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sábado, 18 de abril de 2015

Entorno geopolítico latinoamericano y posición de Cuba

Conferencia de Fernando Martínez Heredia en la Cumbre de los Pueblos, Sindical y de los Movimientos Sociales de Nuestra América, celebrada en Panamá, 10 de abril de 2015.

Fernando Martínez Heredia* / Cubadebate

Queridos compañeras y compañeros:

Las cubanas y los cubanos que estamos aquí nos sentimos felices, porque en la Cumbre de los Pueblos, Sindical y de los Movimientos Sociales de Nuestra América estamos en nuestra casa.
La más recordable de las llamadas Cumbres de las Américas es la cuarta, en 2005, porque ella fue la del viraje: el principio del fin del panamericanismo imperialista. En el estadio de Mar del Plata, la Cumbre de los Pueblos de Nuestra América repudió el ALCA. Siempre recordaremos aquel día, y el discurso del Presidente de la Venezuela bolivariana, Hugo Chávez Frías, líder de su patria y nuevo conductor que le había nacido con el siglo a la causa de la liberación. Hugo habló por los pueblos ese día, como hablará hoy aquí Evo por los pueblos. Y en la reunión de los gobernantes en Mar del Plata se levantaron voces de jefes de Estado que rechazaron el dogal imperialista y exigieron relaciones justas, basadas en el derecho internacional y en el respeto a las soberanías nacionales. Esa conjunción de pueblos y gobernantes acabó con el intento imperialista de imponer el ALCA, una gran victoria que le dio impulso al entonces naciente proceso de independización de nuestros Estados latinoamericanos y caribeños.

La soberbia y el desprecio son rasgos permanentes de la conducta de los gobernantes de Estados Unidos, aunque a veces traten de disimularlos. Después de décadas de terribles y criminales represiones, en 1994 creyeron que era la hora de alinearnos como borregos obedientes, ahora con gobiernos que disfrazaban su entreguismo, su corrupción y la creciente miseria de las mayorías con los apellidos que le ponían a la palabra democracia. Entonces promovieron el ALCA e inventaron las Cumbres de las Américas. Por si hubiera dudas, la primera fue en Miami. Pero encontraron obstáculos en algunos países que se resistían a abrirse a ese nuevo paso de la explotación. Esos escollos se profundizaron por la oposición de numerosos países en la Conferencia de la Organización Mundial de Comercio en Cancún, en 2003. Mientras, la protesta popular en las calles se enfrentó siempre a aquellos encuentros, estuvo en Cancún y ha ido organizando y efectuando cumbres como esta de Panamá.

La derrota del ALCA en 2005 fue en realidad un campanazo. El 14 de diciembre de 2004, Cuba y Venezuela habían fundado el ALBA en La Habana. En diciembre de 2005, las luchas heroicas de los bolivianos se plasmaron en una victoria electoral completa que convirtió en presidente de la república a un líder popular de raíz autóctona, Evo Morales. El 29 de abril de 2006, Bolivia se unió a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, y le sumó su concepto de Tratado de Comercio de los Pueblos. Otros países latinoamericanos y caribeños se integraron a esta organización internacional de nuevo tipo, que tiene como prioridades la solidaridad y la voluntad política. Aquel mismo año 2005, Hugo Chávez lanzó la creación de Petrocaribe, que brinda petróleo en términos solidarios a países de esa región.

En 2008 sesionó en Salvador de Bahía la I Cumbre de América Latina y el Caribe (CALC). Por primera vez en la historia se reunieron los jefes de Estado y de gobierno soberanos de la región sin Estados Unidos ni Canadá. Allí se convocó a una II Cumbre, celebrada en febrero de 2010 en México: la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe. En ella se aprobó la creación de una entidad permanente de los 33 países de la región, lo que se efectuó en Caracas, en diciembre de 2011. Esa III Cumbre, que asumió también a la CALC y el Grupo de Río, creó oficialmente la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, la CELAC.

