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sábado, 23 de abril de 2016

Argentina: Yo la vi levitar

Una crónica que refleja la jornada vivida el pasado 13 de abril frente a los Tribunales de Comodoro Py, en Buenos Aires, con motivo de la citación de la  expresidenta, Cristina Fernández de Kirchner a declarar como imputada por la absurda causa del "dólar a futuro".

Nerio Neirotti* / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina

Agradecemos el envío del texto  a María Cristina Poj

Todo empezó muy temprano el 13 de abril, cuando estaba oscuro y llovía. Para muchos había empezado el día anterior, o el anterior al anterior. La lluvia era cada vez más incómoda, el tiempo se tornaba amenazante.

Sin embargo, la multitud seguía creciendo. Seguíamos avanzando hacia las escalinatas de Comodoro Py aunque el paso se hacía cada vez más difícil. La multitud apretaba, oleadas humanas nos llevaban, como una barca en la deriva, hacia uno y otro lado. Aunque siempre hacia delante. Para quienes quieran seguir haciendo ridículos cálculos, había más de cuatro personas por metro cuadrado. Tal vez cinco o seis – niños en brazos incluidos- por metro cúbico. Pero más allá de que el espacio sólo se puede calcular sobre tres dimensiones, ya se sentía que las potencias subían a la 4ta., la 5ta., la enésima.

Siendo imposible no superponer mi curiosidad sociológica con mi fervor militante,  me pregunté qué movilizaba a toda esta gente, haciendo un esfuerzo enorme para discernir entre mi pasión y mi búsqueda de explicaciones objetivas. Obviamente, se trataba de buscar “evidencia empírica”. Primera explicación: choriplanes.

Choris había, además de hamburguesas (pilas de hamburguesas humeantes tentándonos a todos con su simpático colesterol eximido de culpa en un día especial), patas de cerdo más que seductoras, vacíos dorados, empanadas chirriantes, algunas salteñas (con aclaración explícita de que eran anti-Ortobey). ¿Venir desde el gran Buenos Aires, de Provincia, de otras Provincias sólo por un choripán –que, para colmo, no estaba acompañado de un reconstituyente tretrabrick que tan bien hubiera caído en medio de ese clima-? Y encima los únicos que habían eran el producto del humilde negocio de los compatriotas que ese día olieron su oportunidad, junto con los que vendían baratos pilotos y paraguas, remeras mojadas que decían “Vuelve”, que tenían colores celestes y blancos, que tenían el mapa de Malvinas, la estampa de la Virgen de Guadalupe, de Gardel, de Perón, de Evita, de San Martín y del Che. No, no habían venido por choripanes. Descartado.

Tampoco había “planes” sociales. Ya fue. Tenemos otro gobierno. No se ofrecía nada porque estamos todos en el llano. Es más, se están acabando, uno tras otro, rapidito; los programas sociales se evaporan porque son gasto, o más bien, despilfarro. Subsidios para nadie (es decir, los de arriba trasladan la quita de los subsidios a los precios que paga el pueblo). Impuestos para todos (es decir, el grueso los paga  también el pueblo a través del consumo, ¡pobre pueblo!). No había planes. Descartado.

¡Ah…los $ 500! Pregunté a varios si los habían recibido y si habían firmado el correspondiente recibo. Eran el motivo de joda generalizado. Todos –con un humor que hacía mucho que no veía en las manifestaciones—  hablaban de haber tenido que donar $ 500 para venir hasta este lugar. No había paga por manifestar. Descartado.

¡Pero cómo me había olvidado! Vinieron acarreados por los punteros, esos del Partido Justicialista, que los deben de estar vigilando! Vi carteles de todas las agrupaciones, de todos los colores, de muchísimas y distintas entidades políticas peronistas, de izquierda y radicales, de movimientos sociales, de organizaciones gremiales, juveniles, locales. Pero la gran mayoría –reitero, la gran mayoría— eran autoconvocados, que hablaban de sí mismos e incluso que se quejaron reiteradamente por los carteles y banderas que dificultaban  la visión de su líder cuando hablaba a la multitud. Eso sí, se olía mucho peronismo. Pero de ese peronismo silvestre, sin jefes, sin intermediarios, ¡obvio que sin punteros!, como yo no había visto desde el año 1972. La marcha se cantaba una y otra vez, de manera reiterada, sin Gioja, sin Urtubey  y sin Bossio. No había punteros (y si los había, no hacían la diferencia). Descartado.

