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sábado, 8 de agosto de 2015

La “revolución” del Papa Francisco

Una nueva era despunta  en la historia de la humanidad. La lucidez de la cabeza de la Iglesia lo ha percibido mejor que no pocos de los miembros de su propio clero y de líderes políticos e intelectuales de diversas latitudes.

Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América

Tradicionalmente, las celebraciones de la patrona nacional de Costa Rica (2 de agosto), la Virgen de los Ángeles,  acrecientan el fervor religioso de nuestro pueblo. Por eso he creído oportuno  dedicar estas líneas a verter algunas reflexiones en torno a lo que está pasando en el catolicismo. La Iglesia Católica está experimentando en las últimas décadas un cambio tan radical que podría calificarse como  “revolucionario”, tanto en su concepción de lo que debe ser su papel en la historia de la humanidad, como en su estructura interna. En cuanto a lo primero, fue el Papa Juan XXIII, que fuera calificado por la mayoría de los analistas consultados con ocasión del cambio de siglo como el líder religioso mas influyente del siglo XX, quien convocó un concilio ecuménico, máxima autoridad doctrinal de la Iglesia, no porque hubiese querellas doctrinales concernientes la ortodoxia, como había hasta entonces sucedido históricamente, sino porque había un déficit pastoral, al constatar el Papa  que la Iglesia no estaba a la altura de los tiempos actuales. A eso Juan XXIII lo llamó ”aggiornamento”. Pero la reforma emprendida por el Concilio Vaticano II se estancó por el conservadurismo de sus sucesores. Lo cual llevó a la Iglesia a una crisis profunda. La corrupción de la Curia Romana fue tal que, al no poderla controlar, llevó a Benedicto XVI a tomar la insólita y dramática resolución de renunciar.

Es dentro de este contexto que es elegido un papa  no europeo, concretamente de América Latina donde viven la mayoría de los católicos del mundo (45%). El cónclave que lo eligió se convirtió en la práctica en una especie de senado y no en una anticuada corte de príncipes. Por eso Francisco enfatiza en la colegialidad del ejercicio del poder.  Es en esta región donde surgió la primera teología no occidental de la historia: la teología  de la  liberación. El Arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, se formó dentro de este contexto pastoral y doctrinal, cuyo modelo es el  obispo mártir Oscar Arnulfo Romero. Desde su llegada al solio papal, Francisco ha mostrado primero con gestos y declaraciones circunstanciales y ahora en documentos y alocuciones más formales,  como su reciente encíclica  y los discursos en su gira por varios países de América del Sur,  que promueve cambios revolucionarios en las estructuras económicas, sociales y políticas para combatir en sus raíces la pobreza de las mayorías y la explotación irracional de los recursos naturales, empleando para ello  un lenguaje contundente y sin eufemismos ante miles de representantes de movimientos sociales provenientes de 40 países. Todo lo cual ha hecho de Jorge Bergoglio un líder mundial, el más carismático según el liberal New York Times, el “más peligroso” según la reaccionaria cadena Fox.  De mi parte, veo en ello tan solo  una expresión de la sabiduría de una institución que, no por casualidad,  es la más antigua de Occidente, pero  que ha tomado conciencia de que la hegemonía de Occidente está languideciendo como, citando al pensador cristiano  Romano Guardini, lo  señala el Papa en su reciente encíclica.

Una nueva era despunta  en la historia de la humanidad. La lucidez de la cabeza de la Iglesia lo ha percibido mejor que no pocos de los miembros de su propio clero y de líderes políticos e intelectuales de diversas latitudes. Es por eso que podemos hablar de “revolución” cuando aludimos a actos y pensamientos del Papa Francisco.

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