En 2008 se constituyó la Unión de Naciones Suramericanas, UNASUR, integrada por los doce Estados de esa región. Es una instancia permanente que posee un gran valor como foro de concertación política, y que ha dado muestras de firmeza en su defensa de gobiernos legítimos con apoyo popular, frente a intentos golpistas. En su Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno celebrada en Quito en diciembre pasado expresaron objetivos integracionistas concretos y ambiciosos. Ernesto Samper, su nuevo secretario general, declaró: “tenemos que pensar en un nuevo bloque, el bloque Sur–Sur (…) si no tenemos nuestro propio bloque, las reglas nos las van a poner otros bloques.”

Otras organizaciones internacionales de esta región participan en esfuerzos integradores, por sí o en colaboraciones con los mencionados.

Una nueva realidad y un nuevo lenguaje han nacido y crecido en la América Latina y el Caribe, un continente que se ha convertido en vanguardia en el mundo actual. Un ejemplo de esto último es la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz, acordada en La Habana en la II Cumbre de CELAC por la totalidad de sus Estados miembros. Desde el punto de vista geopolítico se han abierto nuevos espacios de concertación económica y política que pueden llegar a tener una importancia decisiva. En cuanto a los Estados y gobiernos, estamos ante hechos nuevos de un enorme alcance potencial: la actuación independiente que no se pliega a Estados Unidos, el control sobre los recursos naturales del país y acciones encaminadas a beneficiar a sectores que están entre los más pobres, mediante redistribuciones de la renta y otras iniciativas.

Analistas clasifican como de izquierda o centroizquierda a los gobiernos de países en los cuales vive algo más de la mitad de la población de la región. Pero en cuanto nos asomamos a la situación en que viven las mayorías del continente, aparecen las realidades seculares de desigualdades, pobreza y miseria, y su agravamiento por el desastre social que conllevó la implantación del neoliberalismo. Durante décadas, Cuba ha sido uno de los denunciantes de esa situación, y en CELAC ha señalado que debe ser una tarea primordial enfrentar y erradicar el hambre, la pobreza y las desigualdades. Al hablar en la III Cumbre en San José de Costa Rica, el 28 de enero pasado, el presidente Raúl Castro enfatizó que esta región es la más desigual del planeta, que registra 167 millones de personas viviendo en la pobreza y uno de cada cinco menores de quince años vive en la indigencia. “¿Qué pensarán las decenas de millones de marginados acerca de la democracia y los derechos humanos?”, preguntó. “¿Cuál será su juicio sobre los modelos políticos? ¿Qué dirían si se les consultara sobre las políticas económicas y monetarias?”

Esto nos lleva a la complejidad real de la situación concreta actual. A la acumulación de fuerzas lograda desde puntos de partida al interior de lo que ha sido el sistema de dominación, sus reglas de juego político y su legalidad,  escollos enfrentados con la conciencia  política y social que guía los combates, las resistencias y las voluntades que pretenden ir mucho más allá de lo que parece posible, y de las insuficiencias propias. Nos lleva a no olvidar la heterogeneidad de los componentes de la gran coalición que está impulsando la fase actual de la independización continental, ni a la contraofensiva taimada o abierta, subversiva o cooptadora, de las clases que no quieren ceder su poder, su lucro y sus privilegios. Y sobre todo a la unión que tendrá que venir y a las jornadas y los procesos decisivos, en los que la gente común se tornará histórica.

Durante gran parte de mi vida he estudiado los movimientos populares de la América nuestra, he acompañado en sus prácticas a más de uno y he analizado las realidades desde sus perspectivas. Pero hoy no me toca tratar esos temas, que serán muy bien desarrollados en las mesas de trabajo y los paneles de esta Cumbre. Vuelvo al entorno más general.

Le hemos quitado el traspatio al imperialismo. Ya se acabó su panamericanismo, de él solo queda un cascarón vacío. El edificio secular del poder de los Estados Unidos sobre este continente se va a caer, pero no se caerá solo: hay que derribarlo. Los pueblos que se liberan a sí mismos y liberan a sus países aprenden a manejar la geopolítica, en vez de ser manejados por ella. Pero permítanme un breve comentario sobre geopolítica.