Entonces el odio. La crispación plebeya. La grieta que no tiene nada que ver, parece, con la devaluación y los despidos, ajustes y tarifazos de los primeros cuatro meses sino con esa maldita costumbre de odiar al poderoso por envidia, por los méritos que son producto del esfuerzo que el vago no hizo. Pero para mi sorpresa me encontré con un clima de fiesta (es más, el “si la tocan a Cristina….” no parecía resultar creíble en medio de esa candidez popular). Compañeros que se encontraban entre sí:  primer lazo de hermandad. Compañeros enlazados que esperaban encontrarse con Cristina: segundo lazo de hermandad. Compañeros fortalecidos después del discurso decididos a extender los vínculos en un frente ciudadano: tercer lazo. No llegaron convocados por el odio sino por el amor. Descartado. ¡Qué clima tan nutricio respiré ese día!

No podía terminar ahí el análisis. Esto resultaba muy difícil de explicar. Los bajos instintos de las masas también suelen relacionarse con algo más que lo material: discursos seductores, mentiras halagadoras, show. Todo eso que esta mujer podía ser capaz de arrojarles como si fueran pirañas hambrientas. Pero el discurso de la Señora estuvo marcado por la racionalidad, aunque no exento de pasión, obviamente. Hizo su análisis político luego de salir de un juzgado que actúa políticamente. No podía menos que recordar que había renunciado a todos los fueros posibles. Pero habló de los derechos conquistados. Habló de unir y no de dividir. Apartó la palabra “traición”. Pidió no acusar al votante que había facilitado el triunfo del actual gobierno. Invitó a reflexionar antes que chiflar. Propuso organizarse en torno a la deliberación colectiva. Desde la base. Más allá de las estructuras y posicionamientos partidarios. Aclaró que no tenía del todo claro cómo hacerlo. Propuso un frente ciudadano que reuniera la diversidad. Y la multitud asentía con sus cabezas, sus gritos, sus cánticos, cada uno matizando con algunos comentarios dirigidos a los de al lado, sabiendo muy bien de qué se trataba, de que seguirían tiempos difíciles y de que hay que generar consenso democrático. No hubo demagogia. Descartado.

Sí hubo, simultáneamente, conciencia de los derechos que es menester defender y alegría, mucha alegría llena de contenido (auténtica, no la de los slogans de cierta campaña). Ella lo dijo: comparen cómo estaban antes del 10 de diciembre y cómo están ahora. No inventó nada. No mintió. Simplemente hizo referencia a lo que todo el mundo sabe. Por eso había distintos sectores sociales (sigue el sociólogo): Trabajadores, clase media (pero media o baja), subempleados y desempleados; también algunas señoras –poquitas por ahora, eso sí— como las que se bajaron del micro en Palermo, confesando con pudor,  con su boca tapada por el brazo –como quien la cubre para no contagiar al otro de la gripe porcina— que habían votado a Macri y que querrían impulsar un movimiento de desencantados.

Conciencia y determinación de defender los derechos. Esa es la sustancia. Ahora diferenciémosla del accidente (¡a no asustarse que esto no es Marx, sino Aristóteles puro, helenismo clásico, luego retomado por Santo Tomás!). Accidente es fijarse en las calles que quedaron sucias (igual que las patas en la fuente de Plaza de Mayo) o en las filas de militantes haciendo cola en la estación de servicio de DAPSA para orinar (sin mencionar aquéllos que disimuladamente se atrevieron a profanar el Sheraton). Accidente es hacer hincapié en los altercados de Moreno o en la periodista que fue a provocar y terminó provocada.

Accidente es hablar de la propuesta de “inhabilitación de por vida” o de la “actriz nacional” (intervenciones que reflejan mucho odio exacerbado por la escasez de votos) porque a esta altura resultaría “políticamente incorrecto” hablar otra vez del aluvión zoológico (hoy los asesores de imagen y discurso sofrenan meticulosamente a las lenguas filosas). Nadie podría culpar a la gente movilizada con tanto entusiasmo para defender a su líder, entonces resulta más rentable culparla a ella por la gente que la apoya ("no es necesaria la hinchada”, tampoco “mostrarle a los jueces que tiene el control de la calle”, o “invadir la sede judicial”; en fin, “lo que pasó en la puerta de Comodoro Py es lamentable”).

