En San Juan la Laguna, un pequeño pueblo
asentada a orillas del idílico lago Atitlán, en el corazón del territorio
indígena, se asentó hace algún tiempo una comunidad de judíos ortodoxos. Su
expulsión por parte de las comunidades indígenas abrió un debate en Guatemala,
que pone al descubierto la ideología dominante del racismo.
Rafael
Cuevas Molina /Presidente AUNA-Costas Rica
Indígenas y judíos en San Juan la Laguna. |
Esta población indígena, que en su
conjunto llega a ser más o menos la mitad de los habitantes de todo el país,
agredida militarmente en esos dos momentos históricos pero no solo en ellos, ha
sobrevivido tenazmente, al igual que otros pueblos indígenas en otros países de
América Latina, como Ecuador, Perú y Bolivia, en unas condiciones de
explotación y marginalidad impropias del siglo XXI, y que más bien muchas veces
recuerdan las condiciones de vida coloniales que vivió el país durante 300
años.
Para la Corona española, la principal
riqueza que encontró en el territorio guatemalteco fue la fuerza de trabajo. En
efecto, a pesar de la drástica disminución de la población indígena que
habitaba la zona a la llegada de los españoles (de hasta un 75% en menos de 100
años), los europeos gozaron de los frutos de su trabajo que explotaron en
encomiendas y repartimientos. Para ello, organizaron a la sociedad en
“compartimientos” que convivían separados: por un lado “los indios” y por otro
los españoles.
“Los indios” encontraron, como otros
pueblos del mundo en circunstancias similares, un baluarte de resistencia a esa
situación en su cultura. Muchos no quisieron aprender o, simplemente, hablar en
español; mantuvieron usos y costumbres cotidianas, religiosas y festivas que
los diferenciaban pero que, al mismo
tiempo, les brindaban cohesión y resistencia.
La sociedad española y su heredera
después de la independencia, la sociedad ladina, es decir, la de aquellos que
se consideran no-indígenas, armaron una estructura ideológica para justificar
la explotación a la que sometían a los indígenas. Esa ideología fue, en su
núcleo esencial, racista: “el indio” es pobre porque es tonto, sucio,
ignorante, feo y traicionero. Se merece, pues, su suerte.
Ese racismo es ideología dominante en el
país, lo que quiere decir que los que la practican la viven como natural, a tal
punto, que, como el pez con el agua en la que vive, no se dan cuenta que
existe. Se ofenden, claro está, cuando se les tacha de racistas, y elaboran
teorías y se pertrechan de baterías de justificaciones para demostrar que los
racistas no son ellos sino los otros, “los indios”, que hablan en sus idiomas
ancestrales frente a ellos excluyéndolos de la comprensión de lo que dicen:
“indios racistas”.
En San Juan la Laguna, un pequeño pueblo
asentada a orillas del idílico lago Atitlán, en el corazón del territorio
indígena, se asentó hace algún tiempo una comunidad de judíos ortodoxos.
Llegaron, pues, al centro del territorio de la resistencia cultural indígena
aprendida y practicada durante siglos. No solo eso: llegaron a un territorio en
el que aún no se han borrado las huellas del genocidio perpetrado hace tan solo
unos 30 años y que ha dejado hipersensibles a todos. Y llegaron con una forma
de ser distinta, que los lugareños catalogaron como hostil, aunque un observador externo tal vez podría
catalogarlos como gestos menores sin mayor importancia: no saludaban, hablaban
poco con la población, los varones se bañaban desnudos en el lago, eran
groseros en las tiendas a donde acudían.
Molesta, la comunidad decidió echar a
ese cuerpo que consideró extraño y molesto.
La “comunidad nacional”, es decir, los
que no son indígenas en Guatemala, por su parte, saltó inmediatamente y acusó
de racistas a los habitantes de San Juan la Laguna, se solidarizó con los
pobres judíos y, algunos, en el colmo del enardecimiento, los acusaron de
antisemitas.
Los pájaros tirándole a las escopetas.
La comunidad de San Juan la Laguna no
echó a los judíos por ser judíos, sino porque llegaban como un cuerpo extraño a
una comunidad que ha hecho de su forma de ser, es decir, de su cultura, su
principal forma de sobrevivencia. Literalmente. Sin su cultura posiblemente no
estarían sobre la faz de la tierra como lo que son, serían otra cosa, tal vez
no-indígenas, cualquier cosa menos lo que son, y por eso, todo lo que la
amenace es un peligro.
Eso no es ser racista. Es mantener vivos
los mecanismos de supervivencia a los que los ha orillado la sociedad nacional
en la que viven que, ella sí, es terriblemente racista.
Y ojalá que no dejen que se les adormezcan
esos instintos porque si no, sí estarían fritos. Con judíos o sin judíos.
Esperemos que dentro de 1948 años, es decir, en el año 3962, no venga otra sociedad de naciones a instalar a la fuerza a los descendientes de los que ahora partieron, argumentando que en 2014 los echaron de su tierra prometida: San Juan la Laguna.
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