La Guerra
de la Triple Alianza contra Paraguay, desarrollada entre 1864 y 1870, fue una
de las primeras expresiones de los intereses de las nacientes potencias
capitalistas volcadas brutalmente sobre los países latinoamericanos.
Sergio Guerra Vilaboy* / Especial
para Con Nuestra América
Desde La
Habana, Cuba
El
12 de noviembre de 1864, hace ahora 150 años, estalló la Guerra de la Triple
Alianza contra Paraguay (1864-1870), después que el gobierno de Asunción,
presidido por el mariscal Francisco Solano López, ordenara el apresamiento del
barco brasileño Marqués de Olinda, cuando navegaba por aguas fluviales paraguayas,
en reacción a la invasión del imperio de Brasil a Uruguay, lo que se considera
el inicio formal de la contienda fratricida
La
etapa final de las transformaciones liberales en América Latina coincidió con
el fin del capitalismo de libre concurrencia y los comienzos de la penetración
imperialista, fenómenos que se manifestaron en un grave enfrentamiento entre
cuatro países de la América del Sur. Detrás de ese conflicto actuaban los
intereses de los sectores oligárquicos liberales y los apetitos expansionistas
de los comerciantes y capitalistas foráneos, afincados en Brasil y Argentina.
La
Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay, desarrollada entre 1864 y 1870,
fue una de las primeras expresiones de los intereses de las nacientes potencias
capitalistas volcadas brutalmente sobre los países latinoamericanos. La historia de este devastador conflicto,
instigado por Inglaterra, tiene que ver con los inicios del reparto del mundo
en zonas de influencia por las naciones industrializadas, necesitadas de
mercados, fuentes de materias primas y terreno para sus inversiones, a lo que
se resistía, casi en solitario, la República de Paraguay, situada en el corazón
de la América del Sur.
La
política nacionalista paraguaya no era un hecho fortuito, sino la herencia de
la postura soberana de la generación revolucionaria que había realizado la
independencia, encabezada por el doctor José Gaspar de Francia, Dictador Supremo de Paraguay desde 1814
a 1840. El gobierno del doctor Francia -llevado a la literatura por Augusto Roa
Bastos en su novela Yo, el supremo
(1975)- había desalojado a los terratenientes y comerciantes del poder
político, proclamado la monopolización estatal del comercio exterior y detenido
la libre penetración de las manufacturas y el capital extranjero.
Derrotada
una sublevación oligárquica en 1821, el Dictador
Supremo expropió los bienes de los grandes estancieros y la iglesia. Las
tierras fueron repartidas a los campesinos en parcelas (chacras) y con otra parte de ellas se constituyeron las Estancias de la Patria, que
permanecieron bajo control gubernamental.
La
interrupción del comercio exterior, debido a la hostilidad de Buenos Aires -que
consideraba a Paraguay provincia suya-, unido a los aranceles proteccionistas
implantados por el doctor Francia, facilitó la consolidación de las artesanías,
mientras los comerciantes importadores se arruinaban. La entrada al país de
capitalistas y negociantes extranjeros fue prohibida y el gobierno se dedicó a
apoyar con recursos a los campesinos y artesanos, construyendo un tipo de
sociedad igualitarista sin paralelo en el resto del continente.
A
la muerte del doctor Francia le sucedió Carlos Antonio López, quien en líneas
generales continuó la política de su antecesor. Conseguida la libertad de
navegación por el Paraná en 1852, tras la caída de la dictadura de Rosas en
Buenos Aires y la instauración de la Confederación Argentina (1852-1862) por
Justo José de Urquiza, el gobierno paraguayo asumió la tarea de organizar una
flota propia, buena parte de ella construida en astilleros nacionales.
Fue
una etapa de auge económico en la cual, con recursos estatales, se abrió una
fundición en Ybicui, se fabricaron barcos de acero, se instaló el telégrafo y
comenzó a operar entre 1854 y 1861 el primer ferrocarril del Río de la Plata.
López realizó también una serie de reformas políticas liberales, plasmadas en
la constitución de 1844, junto a una política exterior más activa que la de su
predecesor, que le permitió obtener el reconocimiento internacional; aunque también
debió enfrentar agresiones contra la soberanía del país con el propósito de
abrir los ríos interiores paraguayos a la libre navegación. Ejemplo de ello fue
la amenaza de intervención de la escuadra de Estados Unidos, que en forma
agresiva remontó el Paraná en 1858.
En
1862 murió el presidente Carlos Antonio López y le sucedió su hijo Francisco
Solano, que unos años antes había sido nombrado por su padre jefe del ejército.
Por esa época, los círculos esclavistas del imperio del Brasil -Paraguay era un
verdadero refugio de esclavos fugitivos- y los sectores comerciales liberales
de Buenos Aires vinculados al capital británico, llegados al poder a principios
de la década del sesenta, comenzaron a fraguar planes para destruir al pujante
y singular estado paraguayo. Dejando a un lado sus viejas rencillas, y con el
auspicio de Inglaterra, los gobiernos argentino y brasileño se prepararon para
atacar la tierra guaraní, atraídos por sus potencialidades económicas y
preocupados ante la creciente fortaleza militar de Paraguay, capaz de variar el
precario equilibrio rioplatense que los beneficiaba.
La
guerra se precipitó cuando los gobiernos de Argentina y Brasil se lanzaron
sobre Uruguay, para sacar del poder al presidente conservador Bernardo Berro,
aliado del presidente López, y completar así el cerco tendido al Paraguay,
cerrándole toda posible salida fluvial alternativa al Atlántico. Una
desesperada petición de ayuda del gobierno de Montevideo, llevó al mandatario paraguayo a demandar
respeto a la soberanía de Uruguay. La negativa de Brasil a retirar sus fuerzas
del territorio oriental, invadido en octubre de 1864, obligó a López a declarar
la guerra al vecino imperio.