Siguen creyendo que a la gente se la acarrea como ganado y no entienden que se movilice por su propia iniciativa y por la defensa de sus derechos. Piensan aún que la gente siguió detrás de un relato nacional y popular pasivamente (que puede ser suplantado por cualquier musiquilla funcional de shopping con  estilo duranbarbesco), ignorando que la multitud fue constructora de ese relato, el cual armó sobre la base de sus luchas, de su trabajo y de la creatividad popular. Pero saben que tampoco pueden ir tan lejos como para cuestionar las conquistas sociales y entonces hay  un cuidado principesco en enfocar la atención sobre supuestos errores del pasado (ya deberían ocuparse de sus propios anuncios y, dado que han cambiado su programa electoral, sincerarse con lo que realmente piensan seguir haciendo) o en fabricar casos de corrupción como el del dólar a futuro.

Accidente es enfocar las cámaras hacia los espacios verdes para ver superficies vacías. Por favor, no pierdan su tiempo buscando números en Página 12 porque sólo basta con mirar el video grabado por el dron de INFOBAE. Sin embargo, más allá de algún descuido como el mencionado, los medios se dedicaron a los accidentes y a repetir los comentarios sobre los mismos.

Sustancia es hablar del trabajo, del salario, de la capacidad de consumo, de la educación, de la salud, de la inversión social. A la gente no se la confunde con números y relatos  (¿alguien ignora la existencia de un relato macrista-radical-massista-, ahora acompañado por peronistas llamados racionales –mejor dicho funcionales—?). La gente también cuenta con su evidencia empírica, la de su vida cotidiana, y está sintiendo de manera palpable lo que va perdiendo día a día, y lo que va perdiendo su familia, sus vecinos, sus amigos, su futuro, la Patria. Con las manos se pueden señalar ciertos accidentes pero no se puede ignorar la sustancia, es decir, no se puede tapar el sol.

Por eso se vio el 13 de abril a la gente optar, y optar racionalmente. Muchos políticos creyeron que a la gente se la puede seducir con consignas surgidas de gabinetes o de focus groups, que se la puede tratar como a los niños, que es fácil de embaucar y que se manipula con pasiones sin razones. Creyeron que esta era la época del marketing, de los discursos light, de los acuerdos de cúpula, de la negociación corporativa, de los intercambios espurios. Que podían cínicamente despegarse del mandato popular. Pero ese día hubo una apelación a la memoria. Para los que gobiernan y que se han  apartado de lo que prometieron hacer (al punto que habían tratado de mentiroso al candidato entonces oficialista que advirtió que harían lo que realmente están haciendo hoy). Y también para muchos de los que, estando hoy en la oposición, olvidaron el mandato que le habían dado sus votantes.

A no equivocarse, esta es una opción racional, sobre la cual se erige, sin lugar a dudas, un florido ramo de emociones, así como la búsqueda y el reencuentro de un liderazgo anhelado. Porque la política está hecha de razones y pasiones. Pero cabe recordar que estas últimas no tienen trascendencia sin bases racionales.
Sólo es creíble a la larga lo que racionalmente se puede experimentar en la vida cotidiana. Lo demás (lo accidental) va quedando en la vera del camino. Sólo se erigen identidades colectivas, liderazgos, representaciones de la realidad, relatos, anhelos y mitos sobre la base de sólidas y consistentes sustancias.

Por eso, por resultar tan verosímil lo que dijo Cristina durante su discurso (que no era, ni más ni menos, lo mismo que fui escuchando durante cuadras y cuadras mientras me aproximaba lo más que podía al escenario), mi corazón se identificó con ella  y con los que estaban allí.

Por eso, sentí que no era casualidad que terminara apareciendo el sol después de tanta lluvia que nos quiso poner a prueba.

Por eso, mientras estaba finalizando su discurso, yo la vi levitar… y miré a mi alrededor y comprobé que los demás sentían lo mismo, y emprendimos la vuelta llenos de esperanza.

Buenos Aires, abril de 2016

*El autor es Doctor en Ciencias Sociales

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