La geopolítica es una ciencia de medir correlaciones de fuerza, conocer intereses en juego y actuar de acuerdo a lo que es posible. Es conveniente conocerla, pero no debemos regirnos por ella. En sus leyes no caben las luchas de los pueblos, ni hay lugar para victorias populares. Para triunfar, sostenerse y adquirir permanencia, la Revolución cubana tuvo que destrozar las leyes de la geopolítica  primero, y torcerle más de una vez el brazo después. ¿Qué son los poderes populares y los Estados  que se independizan del imperialismo en este continente sino quebrantamientos de las leyes de la geopolítica? Y los movimientos populares combativos y organizados que florecen  y actúan por doquier, ¿no quebrantan las leyes de los arreglos por arriba y la política posibilista? ¿No reparten poder,  no son creadores de poder? ¿Y qué mayor triunfo sobre la geopolítica que el ejercicio del internacionalismo? Es muy grande y muy hermosa  la historia  de la solidaridad internacionalista latinoamericana y caribeña, pero lo más grande que tiene es que ya constituye una cultura, una manera de ser, un hecho natural para millones, un avance de la condición humana y una gran fuerza social con la que contamos.

Cumpliendo la segunda parte de mi tarea en este encuentro, paso a referirme a la situación y la posición cubanas de cara al bloqueo sistemático que mantiene Estados Unidos contra Cuba desde hace más de medio siglo. Ese bloqueo es un acto delictivo genocida de carácter continuado, que viola en un alto grado el derecho internacional y la soberanía de muchos otros Estados. Es el sistema de sanciones unilaterales más injusto, severo y prolongado que se ha aplicado contra país alguno. Ese es un hecho que nadie discute y que nadie se atreve a justificar. Lo han condenado millones de personas a lo largo del planeta, entre ellos muchos norteamericanos. Instituciones, parlamentos, gobiernos, personalidades, lo repudian con duros calificativos y con razones jurídicas, políticas y éticas. La Asamblea General de las Naciones Unidas lleva veintitrés años condenándolo. A ese juicio mundial casi unánime se han unido en tiempos recientes varios políticos del establishment norteamericano y órganos de prensa muy influyentes. Cabe entonces preguntarse: ¿por qué se mantiene el bloqueo, y se ha recrudecido en los últimos años su alcance extraterritorial?

El bloqueo de Estados Unidos contra Cuba es quizás la señal más escandalosa de la distancia que existe entre los principios y las normas que fueron conquistados mediante colosales sacrificios por la humanidad a mediados del siglo XX y la realidad de su incumplimiento en el siglo XXI. Después de 1945, Estados Unidos logró controles esenciales a escala mundial, y se presentó como el líder del llamado mundo libre. Pero cuando una pequeña nación vecina se hizo dueña de sí misma y comenzó a cambiar su vida en beneficio de su pueblo, la atacó con todos los medios y de todas las formas que pudo, para destruir la nueva sociedad que con tantos esfuerzos construía, y para borrar el mal ejemplo de rebeldía triunfante que les daba a los demás pueblos de este continente. John F. Kennedy reconoció que solo a partir de 1959 Cuba era realmente libre, pero desde aquel mismo año su país le ha hecho al nuestro una guerra sin cuartel. La decisión agresora que creó el bloqueo lo reconoció claramente: la mayoría de los cubanos apoya a su gobierno. Por consiguiente, hay que sumirlos en la miseria y el hambre, y lograr que se desesperen y prefieran derrocarlo.

El entorno geopolítico del bloqueo contra Cuba es la violación continua por Estados Unidos de la soberanía de los Estados y la autodeterminación de los pueblos, los asesinatos masivos de cientos de miles de personas inermes, y los crímenes selectivos, la invasión y la ocupación de países en pleno siglo XXI, y las imposiciones y abusos de todo tipo a escala mundial. Es el manejo más cínico del repertorio antiguo o reciente de logros de la convivencia humana, las formas de gobierno y el derecho, por parte de un matón que dice defenderlos. Es una violación abierta de los términos de su alianza con países europeos cada vez que los castiga –y los humilla– por tener relaciones financieras con Cuba. Es la situación que hace parecer normal que haya que discutir si un Estado debería estar o no en una lista confeccionada por el mayor terrorista del planeta, de países a los que califica de patrocinadores del terrorismo internacional.

