La decisión
de ampliar el Canal coincidió con la fase ascendente del tránsito de alimentos
y materias primas asociado a la expansión del extractivismo en nuestra América,
y lo hizo en más de un sentido. La ampliación, en efecto, incrementará la
demanda de agua para el funcionamiento del Canal en una escala que amenaza con
entrar en contradicción con la demanda para consumo humano del 50% de la
población del país.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra
América
Texto
presentado en la VII Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias
Sociales de CLACSO, en Medellín, Colombia.
Todo proceso
de trabajo tiene su origen, por remoto que sea, en la extracción y transformación
de elementos naturales en recursos que puedan ser incorporados a una cadena
productiva. En ese sentido, la creación de recursos mediante actividades
extractivas es inherente a todo proceso productivo. Dichas actividades, por
otra parte, expresan una acción racional con arreglo a fines que se lleva a
cabo mediante procesos de trabajo socialmente organizados, en los que se
expresa a su vez el carácter de las relaciones sociales de producción dominantes
en la sociedad que los lleva a cabo. Con ello, la extracción hace parte de los
procesos de interacción entre sistemas sociales y sistemas naturales, y de las
consecuencias para ambos a lo largo del tiempo, que constituyen el objeto de
estudio de la historia ambiental.
En esta
perspectiva, aquello que hoy denominamos extractivismo designa la organización,
la escala y las consecuencias que adquiere la extracción de recursos naturales
en la época del desarrollo de nuestra especie en que nuestras relaciones de
producción se estructuran para la acumulación incesante de capital a escala
planetaria. El extractivismo, en efecto, no es un modo de producción, sino una
forma de participación en el desarrollo del capitalismo correspondiente al
periodo en que éste consigue operar como un mercado mundial que funciona en
tiempo real, a través de una concentración y centralización del capital sin
precedentes en la historia del capital. De allí que, grosso modo, el extractivismo emerja como un problema relevante en
lo que algunos han venido a llamar el antropoceno, esto es, aquella época en
que la acción humana sobre la naturaleza alcanza las dimensiones de una fuerza
geológica.
Cabe
entender, así, que el extractivismo desempeñe un papel de primer orden en el
desarrollo de sociedades ubicadas en las periferias y semiperiferias del
sistema mundial, en las que contribuye a generar y sostener una modalidad peculiar
de formación económico social. Esa modalidad, sin embargo, no se define
únicamente por su forma. Por el contrario, esa forma expresa su contenido
destructivo de las relaciones socio – ambientales precedentes – de un modo que
trae a memoria aquella economía de rapiña
que el geógrafo francés Jean Brunhes describiera en las posesiones coloniales
de su país a principios del siglo XX -, y expresa, también, su carácter de
fenómeno estructurante del propio sistema mundial, a cuya formación viene
contribuyendo desde el siglo XVIII al menos.
Atendiendo a
lo anterior – y para utilizar una expresión de moda – el extractivismo
constituye un fenómeno de orden glocal,
cuya expansión tiene consecuencias que hacen parte de la crisis ambiental
global. Así, cabe decir que, si bien el extractivismo no ha sido un factor
relevante en el desarrollo histórico de la sociedad panameña, si ha incidido en
su desarrollo dentro del marco más amplio del sistema mundial, en la medida en
que el Corredor Interoceánico de Panamá ha desempeñado y desempeña un
importante papel en la circulación del capital en el mercado mundial desde
fines del siglo XVI.
El
cumplimiento de ese papel a lo largo de cuatro siglos llevó al desarrollo de
una formación económico social que el historiador panameño Alfredo Castillero
Calvo llamó “transitista” en la década de 1973. Ella se caracteriza por cuatro
rasgos principales: el monopolio del tránsito interoceánico por una sola ruta –
a diferencia de lo ocurrido en el Istmo antes de la Conquista europea, cuando
ese tránsito discurría por media docena de rutas -; el control de esa ruta por
una autoridad estatal, extranjera o nacional; la organización territorial del
Estado y la economía en función de las necesidades del tránsito, y la
concentración de los beneficios del tránsito así organizado por la clase que
controla el Estado que así lo gestiona.
