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sábado, 9 de mayo de 2015

Naufragios en el Mediterráneo

Parafraseando el dicho de México: “Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, podría decirse: “Los africanos, tan lejos de una vida digna y tan cerca de Europa”.

Fander Falconí / El Telégrafo (Ecuador)

El hundimiento de un barco sobrecargado de inmigrantes cerca de la isla de Lampedusa, en Italia, es apenas el último episodio de una sangrienta cadena de tragedias migratorias. A diferencia de los mexicanos, que deben atravesar una extensa zona sin agua para alcanzar el ‘paraíso’, la gente de África debe aventurarse por las aguas del mar Mediterráneo.

Los europeos, que antes criticaban a Washington por construir un muro en el sur, ahora pulsaron la tecla ‘silencio’. Hasta los guardacostas italianos callaron, pese a que un sobreviviente informa que el barco en cuestión, proveniente de Libia, les pidió ayuda y ellos no acudieron. Ahora se mantiene un prudente silencio.

Los que sí no callaron fueron los usuarios de redes sociales en el norte de Europa. Uno de ellos se alegró del hundimiento para que “los ilegales no vuelvan a intentar llegar a la Unión Europea”. Macabro tuit que resultaría risible si se volteara la tortilla, debido a una emergencia ecológica.

Pero no solo fue a través del Twitter y en el norte de Europa en donde se han producido reacciones terribles. Italia responde a la tragedia con más controles policiales. En ese país, hace dos años, un exministro y senador, Roberto Calderoli, del partido Liga Norte, que es contrario a la inmigración, comparó a la primera ministra de Italia con un orangután. Y el autor del comentario antihumano sigue vivito y coleando. No solo es la herencia del fascismo de Mussolini y de Berlusconi lo que influye en la xenofobia de ciertos italianos, es la formación misma de la Italia contemporánea la que proyecta sus problemas en la actualidad. Si hoy un exministro y parlamentario latinoamericano se expresara en términos racistas, es casi seguro que su ‘carrera política’ terminaría.

A diferencia de España, Francia, Inglaterra y otros países europeos, Alemania e Italia son relativamente nuevas naciones, unificadas hace siglo y medio por el idioma (a pesar de variaciones dialectales tan marcadas que, en pequeños territorios, son más grandes que las del español entre México y Argentina). El siciliano y el lombardo, por ejemplo, son dos dialectos italianos muy diferentes, reconciliables solo a través del idioma nacional, el dialecto toscano de Florencia, el de Dante.

Si a eso unimos la distancia socioeconómica entre el norte industrial y cercano a Alemania y Francia, con el sur agrícola, a poca distancia de África (aunque separado por el mar), todo se ve claro. El norte se creía superior y eso se reflejaba en los insultos contra las regiones meridionales (‘Calabria Saudita, por ejemplo, contra la maravillosa zona calabresa). Pero ahora, por la migración interna, el norte está lleno de obreros y empleados del sur de Italia, que dan muchos votos. Lo más cómodo para los capitalistas del norte es dirigir su odio, añorando el fascismo que tanto les mimó, contra los africanos. Al fin y al cabo, Mussolini también se enfrentó a los etíopes en 1936, en un combate de tanques contra espadas, y casi pierde.


A la larga, la oligarquía italiana del norte y la criminalización de la migración también perderán, porque reman contra la historia.

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