Ante todo, el bloqueo ha causado enormes daños a la vida de la gente, desde las necesidades básicas, como son la alimentación, la salud, la educación, la cultura y los deportes, hasta su tranquilidad psíquica y espiritual. Como es natural, esto no lo miden los grandes burgueses ni sus testaferros políticos, porque el mundo de ellos solo mide la ganancia y el poder irrestricto. Las personas y el planeta solamente existen para ellos cuando aparecen en sus cálculos.

El entramado legal y administrativo del bloqueo es complicado, pero la retórica de la Administración Obama sobre una supuesta flexibilización de las sanciones contra Cuba es desmentida por los hechos. No se ha dado ni un paso legal hacia su eliminación, pero numerosas acciones lo han agravado, en particular con un acoso sin precedente a la actividad bancario-financiera. El bloqueo pone innúmeros obstáculos al comercio entre ambos países y dificulta el cubano con otros países, prohíbe que Cuba utilice el dólar en sus transacciones financieras o en cuentas suyas en bancos extranjeros, y que se le otorguen créditos bancarios o de instituciones financieras internacionales. Con tenacidad ejemplar e inmoral, priva a Cuba de tecnologías, inversionistas, medicamentos y cualquier otro bien que le resulte posible. El daño económico directo ocasionado a Cuba por la aplicación del bloqueo, a precios corrientes, se estima en más de 116 880 millones de dólares.

Toda la actividad económica del país es perjudicada por el bloqueo, desde lo necesario para el funcionamiento de las ramas económicas mismas hasta los altos precios que debemos pagar por un gran número de importaciones. El desarrollo económico autónomo, una meta tan difícil para todo país de los que llaman subdesarrollados, resulta aún más difícil en nuestro caso. Si se añaden las pérdidas humanas y los daños materiales ocasionados por la larga historia de sabotajes y actos terroristas alentados, organizados y financiados desde Estados Unidos, el enorme empleo de recursos humanos y materiales en la defensa a que nos ha obligado durante más de cincuenta años y los aspectos sensibles de nuestra organización y valoraciones políticas que ha condicionado, puede tenerse una idea de lo que ha significado y significa el sistema de agresión de Estados Unidos contra Cuba. Un gesto elemental de ese país a la hora de negociar la normalización de relaciones con el nuestro sería el de incluir su disposición a indemnizarnos en alguna medida por tanto dolor y tantos daños causados.

Pero el bloqueo también ha sido la prueba de que el imperialismo no es omnipotente. Tuvieron que convertirlo en su carta permanente y enfrentar la condena y el desprestigio que implica para ellos, porque no pudieron destruir ni arrodillar a la Revolución cubana. “Nuestro pueblo todo se volvió un Maceo”, dijo el Che al recordar al gran revolucionario que un día escribió: “Aquel que intente apoderarse de Cuba solo recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha”. Y sucedió todo lo contrario de lo que creían sus sesudos geopolíticos y sus torpes halcones. Sometiendo a Cuba a esa prueba terrible solamente lograron hacerla más unida y más fuerte en su decisión, más socialista a su sociedad y a su poder revolucionario, más humana a su gente en la capacidad de ser solidaria y volverse un haz de trabajo, voluntad y amor compartidos, más consciente políticamente frente a todas las circunstancias, hechos, desafíos y necesidades, y también frente a las maniobras más hábiles de nuestros enemigos. La conciencia desarrollada es el escudo y el arma de un pueblo culto, y permite a las personas ser muy superiores a lo que parece posible.

El internacionalismo practicado a lo largo de más de medio siglo por cientos de miles de cubanas y cubanos, sostenidos por el amor y la admiración de sus familias y sus paisanos, ha sido y sigue siendo una rotunda victoria sobre el bloqueo. Creyeron que podían acorralarnos y aislarnos, rumiando miserias y angustias, y Cuba se ha multiplicado entre los pueblos del planeta, ha sabido darse al acudir a colaborar y al hermanarse con tantos que no conocíamos, contribuyendo así al desarrollo de una cultura muy superior y ajena a la del egoísmo y el afán de lucro capitalistas. Al mismo tiempo, el internacionalismo nos ha dado mucho más que lo que hemos aportado, en términos de desarrollo humano y social.

