Como
muchos, no esperaba el triunfo del no en Colombia pero no me extraña. Vengo de
Guatemala, un país con una experiencia que no ha sido muy distinta a la de
Colombia y por eso me explico no sólo cómo se sienten los colombianos, sino por
qué les pasa lo que les está pasando.
Rafael Cuevas Molina/Presidente
AUNA-Costa Rica
He
leído en estos días decenas, si no cientos de análisis del porqué del triunfo
del no, unos más sesudos que otros, cínicos, reflexivos, adoloridos, alegres y
asustados. Son días turbulentos en los que todos están un poco en shock, como
quedaron los británicos después de haber votado para salirse de la Unión
Europea. Parece que nadie lo digiere bien y, acorde con esta época en las que
nos toca vivir, se buscan ganadores y perdedores.
Y
pienso que para entender lo que pasó en Colombia hay que tener una visión de un
poco más largo plazo, porque lo que somos hoy los latinoamericanos, y por ende
los colombianos, es el resultado de muchos años de sedimentación de tendencias
de las que uno puede encontrar sus raíces en tiempos que ahora se ven lejanos,
como los setenta o los ochenta del siglo pasado. Para los más jóvenes eso suena
a antediluviano, pero los que peinamos canas sabemos que esas décadas están a
la vuelta de la esquina, y tal vez por eso nos es más fácil tomarlas en cuenta
a la hora de pensar estas cosas que nos suceden hoy.
Partiendo
del tiempo presente, llama la atención en Colombia pero no solo en ella, el
carácter tan conservador, profundamente reaccionario podríamos decir, de
grandes sectores de las clases medias. Es gente en la que han encarnado valores
de un cristianismo retrógrado y agresivo, que se opone a todo lo que no sea
algo así como Dios-Patria-Libertad, para hacer referencia a los eslóganes de la
más extrema derecha de los años setenta.
Pero,
en mi opinión, esta matriz ideológica que hoy eclosiona con tanta fuerza, y que
no tiene empacho en reivindicar en Brasil, por ejemplo, a los militares de los
años de la dictadura o en denostar contra Paulo Freire, se ha venido perfilando
desde aquellos lejanos años de los setenta, cuando como contraofensiva por el
avance de la Teología de la Liberación, que establecía vínculos cercanos con
movimiento radicales como las guerrillas salvadoreña o nicaragüense, hubo una
verdadera avalancha desde el norte de iglesias pentecostales que derivaron, en
años más cercanos, en teologías de la prosperidad, del éxito o de la salvación
comprada a través del diezmo, tan a tono con un sentido común neoliberal que
ayudan a construir y fundamentar.
Por
otra parte está la mentalidad anticomunista que, para algunos, se difuminó o
desapareció al caer el Muro de Berlín pero que, en nuestra opinión, no solo no
desapareció sino que se reforzó con un imaginario que agregó al terrorista, al
chavismo, al feminismo y los movimientos LGTBI; un menjurje insoportable, un
monstruo de mil cabezas que es azuzado inmisericordemente de forma interesada a
cada momento en todos los países de América Latina sin excepción. Esto ha
crecido desmesuradamente luego del susto que ha pasado la derecha
latinoamericana, y los Estados Unidos, con estos años de gobiernos nacional
progresistas.
La
conformación de este sentido común reaccionario de derechas que, tal vez,
podríamos denominar neoliberal, se activa con los espantos que le sirven de portaestandarte
cada vez que hay necesidad. Para eso tienen los mecanismos bien aceitaditos,
los medios perfectamente alineados para que las clases medias, ante el estímulo
adecuado, respondan, como el perrito de Pavlov, con su reflejo condicionado.
Quisiera
agregar un elemento más que proviene de mi calidad de guatemalteco: nuestras
sociedades, teñidas con esta mentalidad que ha sido trabajada y formada durante
tantos años, la tienen a ella como su herramienta para analizar y reaccionar en
sociedades heridas, destramadas, enfrentadas y, como dicen los salvadoreños,
“pedaciadas”. Hay un dolor, un rencor, una frustración de décadas que no podrán
encontrar salida teniendo estos esquemas de pensamiento.
Somos
el producto de años de un trabajo ideológico que persigue dividirnos,
mantenernos en el estancamiento, limitarnos la visión de mundo. Es el ámbito de
la batalla de las ideas que, como todo lo referente a la ideología y la
cultura, requiere de largos procesos de formación y sedimentación. En América
Latina esos largos procesos de iniciaron
en los lejanos años de la insurrección guerrillera, de las guerras populares de
liberación nacional, de las insurrecciones urbanas, como estrategia
contrainsurgente. Para los Estados Unidos siempre estuvo muy clara la necesidad
de trabajar esa dimensión; recuérdese, solo a manera de ejemplo, el Manifiesto
de Santa Fe de los años ochenta, y en nuestros días la insistencia permanente
por abrir el ciberespacio, que ellos dominan culturalmente, en aquellos lugares
que quieren penetrar y cambiar radicalmente, como Cuba.
Que
las clases medias urbanas colombianas votaran por el no, no nos debería
extrañar en este contexto.
Rafa, sin ir muy lejos, en Guatemala también ganó el no cuando se consultó acerca de la reforma constitucional (producto de los acuerdos) y mirá como estamos, en parte consecuencia de ello.
ResponderEliminarRafa, sin ir muy lejos, en Guatemala también ganó el no cuando se consultó acerca de la reforma constitucional (producto de los acuerdos) y mirá como estamos, en parte consecuencia de ello.
ResponderEliminarRafa, sin ir muy lejos, en Guatemala también ganó el no cuando se consultó acerca de la reforma constitucional (producto de los acuerdos) y mirá como estamos, en parte consecuencia de ello.
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