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sábado, 1 de agosto de 2015

Ecuador: Pobreza, riqueza y acumulación

Los mecanismos de difusión del sistema nos muestran a la riqueza y la pobreza como dos cosas naturales de la vida en sociedad. Siempre hubo ricos y pobres, nos dicen, como queriendo significar que esas dos categorías de la vida social existen y seguirán existiendo por los siglos de los siglos, porque son un efecto natural de las relaciones humanas.

Jorge Núñez Sánchez / El Telégrafo (Ecuador)

Lo que no nos dicen esos medios es que esos fenómenos no existen porque sí, sino que son el resultado de las desigualdades sociales y personales. En cuanto a las primeras, es obvio que ellas son el producto de sistemas de dominación montados por los poderosos para explotar a los más débiles, menos capaces o menos audaces. Esos sistemas de dominación se sostienen sobre la fuerza y la violencia de los poderosos, pero también sobre un tinglado legal que ampara y consagra la explotación de ellos sobre los demás.

En la época colonial existían leyes que consagraban la esclavitud de los negros y que permitían que estos fueran comprados, vendidos y alquilados. Desde entonces y hasta el siglo XX hubo leyes que consagraban el ‘concertaje de indios’, mecanismo que ataba a los trabajadores a una hacienda por medio de una serie interminable de deudas, que el amo inventaba y ellos nunca podían pagar.

Hubo también, en nuestro país y muchos otros de América, ‘leyes contra la vagancia’, que consideraban vaga a cualquier persona que fuera hallada en plazas y caminos, fuera de las haciendas o casas urbanas donde se supone debían servir, y que autorizaban a apresar a estas gentes o llevarlas por la fuerza a trabajar para cualquier propietario.

También hubo leyes que permitían que los peones indígenas, tanto libres como concertados, fueran sometidos al trabajo forzoso de construir caminos u otras obras públicas, sin pagarles nada por su labor. Así se construyeron los caminos y puentes de la época de García Moreno.

El neoliberalismo de décadas pasadas aportó su cuota particular de barbarie empobrecedora: leyes que marginaban a las empleadas domésticas del salario básico general, leyes de ‘tercerización laboral’ creadas para evadir los derechos de los trabajadores fijados en el Código del Trabajo y leyes de ‘promoción de la maquila’, concebidas para proveer trabajadores de bajo salario y sin derechos a las empresas extranjeras que se asentaran en el país.

Es fácil concluir que todas esas leyes, de antes y de ahora, han sido parte del amplio tinglado legal montado para consagrar la explotación de los poderosos sobre los débiles y para enriquecer cada vez más a los ricos y enriquecer cada vez más a los pobres.

Y aquí hay que completarle la plana a don Carlos Marx: en la sociedad humana no solo se acumulan la riqueza, el capital, la cultura; también se acumulan la pobreza, la marginalidad y la ignorancia. Los hijos de los ricos están llamados, inevitablemente, a tener comodidades, buena educación, buena salud y mejor genética. Los hijos de los pobres están condenados a la miseria, la ignorancia, la insalubridad, los peores trabajos e incluso la degradación genética, producida por carencias nutricionales.

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