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sábado, 23 de enero de 2016

Fracking y geopolítica

Quienes han seguido el rastro al mercado petrolero desde la gran crisis energética y financiera de 1973 se sorprenden con los actuales precios del crudo, en aquella década muy altos en coincidencia con la eliminación del respaldo en oro del dólar aplicada por el expresidente Richard Nixon y el aumento en flecha de la deuda externa mundial.

Luis Manuel Arce / Prensa Latina


En aquellos tiempos las preocupaciones de la Casa Blanca diferían de las de hoy en cuanto a que Estados Unidos había llegado al cenit de su producción petrolera con sus grutas casi secas, lo cual motivó que en 1975 fuera aprobada la prohibición de exportación de petróleo para no poner en peligro las reservas.

Esa escasez del carburante era muy peligrosa para una economía dependiente del petróleo y el gas natural, lo cual demandaba un fortalecimiento del control de sus transnacionales sobre el transporte, refinación y comercialización del crudo, pero sobre todo garantías de que a los pozos en países suministradores no llegaran fuerzas hostiles a Estados Unidos.

En realidad había un angustioso nerviosismo en la élite del poder y un evidente estrés en el alto mando del Pentágono, responsable del cuidado de los yacimientos fuera de sus fronteras.

Con una masa monetaria gigantesca emitida por el Sistema de Reserva Federal (FED o banco central) en aquellos años, a la que se denominó petrodólares y fue base de la imparable e impagable deuda externa del Tercer Mundo, Estados Unidos contaminó el orbe con una hiperinflación galopante.

La más famosa, la del dinar de Serbia, de cinco mil cuatrillones por ciento. En el caso de América Latina duró desde 1972 hasta 1987 y las más altas se registraron en Bolivia, Perú, Argentina y México, el peor caso con más de tres mil por ciento.

Pero esa hiperinflación garantizó a las transnacionales el cobro de la factura petrolera al sur periférico mediante una bondad de préstamos alarmante y la imposición de políticas nacionales de reajuste económico neoliberal impuestas por el Fondo Monetario Internacional.

Todos los análisis de los expertos concluían entonces con la misma hipótesis: los altos precios del petróleo llegaron para quedarse, y realmente así fue durante casi 40 años. El barril de referencia WTI llegó a cotizarse a 146,90 dólares el 11 de julio de 2008 y el Brent del Mar del Norte a 147,25, mientras que el precio a futuro fue de 185 dólares el tonel.

El aumento en flecha de los precios del crudo comienza a tomar fuerza justamente durante la primera invasión de Estados Unidos a Afganistán e Iraq y sigue escalando, con altas y bajas, hasta 2010 cuando el uso del fracking le pone freno y cuya carísima tecnología fue costeada por las reservas de dólares acumuladas con el petróleo caro.

Ahora, en el año 16 del siglo XXI, Estados Unidos logra lo impensable: volver a ser exportador de petróleo gracias a la técnica de fractura, y despojarse de las preocupaciones por la escasez de crudo y de gas, centro de las invasiones a Afganistán e Iraq, y génesis de las convulsiones políticas, económicas y militares actuales en Oriente Medio, en particular de Siria y Libia.

Hasta la crisis económica de 2008 -que aún persiste en sus rasgos más generales- nadie en el mundo se había atrevido a remover los esquistos bituminosos del subsuelo profundo por temor a los daños potenciales que la extracción de petróleo y gas atrapados en las rocas de lutitas pueden provocar al medio ambiente, y en especial a los acuíferos subterráneos.

Lo cierto es que a partir de 2010 el fracking le ha permitido a Estados Unidos aumentar 35 por ciento la producción de gas natural desde 2005 y eliminar la necesidad de las importaciones.

En cuanto al petróleo, la producción se ha incrementado en 45 por ciento desde 2010, lo que ha convertido de nuevo a Estados Unidos en su segundo productor del mundo.

Los hidrocarburos no convencionales suponen ya una aportación de 430 mil millones de dólares al PIB y la creación de 2,7 millones de empleos, con salarios que duplican la media de Estados Unidos.