En
esa coyuntura, el presidente argentino Bartolomé Mitre prohibió el paso por
Misiones de las fuerzas paraguayas que marchaban en auxilio de los orientales,
mientras que su descarnado apoyo y el de Brasil permitían sustituir en Uruguay
al gobierno de Berro por el de Venancio Flores. Ello despejó el camino para
establecer, el 1 de mayo de 1865, una triple alianza (Brasil, Argentina y
Uruguay) contra Paraguay, fraguada en secreto bajo la tutela de la diplomacia
inglesa.
Cuando
las hostilidades se iniciaron, los paraguayos llevaban la iniciativa y la
guerra se desarrollaba fuera de sus fronteras, pero después de la derrota de la
flota de Paraguay en El Riachuelo, el 12 de junio de 1865, y el desastre
militar de Uruguayana (septiembre) la contienda se volcó sobre su territorio.
En las grandes batallas de estero Bellaco y Tuyutí (mayo de 1866) –juntas
fueron las más mortíferas y monumentales de la historia latinoamericana-, la
larga resistencia de Curupaytí y la tenaz defensa de la fortaleza de Humaitá
-rendida en 1868-, así como en un sinnúmero de otros encarnizados combates, los
soldados paraguayos demostraron arrojo y valor asombrosos.
Caída
Humaitá y dominado el río por la moderna flota brasileña, la superioridad en
efectivos y en armamento de los aliados se impuso. A pesar de ello, Solano
López siguió peleando al frente de sus hombres -al final, niños, ancianos e
invalidos- hasta perecer en Cerro Corá combatiendo junto a los últimos restos
de su ejército, después de trasladar la capital cuatro veces a lugares cada vez
más intrincados.
Como
resultado de esta larga y cruenta guerra, desapareció la mitad de la población
paraguaya. El triunfo de la coalición permitió a Brasil y Argentina apoderarse
de partes del territorio del país vencido, que estuvo ocupado hasta 1876. Los
restos de la nación fueron cubiertos con el manto de una república liberal por
la constitución de 1870, que concedía a los extranjeros exención de impuestos y
derecho a tener propiedades.
Paraguay
quedó abierto desde entonces al capital foráneo, sobre todo inglés, que comenzó
su penetración mediante empréstitos para "reconstruir" el país y
pagar reparaciones de guerra. A cambio, el gobierno paraguayo impuesto por los
invasores debió entregar las mejores tierras y el ferrocarril, convertido en la
empresa británica The Paraguay Central Railway Company.
Destruida
gran parte de la producción agrícola y restablecida la propiedad latifundista a
gran escala, sobre todo a partir de 1885, cuando el régimen conservador
legalizó las ventas masivas de los bienes nacionales para cubrir las deudas del
fisco, el sector fundamental de la economía paraguaya pasó a ser el de las
estancias y plantaciones orientadas a la exportación. A ellos se agregó a
finales de siglo la extracción del tanino de quebracho y el aprovechamiento de
los bosques por empresas extranjeras. Hasta la yerba mate, el cultivo
tradicional, quedó bajo el control de firmas inglesas, brasileñas y argentinas.
Con
el regreso de los exiliados, muchos de ellos integrantes de la llamada “Legión
Paraguaya”, constituida en Buenos Aires y al servicio de los invasores, comenzó
la lucha entre dos facciones políticas por controlar el poder. El núcleo de los liberales eran los propios
emigrados, que al principio de la ocupación extranjera de Asunción fueron
encargados de la administración local, entre ellos José Segundo y Juan José
Decoud, Benigno Ferreira, Facundo Machaín y Juan Silvano Godoi.
El
otro grupo estaba constituido por antiguos colaboradores de Solano López que
había preferido colocarse bajo la protección brasileña. Entre estos sobresalían
el general lopista Bernardino Caballero,
Cándido Barreira, Cayo Miltos y Rufino Tabeada, que comenzaron a llamarse colorados, en oposición a los azules o liberales.
Detrás
de cada uno de estos bandos estaba la influencia directa de Argentina o Brasil.
Al amparo del prestigio de Caballero –uno de los valientes oficiales de Solano
López, el último en rendirse a los invasores- los colorados se mantuvieron en el poder desde 1874 hasta 1904, cuando
una rebelión de las dos facciones liberales, los “cívicos” y los “radicales”,
obligó al presidente, coronel Juan A. Escurrra, a firmar el Pacto de Pilcomayo
y retirarse del gobierno.
A
esa altura de los acontecimientos (1886), las dos tendencias principales se
habían organizados en partidos políticos: el liberal, vocero de los intereses
de un grupo de latifundistas y comerciantes burgueses, vinculados al capital
anglo-argentino, y la Asociación Nacional Republicana integrada por terratenientes y militares
conservadores, de cierta manera subordinados a la influencia de la cancillería
brasileña. La dependencia de azules y colorados, como respectivamente se les
llamó, de los intereses foráneos era una muestra más de la conversión de
Paraguay en una verdadera semicolonia, subordinada a los intereses
imperialistas acorde a la nueva etapa en que se adentraba el capitalismo a
escala mundial.
*Presidente
de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC)
Excelente artículo. La historia de la Guerra del Paraguay ha sido pésimamente contada e ignorada la mayor parte del tiempo, a pesar de tratarse de un acontecimiento que cambió la historia de toda América Latina.
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