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sábado, 18 de abril de 2015

Educación ambiental comunitaria: algunas ambigüedades, algunas precisiones

La educación ambiental más eficaz es la que consigue operar a través de las redes y organizaciones sociales ya existentes en la comunidad, haciendo de lo ambiental parte de una agenda colectiva más amplia.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

A Eloísa Tréllez, al Sur,
y a Isabelita Martínez, al centro de nuestra América

Hay términos cuya ambigüedad los hace especialmente apreciados en el ámbito de los organismos internacionales. Uno de ellos es el de “comunidad”, que ahora ingresa al debate sobre el desarrollo sostenible proclamando las virtudes de la educación ambiental comunitaria. Eso es bueno, en cuanto indica la necesidad de acercar la educación ambiental a las realidades y necesidades de quienes deben encararlas cada día. Aun así, para que eso contribuya a resolver los problemas que intenta ayudar a resolver, siempre será útil comprender el alcance del término “comunidad” en nuestras sociedades, y el lugar que esas estructuras sociales ocupan en el proceso de desarrollo del capitalismo en nuestros países.

Asumiendo el término en su acepción más frecuente, el planteamiento puede referirse, por ejemplo, a comunidades indígenas y campesinas que están en riesgo de perder el control sobre su entorno debido a la expansión de empresas extractivistas; a comunidades recientes o ya consolidadas de pobres urbanos que demandan condiciones básicas de vida, como agua, saneamiento y energía; a comunidades de capas medias urbanas que buscan preservar y valorizar su patrimonio amenazado por la especulación inmobiliaria, o a comunidades empresariales que aspiran a ampliar y consolidar su dominio sobre los recursos naturales y los servicios ambientales de una región determinada. Por diferentes que puedan parecer, todos estos casos se relacionan entre sí en cuanto expresan la aspiración de cada uno al control de lo que percibe como su entorno vital.

Verlo así ayuda a entender que la educación ambiental comunitaria emerge como necesidad ante la expansión y el incremento – en el marco del proceso de crecimiento económico sostenido con inequidad creciente y degradación ambiental - de los conflictos que surgen cuando sectores sociales distintos aspiran a hacer usos excluyentes de los recursos de un mismo ecosistema. En esa circunstancia, la educación ambiental debe asumir el conflicto como objeto de análisis, y encarar la necesidad de vincularse al mismo como elemento que facilite la mutua comprensión entre las partes, sea para descubrir juntos la posibilidad de un acuerdo, sea para entender que no hay acuerdo posible.

Vista así, la educación ambiental más eficaz es la que consigue operar a través de las redes y organizaciones sociales ya existentes en la comunidad, haciendo de lo ambiental parte de una agenda colectiva más amplia. En efecto, la complejidad del problema demanda fomentar el diálogo y el intercambio de experiencias entre todas las partes involucradas, en busca de identificar elementos de interés general para todos, más allá del conflicto inmediato que los ha puesto en confrontación.

La formación de redes de educadores o de organizaciones dedicadas a la educación tiene una indudable utilidad para este propósito, en cuanto contribuye a vincular a las propias comunidades entre sí para el intercambio de experiencias, la identificación de necesidades, aspiraciones y objetivos comunes, y el fomento de actividades que permitan transformar experiencias diversas en conocimiento colectivo. Aquí, por ejemplo, tiene gran importancia estimular el diálogo de saberes, que vincule a las experiencias comunitarias con las de la comunidad científica, en un proceso de aprendizaje compartido.

Con una salvedad: siempre será útil recordar que una educación para el desarrollo sostenible, como la ambiental, entrará en contradicción más temprano o más tarde con la educación para el crecimiento económico sostenido dominante en nuestros países. En ese sentido, quienes se dediquen a la educación ambiental debe estar preparados para enfrentar el dilema político que subyace a esa actividad: que, siendo el ambiente el producto de una modalidad socialmente determinada de relación de la sociedad con la naturaleza, si se desea un ambiente distinto será necesario crear una sociedad diferente. Porque aquí, a fin de cuentas, está la divisoria entre las comodidades de la ambigüedad, y las dificultades de la lucha por transformar la realidad.

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