Nosotros aprendemos, los pueblos aprenden, pero los imperialistas no quieren aprender. Sin una palabra de reconocimiento para las miles de víctimas cubanas de sus agresiones, ni de admisión de culpas, el 17 de diciembre pasado Estados Unidos solo declaró que su política contra Cuba ha fracasado. Demasiado tiempo 56 años, y muy pobre moral la que solo sabe de éxitos y fracasos. Pero al menos son sinceros. Dice la declaración oficial de aquel día: “El Presidente anunció medidas adicionales para poner fin a nuestro enfoque obsoleto y promover de manera más eficaz la implantación de cambios en Cuba, dentro de un marco acorde con el apoyo de Estados Unidos al pueblo cubano y en consonancia con sus intereses de seguridad nacional”.

Desde entonces se inició una curiosa negociación, en la que una de las partes liberaliza algunas de las tantas medidas de agresión económica que ha mantenido contra la otra mientras declara que solamente desarrollará relaciones con empresarios privados cubanos o en áreas en que le convenga, pretende que se abran embajadas sin cambiar lo esencial de su política agresiva –lo cual es casi igual a cero—y espera que Cuba se sienta agradecida y le haga concesiones. Mientras tanto mantiene, con el mismo entusiasmo de siempre, su actividad subversiva y de trabajo con mercenarios contra la otra parte. Como es natural, es muy poco lo que puede avanzar así una negociación. Un botón de muestra. Hace quince días, la subsecretaria de Estado Roberta Jacobson anunció que de dos mil millones de dólares solicitados por el presidente al Congreso para Latinoamérica se destinarían 53,5 millones para la Iniciativa Regional de Seguridad (CBSI), y una parte de esto se empleará en programas de promoción de “la libertad de prensa y los derechos humanos” en Cuba, Venezuela, Ecuador y Nicaragua.

Pero en su discurso en la III Cumbre de CELAC el presidente Raúl Castro les dejó todo claro. Primero, la actual posición norteamericana se debe a que no han podido vencer a la heroica lucha iniciada hace casi 150 años ni a nuestra fidelidad a los principios, al mismo tiempo que a la nueva época que está viviendo Nuestra América, que ha generado la firme actuación de sus gobiernos en defensa de los derechos de Cuba. Segundo, es posible encontrar solución a las profundas diferencias entre Cuba y Estados Unidos mediante un diálogo respetuoso basado en la igualdad soberana y la reciprocidad, el respeto a las diferencias y la cooperación, pero sin pretender que Cuba renuncie a sus ideales, sus principios y su soberanía nacional, que han sido establecidos con grandes sacrificios y riesgos. Tercero, no tendrá sentido el acercamiento diplomático entre ambos países si Estados Unidos no levanta totalmente el bloqueo, saca a Cuba de su lista de supuestos patrocinadores del terrorismo, le devuelve al Estado cubano el territorio de Guantánamo ocupado ilegalmente, en el que está la más antigua base militar extranjera del continente, e indemniza los cubanos por los daños que les ha causado su política agresiva. Cuarto, esos actos deberán ser unilaterales, como fueron los hechos que crearon los males. Quinto, Cuba no hará ninguna concesión acerca de sus asuntos internos ni en detrimento de su soberanía. El objetivo de derrocar nuestro régimen social utilizando otras vías fracasará. Sexto, nada cambiará en nuestros principios en el plano internacional. Dijo Raúl: “La voz de Cuba defenderá sin descanso las causas justas y los intereses de los países del Sur y será leal a sus objetivos y posiciones comunes, sabiendo que Patria es Humanidad.”

Mientras su país se afanaba por abrir una embajada en La Habana antes de esta Cumbre de Panamá, el presidente Obama dictó el 9 de marzo una Orden Ejecutiva asombrosa, acerca de “…la inusual y extraordinaria amenaza que constituye la situación de Venezuela sobre la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos”. Utilizó palabras rituales del ejecutivo imperial, idénticas a las usadas en 1985 por el presidente Reagan –aquel actor mediocre– para acusar a Nicaragua. Esa declaración provocó de inmediato un rechazo continental de las sociedades, los Estados y las organizaciones regionales. Su torpeza sin igual es realmente difícil de explicar, pero hizo muy incómoda la situación del declarante, próximo a presentarse en la Cumbre de Panamá.

