Murió Alfredo Guerra Borges, guatemalteco eximio que jugó un papel
relevante en los diez años de primavera que vivió Guatemala entre 1944 y 1954,
breve paréntesis en el perenne invierno político que nubla el horizonte de un
país con paisajes resplandecientes.
Rafael Cuevas Molina /
Presidente AUNA-Costa Rica
Alfredo Guerra Borges |
Al hablar de él se me viene inmediatamente a la mente también
Edelberto Torres Rivas. Sus vidas tienen paralelismos relevantes, probablemente
muchas más que las que voy a destacar en esta oportunidad en relación con
Alfredo Guerra, que se nos ha ido dejando un vacío en un país en el que figuras
menores y obtusas pueblan el paisaje nacional llenándonos de pesadumbre.
En los tiempos de la Revolución de Octubre estuvo cerca de Jacobo
Árbenz Guzmán cuando fue presidente de la República entre 1951 y 1954, y
contribuyó a fundar el partido de los comunistas guatemaltecos, el Guatemalteco
del Trabajo, en 1949. Tenía, pues, una protagonismo político relevante que
seguramente contribuyó al rumbo que tomó el proceso de modernización
capitalista que se trataba de impulsar en el país, y que sus trogloditas
enemigos anatemizaron como avanzada del comunismo en el Hemisferio Occidental.
Envueltos en el griterío de la Guerra Fría, los guatemaltecos
democráticos sufrieron un golpe de estado en 1954 y Guerra Borges tuvo que
abandonar el país junto a miles de compatriotas, porque en Guatemala se
instauró un régimen represivo y obtuso que duró prácticamente toda la segunda
mitad del siglo XX.
A partir de entonces, el país se trenzó en una batalla en la que los
polos antagónicos no pidieron ni se dieron cuartel. La izquierda guatemalteca
optó por el único camino que le dejaron, el de la lucha armada, y el estado
guatemalteco fue copado por el Ejército, que lo transformó en una máquina
represiva: el estado contraisurgente.
Guerra Borges no apostó por la vía armada pero decía no tener
alternativas para ofrecer. Eso no significó renunciar a sus ideales
democráticos, progresistas y de izquierda, pero se demarcó de la lucha que se
desencadenó desde entonces y que llevó a que cientos de miles de guatemaltecos
murieran, fueran secuestrados o tuvieran que salir, como él, al exilio.
Intelectual brillante, desarrolló su carrera profesional en México,
país que acogió a tantos académicos y artistas que en su regazo florecieron y
pudieron vivir lo que Guatemala les negaba. Perteneció a ese río caudaloso e
imparable que ha drenado durante decenios el campo cultural, intelectual,
artístico y político guatemalteco.
País que expulsa, madre descuidada, padre represivo, familia
desperdigada.
Verlo, conversar con él, era añorar lo que pudimos ser y no fuimos.
Ver la luz que nos habría iluminado de no habernos cercado la noche.
Constatarnos argeñados habiendo podido ser árbol esplendoroso crecido libre y
fecundo.
Reseñamos aquí, entonces, no solo una vida que de pronto cesa, sino
una posibilidad frustrada en ella encarnada; una herida que no cierra; una
frustración por nuestra insuficiencia.
En Guatemala, volver los ojos al pasado es mirar lo que debería ser el
futuro. Es trágico decirlo después de casi sesenta años pero, si quisiéramos
avanzar, deberíamos emular esos diez años primaverales.
Eso nos hace pensar la partida de Alfredo Guerra Borges. ¡Salud,
Alfredo, muchas gracias por todo!
Si lejos de haberlo perdido en el exilio, que lo salvó de manos siniestras, hubiéramos tenido su magisterio por años, este sería otro país.
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