En las calles atestadas de carros de
Guadalajara, en el Estado mexicano de Jalisco, indigentes venden pajaritos
hechos con hojas de palmera: “es para seguir al Norte”, dicen, y la meten por
la ventanilla suplicando un peso, dos, “lo que sea su voluntad”.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
La Caravana de Madres Centroamericanas. |
Son centroamericanos varados en su
tránsito hacia los Estados Unidos, que mendigan para sobrevivir mientras juntan
algo de dinero y pueden seguir su peregrinar. La gente los mira
indiferentemente, pasan de largo y son pocos los que reciben la artesanía y a
cambio dan algo.
Han tenido suerte estos hombres jóvenes,
desarrapados y sucios, porque han logrado llegar con vida hasta la mitad de
México. Miles de ellos han desaparecido en el trayecto, asesinados después de
ser torturados y violados, o de haber sido tratados como esclavos en trabajos
de prostitución, en minas clandestinas, llevando y trayendo droga u otros
cientos de trabajos a los que son obligados cuando caen en manos de las mafias
en las que se colusionan el crimen organizado y miembros de los poderes del
Estado.
Son los nuevos desaparecidos, los del
siglo XXI, los que sustituyen a los que en la segunda mitad del siglo XX fueron
borrados de la faz de la tierra por las dictaduras militares. Estos no desean,
como aquellos, cambiar el mundo sino vivir mejor en él, en primer lugar sin
hambre, sin violencia y sin miedo.
Muchos de ellos terminan en fosas
clandestinas, como esas que se abrieron, una tras otra, cuando el Estado hizo
como que buscaba a los muchachos desaparecidos de Ayotzinapa. Están ahí,
quemados, descuartizados, irreconocibles, enterrados no para preservar sus
restos sino para que no sean detectados.
En estos días, madres que los buscan
marchan por el sureste mexicano en la X
Caravana de madres centroamericanas puentes de esperanza en busca de sus
hijos migrantes desaparecidos en México. Se detienen en Chiapas, en tierras del
EZLN, y en pueblecito que ni siquiera aparecen en el mapa, hasta llegar al
Valle Central Mexicano, a Ciudad de México, la gran urbe que se ha tragado a
muchos de los que ellas buscan.
Son todas, sin
excepción, mujeres pobres, humildes, sin poder alguno, alejadas de la política,
de las organizaciones no gubernamentales, más aún del Estado. Van de un lado a
otro en su peregrinar, y los grandes medios de comunicación no dicen nada sobre
ellas, como si no existieran, ni tampoco las recibe ninguna autoridad mexicana,
ningún alcalde, ningún gobernador, ni siquiera algún funcionario de segundo,
tercer o cuarto orden de la policía o de las autoridades de migración.
Los únicos que ven
por ellas son los sublevados, los zapatistas, los pobres como ellas, los
marginados, los que están viviendo la violenta imposición del capitalismo
salvaje a sangre y fuego en sus propias vidas, la descomposición de un sistema
que se salió de madre en su desbocado afán por transformar todo en mercancía.
Son mujeres desamparadas que solo
cuentan con sus propias fuerzas, con su propia voluntad para seguir adelante,
para no cejar aunque, seguramente, no encontrarán nada y seguirán dando
manotazos en el aire tratando de aprehender un fantasma.
Considero de suma impotancia la moviidad de nuestros hermanos latinoamericanos que clama justicia en la desaparición forzada, en la prostitución, en los trabajos clandestinos, en donde se encuentran coludidos el crimen organizado y miembros de los poderes del Estado del mundo. el matrimonio perfecto.
ResponderEliminarSi para los neoliberales no existe fronteras. Entonces, para los oprimidos que no exista y seremos holocausto para el fascismo. Joaquín Zebadúa Romero