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sábado, 24 de enero de 2015

¿Es posible medir la felicidad?

La felicidad es un “estado de grata satisfacción espiritual y física”, o la “persona, situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz”, según la vigésima tercera edición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), publicada en octubre de 2014. En la 22.ª edición, la definición de felicidad era principalmente material, el “estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien”.

Fander Falconí / El Telégrafo

Si se concibe la felicidad como un estado espiritual, su medición es imposible: un estado de satisfacción espiritual es algo inconmensurable.

Pero si se trata de esa felicidad definida en el último DRAE (… objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz), su medición sería uno de los retos que propusieron los premios Nobel de Economía Stiglitz, Sen y Fitoussi en su famoso ‘Informe Sarkozy’ de 2009 a la métrica de la cultura del capitalismo, es decir, poner más atención a las mediciones del bienestar humano y de la satisfacción individual (si se quiere, poner menos atención al lado de la oferta, como la medición del Producto Interno Bruto, y más atención a las condiciones de bienestar de los seres humanos en forma amplia y no solo monetaria).

Hay intentos de calcular la felicidad en forma ‘objetiva’ con guarismos e índices, como el Índice del Planeta Feliz (Happy Planet Index, en inglés). De acuerdo a un reciente reporte publicado por la New Economics Foundation y promocionado por Global Footprint Network, al 2012, los países más felices fueron Costa Rica, Vietnam, Colombia, Belice y El Salvador. Los menos felices eran Malí, República Central Africana, Qatar, Chad y Botswana.

Ahora bien, incluso dentro de la acepción simplona de la felicidad es necesario tener cuidado. El HPI es un índice que, dadas ciertas ponderaciones arbitrarias, pretende sintetizar la realidad para ordenar países según los criterios adoptados. En este caso, el HPI pondera la expectativa de vida al nacer, la huella ecológica y la percepción subjetiva de felicidad que se refiere a esa condición definida en el DRAE y no a la felicidad en sentido filosófico -en donde, por cierto, no hay una sola forma de comprensión-, sea como la búsqueda de placer (el puro hedonismo) o como todo aquello que permite alcanzar la felicidad (en el sentido más amplio y complejo propuesto por Aristóteles). Este HPI considera tres factores, de los cuales solo uno (la esperanza de vida al nacer) no ha sido puesto en duda, mientras que la huella ecológica reviste serios cuestionamientos y la percepción subjetiva es eso, una percepción que bien puede o no corresponderse con la realidad.

Antes de proclamar estas mediciones, sería conveniente precisar lo que se está haciendo y aclarar qué es lo que no se está considerando. Y, sobre todo, destacar que estos ejercicios no pasan de ser ensayos hacia el objetivo de medir el bienestar humano, que podría concebirse como un subconjunto del concepto felicidad en el sentido del DRAE, pero no su acepción filosófica (sea la búsqueda individualista de placer o todo aquello que permite alcanzar la felicidad en el sentido más amplio).

Empleados como instrumentos de los aparatos de información del statu quo capitalista, ensayos como el HPI, si no son contextualizados y acotados, solo tienden a consolidar el sistema, incluso si en el HPI no se considera en forma explícita el consumo, o su equivalente en el otro lado de la ecuación keynesiana básica: la producción.

Que Colombia, un país sumido en la violencia durante los últimos setenta años, que no puede encontrar la paz a pesar de un empeño aparentemente de dimensión nacional, pero que alberga bases militares del país más agresivo del planeta, sea considerado muy feliz, es en realidad absurdo, si lo que se está ‘midiendo’ es la felicidad en sentido filosófico. Si es otra la felicidad que se pretende medir, la discusión de este resultado queda absoluta y válidamente abierta.

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