitas, blancos y negros, todos vamos en dirección al precipicio por este rumbo. Pueden clamar lo que quieran los líderes mundiales en el hemiciclo de la ONU, pero de una sola cosa pueden estar totalmente seguros: el gobierno de los Estados Unidos de América va a hacer caso omiso de lo que digan. No les importa en absoluto y no les importará en el futuro, en tanto los intereses de las grandes transnacionales estén resguardados.

Y para ello harán la guerra en todas partes, esta semana aquí y la próxima allá, siempre con alguna excusa y con alguien que le ayude porque comparsas no faltan ni faltarán.

1 comentario:

  1. Caminos hay que le quedan al ser humano común, para contrarrestar la barbarie del imperio agónico. Uno es: dejar de comprar el cúmulo enorme de mercancías prescindibles con cuyo dinero las granddes corporaciones se nutren hasta el hartazgo.

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