Pero los daños ecológicos y humanos no se han investigado ni cuantificado, y son muy grandes las discrepancias entre los que aprueban y desaprueban esa tecnología, al extremo de que varios países con reservas de esquistos han prohibido su explotación, y en Estados Unidos y Canadá se han estructurado movimientos sociales contra el fracking.

En cambio, lo que sí está claro es el papel que los estrategas del Pentágono y de la Casa Blanca les están dando al impacto que ha tenido la reemergencia de Estados Unidos como el segundo productor del mundo, solo superado por Arabia Saudita, uno de sus grandes aliados en Oriente Medio.

Si en la primera crisis energética de 1973 el objetivo fue aumentar los precios y depreciar el dólar, ahora en 2016 es todo lo contrario: bajar las cotizaciones y apreciar el billete verde ante las monedas de Rusia, China y la propia Unión Europea, y disminuir los ingresos de adversarios como Moscú y Caracas dentro de una estrategia geopolítica de control mundial del petróleo y el gas que se ventila en estos momentos en Oriente Medio, en especial Siria y Libia, y renovación del dominio estadounidense del sistema monetario y financiero internacional.

Hace apenas unos días, el presidente ruso, Vladimir Putin, exhortó al Gobierno a estar listo ante cualquier giro de la coyuntura económica y responder con profesionalismo a los problemas que los afecten, en referencia a los cambios en los mercados financieros y petroleros.

Para nadie es un secreto que hay una elevada dependencia del presupuesto federal ruso de los precios de venta del petróleo y el gas, que representan casi la mitad del total de sus recursos. Precisamente a ese factor se debe el desplome del crecimiento económico en 2015, al reportarse una contracción de 3,8 por ciento del Producto Interno Bruto.

El gobierno de Putin toca las sirenas de alerta al anunciar al mundo que Rusia se prepara para un escenario de previsibles cotizaciones del crudo a 25 dólares por barril, agravado con una apreciación del dólar frente al rublo.

Esas alertas evidencian el uso geoestratégico que Estados Unidos le ha estado dando al fracking contra Rusia, Venezuela y otros países, y es lo que explica el por qué Washington ha seguido subvencionando a la industria ante las pérdidas económicas que significa extraer petróleo bituminoso a muy alto costo, con una producción diaria proyectada de 9,5 millones de barriles, casi el doble que en 2008.

Es algo aparentemente contradictorio para un mercado interno que ha superado su capacidad de refinación y almacenaje, y para el externo saturado y con una oferta muy por encima de la demanda.

¿Hasta cuándo Estados Unidos podrá soportar el uso de fracking que, según especificaciones del American Petroleum Institute, el costo de producción equivalente a un barril de petróleo tradicional ronda los 80 dólares, frente al panorama para el que se preparan los rusos de 25 dólares por unidad para este año?

Las empresas petroleras estadounidenses, e incluso las británicas que operan el petróleo del Mar del Norte, bajaron la rentabilidad, la cual lleva meses en terreno negativo con un precio del barril entre 40 y 45 dólares actuales. En buena ley, hace rato que los taladros del Brent debían de estar parados, y más ahora que el Brent cotiza a 30 dólares.

Por otra parte, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) sigue muy dividida y es muy difícil que puedan realizar acciones conjuntas para presionar al alza las cotizaciones a pesar de los esfuerzos al respecto de Venezuela.

Por el contrario, alentado por Arabia Saudita, el cartel ha mantenido agresivamente su nivel de producción a fin de no ceder cuota de mercado. No es la primera vez que hay desacuerdos entre los miembros del grupo, paradójicamente creado el 14 de septiembre de 1960 en Bagdad, capital de Iraq.

Venezuela, la más afectada por el fracking junto a Rusia, tuvo un papel protagónico en el nacimiento de la OPEP, gracias a una iniciativa del entonces ministro de Minas e Hidrocarburos Juan Pablo Pérez Alfonzo, quien avizoró la necesidad de un instrumento de defensa de los precios para evitar el despilfarro económico del petróleo.

Casi 56 años después, ese ideal de Pérez Alfonzo es más necesario que nunca, aun cuando con el fracking se alargan las existencias probadas del petróleo y el gas que, a pesar de todo, continúan siendo recursos no renovables.

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