La
profundidad y solidez de las bases que sostienen a la formación transitista se
expresa en el hecho de que sus características fundamentales no variaron con la
transferencia del control del tránsito interoceánico del Estado norteamericano
al Estado nacional panameño. Hoy, sin duda, ese Estado controla el Canal: lo
que cabe indagar es quién controla al Estado, y cuál es la racionalidad que
orienta el ejercicio de ese control.
La respuesta
a esa pregunta puede ser simple, pero no sencilla. En efecto, a lo largo del
siglo XX el Canal operó en Panamá como un dispositivo de la economía interna de
los Estados Unidos. La transferencia de la vía al Estado panameño significó,
también, la inserción de la misma en la economía interna del país, con dos
consecuencias especialmente relevantes. La primera consistió en una aceleración
sin precedentes del desarrollo del capitalismo en Panamá; la segunda, en la
formación de un importante complejo de servicios globales en torno al Canal,
que a su vez incrementó la demanda de agua, energía, materiales de construcción
y otros recursos provenientes del resto del país, ampliando y profundizando la
huella ambiental del Corredor Interoceánico sobre el conjunto del territorio
nacional.
En ese marco,
la administración estatal panameña de la vía interoceánica se ha caracterizado
por dos propósitos principales. El primero ha consistido en incrementar la
eficiencia en la operación de la vía interoceánica para incrementar su
productividad y generar ingresos al Estado por el orden de un billón de dólares
por año. El segundo, en incrementar esa capacidad de operación mediante la
construcción de nuevas esclusas de dimensiones mucho mayores que las heredadas
de la administración norteamericana, mediante una inversión que ronda los cinco
billones de dólares.
La decisión
de ampliar el Canal coincidió con la fase ascendente del tránsito de alimentos
y materias primas asociado a la expansión del extractivismo en nuestra América,
y lo hizo en más de un sentido. La ampliación, en efecto, incrementará la
demanda de agua para el funcionamiento del Canal en una escala que amenaza con
entrar en contradicción con la demanda para consumo humano del 50% de la
población del país, que reside en las ciudades terminales del Corredor
Interoceánico y depende del mismo sistema hídrico para su abastecimiento.
La solución
prevista por el Estado consiste en extraer agua de otros ríos para trasvasarla
a la Cuenca del Canal, ampliando la huella ambiental de la vía interoceánica y
generando conflictos socio ambientales de consecuencias imprevisibles entre la
población de las cuencas que se verán afectadas. Nos aproximamos, así, al
momento en que un extractivismo sui
generis obligue a la sociedad panameña a reconocer los límites de la
capacidad de los ecosistemas del Istmo para sostener la expansión del
transistismo.
El
extractivismo creó el tránsito, y bien podría ocurrir que devore finalmente a
su criatura. El caso de Panamá – un país sin tradición minera ni petrolera, en
el que la economía de plantación ha tenido una importancia marginal – comprueba,
así, el carácter sistémico del transitismo.
Dado ese
carácter, ya resulta evidente que la operación sostenida del Canal dependerá
cada vez más de la creación de las condiciones indispensables para la
sostenibilidad del desarrollo de la especie humana en Panamá, y en el mundo
entero. Encarar esto demandará, en términos políticos, reconocer que - siendo
el ambiente el resultado de las intervenciones humanas en la naturaleza -, la
creación de un ambiente distinto requerirá de la creación de una sociedad
diferente, si de la sostenibilidad del desarrollo de la especie humana en el
Istmo se trata.
Identificar
los términos de esa diferencia, y los modos de construirla, representa el mayor
desafío cultural y político que enfrenta la sociedad panameña en su historia.
No estará sola, pues este es también el desafío mayor de nuestra especie en el
planeta entero si desea sobrevivir. Para nosotros, para todos, el tiempo de cambiar
o perecer llega ya, está llegando.
Muy buen artículo El extractivismo ya es peligroso si es del agua!!! Como siempre Guillermo dando luz
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