Toda Cuba se movilizó para proclamar su solidaridad con la Venezuela bolivariana, en todas las coyunturas y formas en que sea necesario. Estamos junto al presidente Nicolás Maduro y su propuesta de paz, que es, con las palabras suyas, “paz con justicia, con igualdad, la paz de pie, no la paz de rodillas, es la paz con dignidad y desarrollo”. En la reunión de jefes de Estado del ALBA para declarar su solidaridad plena con Venezuela, celebrada en Caracas hace tres semanas, el Presidente Raúl Castro expresó: “No se puede manejar a Cuba con una zanahoria y a Venezuela con un garrote (…) Estados Unidos debería entender de una vez que es imposible seducir o comprar a Cuba, ni intimidar a Venezuela. Nuestra unidad es indestructible. Tampoco cederemos ni un ápice en la defensa de la soberanía e independencia, ni toleraremos ningún tipo de injerencia, ni condicionamiento en nuestros asuntos internos. No cejaremos en la defensa de las causas justas en Nuestra América y en el mundo, ni dejaremos nunca solos a nuestros hermanos de lucha. Hemos venido aquí a cerrar filas con Venezuela y con el ALBA y a ratificar que los principios no son negociables.”

Cuba ha venido por primera vez a una Cumbre de las Américas porque la actitud dignísima de numerosos jefes de Estado latinoamericanos lo ha venido exigiendo, hasta el punto de condicionar su asistencia a esta séptima a la presencia cubana. Fue el presidente de Panamá, como correspondía, quien invitó al presidente cubano a participar en esta cumbre. Cuba agradece esas actitudes, y viene aquí invitada por los que tienen derecho a hacerlo. Estados Unidos se ha visto obligado a estar de acuerdo, para no agravar su aislamiento.

Hay dos Américas. Todos sabemos a cual pertenecemos. Estamos orgullosos de formar parte de lo que José Martí bautizó como Nuestra América. Solamente asumiendo que hay dos Américas, en todas sus realidades y sus implicaciones, será posible que puedan sentarse ambas en un mismo lugar, y que comiencen a exponer y a intercambiar acerca de sus realidades y sus proyectos, sobre la base del más absoluto respeto mutuo.

Mañana hará 120 años que Martí pudo llegar al fin a su patria, a combatir por la libertad y la justicia plenas, a pelear para lograr que Cuba fuera la primera república nueva de este continente y que América Latina declarara su segunda independencia. “Dicha grande”, escribió en su cuaderno, porque él sabía que la felicidad también está en la lucha. Ha sido largo el tiempo y áspero el camino, pero hoy es un día dichoso en Panamá, porque los pueblos de la América nuestra estamos aquí, conscientes de quiénes somos y de la riqueza de nuestros movimientos, de la fuerza del derecho que tenemos y del potencial de liberación plena de este continente que alberga la coyuntura actual. Y estamos decididos a formar un nuevo bloque histórico y hacer realidad esa liberación.

El 12 de marzo se cumplieron cincuenta años de la publicación en el semanario uruguayo Marcha de El socialismo y el hombre en Cuba, de Ernesto Che Guevara, que es el análisis americano más profundo de la compleja e inmensa tarea de transformar nuestras realidades, y la propuesta más ambiciosa que puede hacerse: la de crear entre todos personas nuevas y sociedades nuevas. Al final, el Che envía un saludo en el que dice, “como un apretón de manos o un Ave María Purísima. Patria o muerte”. Hoy, los que estamos aquí podemos decirles a nuestros hermanos de todo el continente: “haremos un cielo nuevo y una tierra nueva. Conquistaremos toda la justicia y todas las liberaciones”. 

*Filósofo y ensayista cubano. Es Premio Nacional de Ciencias Sociales. Entre otros libros ha publicado “El corrimiento hacia el rojo” y “Repensar el socialismo”.

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